Llevaban caminando por el bosque al menos tres horas. El viejo Gowell iba a paso rápido entre los árboles mientras Arnth hacía lo posible por seguirle el paso y a pesar de que no llevaban equipo de campamento como los exploradores de la milicia, ciertamente ir detrás de un hombre mayor más ágil que muchos guerreros en ocasiones era difícil.
Breneth y Drism habían expresado de todas las formas posibles su preocupación e incluso habían ofrecido una escolta de los mejores guerreros para los peregrinos. Gowell finalmente convocó a una reunión privada con los gobernantes de Rineth a puerta cerrada. Al salir de la junta, el rey se acercó a la sangre de su sangre y le dijo:
- Caminarás demasiado pero tendrás la oportunidad que ni mis mejores hombres ni yo podremos conseguir en muchas vidas. Tu madre está de acuerdo, ella le ha visto, cree que podrás entender más sobre tu destino que si te quedas aquí. Así que mañana a primera hora irás con Gowell y averiguarás lo que deberás hacer.
Arnth intentó empacar algunas cosas que podrían haberle sido útiles para el camino pero a la mañana siguiente Gowell miró su equipaje y negó con la cabeza. Al final tuvo que irse con la ropa que tenía puesta y nada más. Los escoltaron unos cuantos soldados solo hasta las puertas que daban hacia el oeste.
Con solo 7 años, Arnth caminó por horas hasta que finalmente el anciano consideró adecuado empezar a buscar hierbas y moras para alimentarse. Entre las ramas de los árboles se empezaban a asomar los rayos del primer sol, el suelo se pintaba de vitrales verdes por las hojas. Mientras su mente comenzaba a vaciarse, el anciano extendió su mano y le ofreció un puñado de raíces. El descendiente de los reyes recordó a la mayoría de los hijos de los nobles a quienes había visto desde la ventana de su habitación. Esos niños, si hubiesen tenido que recorrer ese camino, probablemente ya estarían llorando desde hacía unas cuantas horas, tal vez de hambre o cansancio y sin embargo ahí estaba Arnth adentrándose más en un sitio peligroso, sin mapa, sin equipo para acampar y sin armas.
Mientras comían, Arnth seguía haciendo comparaciones. Pensaba en lo diferente que era de los integrantes de las mejores casas de la corte y también de propios padres. No tenía la fuerza de Breneth y mucho menos la elegancia de Drism, si acaso podría interesarse en aprender más pero estaba consciente de que si ingresaba al Palacio Rubí tendría que batallar con conocimientos demasiado complejos como para recordarlo todo.
Cuando parecía empezar a hundirse en sus reflexiones como una piedra en el fango, Gowell le tomó por el cuello de la túnica para después señalar con la cabeza una subida empinada. Arnth se limpió las manos en sus pantalones y continuó avanzando.
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“Vienen cansados” pensó la mujer del templo mientras echaba más hierbas secas al fuego. Caminaba con lentitud mientras sostenía en su mano derecha un bastón. Se detuvo cerca de un banco de piedra, tomó asiento y luego recargó cerca de su rodilla la vara. Una capa azul cubría su rostro pero por debajo de la tela se asomaban algunos rizos blancos y grises.
“Uno puede entrar y el otro no”. Con sus dedos arrugados tocó su pecho mientras el calor y el humo la envolvían en la penumbra. “Pero, aún falta para que pueda cargar con este peso”, sus labios se habían movido un poco, era una vieja costumbre que tenía cuando estaba preocupada. Todavía quedaban recuerdos de ese pasado donde la voz surgía de su boca, cuando se hablaba sola y a veces llegaban unas cuantas visiones de los niños riéndose de ella, decían que estaba loca. Ella ahora solo boqueaba cuando tenía miedo, como un pez que ha quedado atrapado en un anzuelo, justo como la primera vez que le había visto.
