Estaba fatigado por la reciente pelea, por lo que me senté en el suelo para recuperar las fuerzas. Mi descanso no duró demasiado, ya que numerosos gritos quebraron el silencio de repente. “Pero qué demonios ha sido eso”, recuerdo que pensé tras oír el griterío. Sin apenas pensármelo, me dirigí a toda prisa hasta su origen.
A pesar de estar dentro de los pasillos, desplegué las alas para poder ir más rápido. Recorrí la fortaleza a la mayor velocidad que podía, buscando en numerosas salas y despachando rápidamente a algunos renegados con los que me topé por el camino.
El sonido de los gritos se intensificó, lo que significaba que tras la puerta que tenía delante estaba lo que buscaba, así que derribé la puerta.
Cuando alcé la vista vi una escena terrible. El suelo de la estancia estaba cubierto de cadáveres y sangre, y en su centro se encontraba la creadora de la masacre, Protecnia, general suprema de los ejércitos humanos y mano derecha del emperador. Una asesina fría y brutal.
Su aspecto era aterrador. Estaba bañada en sangre y llevaba una vieja armadura con infinidad de marcas de antiguas peleas y recuerdos de adversarios caídos soldados a ella, como colmillos, amuletos o insignias. Su casco tenía incorporado una gran corona, signo de su altísimo rango, y unos pocos mechones de pelo rubio asomaban de él. Se quitó el casco, que llegaba hasta el puente