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Mientras intentaba sujetarse con las manos a todas las piedras y recovecos en la tierra, Arnth seguía subiendo. Sus manos, antes limpias y delicadas, dignas de una princesa, ahora tenían cortadas y ampollas. Probablemente sus pies se encontrarían en el mismo estado de no ser por sus botas de explorador, parecidas a las de su padre excepto por la talla.
Finalmente Gowell le extendió una vez más la mano, esta vez para ayudarle a subir hasta un camino donde solo la luz del segundo sol, el del atardecer, iluminaba su camino hasta una meseta. Desde donde se encontraban podían ver a lo lejos la antes imponente Rineth con sus tres escuelas, su ejército y sus muros. Ahora parecía un modelo de juguete que podría caber en la palma de la mano.
A pesar del cansancio siguieron avanzando, en unas horas más caería la noche y con ello no solo saldrían los animales salvajes, posiblemente algunos otros peligros. Había rumores de que los Niños del Desierto a veces dejaban sus territorios desérticos en la noche para colarse y cazar en los bosques. Decían que volvían a sus dunas en la madrugada antes de que el primer sol les dejara ciegos.
Arnth recordaba una de las pocas veces en las cuales se coló a la biblioteca real y encontró un libro forrado de azul, tenía que ser de la milicia solo por el color. Ahí había dibujos con anotaciones sobre animales comunes y también criaturas humanoides, pero la página que más recordaba era la de los Niños del Desierto. Aparentaban ser gente de Rineth pero sus ojos eran oscuros y abarcaban la mitad de sus rostros. Su ropa, el cabello sin color, y los dientes también los distinguían de los pobladores. Con temor, apresuró el paso.
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El cielo violeta comenzaba a ser más evidente conforme caminaban por el campo. Más adelante había unos pocos árboles agrupados, parecía extraño que los soldados no hubiesen tomado aún esa área para extender el territorio de Rineth, tal vez por respeto o porque podía ser más riesgoso que luchar contra otros pueblos o criaturas. Aun así Arnth y Gowell se aproximaban y la desolación se hacía más aparente. El campo y el bosque seguían conservando su verdor pero había un punto del terreno en donde las plantas parecían volverse púrpura y no era por el atardecer. Fue aquí que el anciano finalmente se sentó, clavó su bastón en el suelo y un sendero de piedra apareció.
-Vamos.- dijo Arnth pero Gowell negó una vez más.- ¿Tengo que ir solo?
El anciano asintió mientras se acomodaba en el prado. Arnth volvió a dirigir su mirada hacia las piedras las cuales comenzaban a reflejar las luces del cielo. Volteó a ver a Gowell una vez más para preguntarle algo pero donde alguna vez estuvo el viejo ahora estaba un arco de piedra. Volvió la vista hacia el lado opuesto y ahí, justo donde solo habían estado un grupo de árboles, se encontraba un antiguo templo.
“Ven, tengo que contarte algo”
Era un susurro, no le daba tanto miedo como estar solo. Por un momento pensó en que esa voz podría tener la intención de matarle. Recordó las palabras de su padre sobre que ni sus soldados más fuertes habían podido acceder a ese sitio y el temor aumentó.
Entonces vino a su mente el resto de lo que Breneth había dicho: “Tú madre está de acuerdo, ella le ha visto”.
Comenzó a caminar rápidamente mientras el sendero se iba volviendo más visible, cada roca que pisaba hacía que un tramo más de camino apareciera y la voz empezaba a hacerse más audible.
“Tengo mucho que decirte”.
Empezó a avanzar con más rapidez, el cansancio empezaba a causar estragos, pensaba en lo mucho que quería volver a casa pero luego recordó a lo que venía. Necesitaba respuestas y de ellas dependía la familia real.
Finalmente se halló frente a la entrada del templo la cual estaba solo estaba levemente iluminada por una luz violeta. Se colaba un poco del aroma a hierba quemada. Mientras intentaba ver con mayor claridad lo que estaba al final del pasillo, la voz habló con la misma claridad de alguien que estuviese a su lado.
“Bienvenida Arnth, primera y última de tu nombre”.
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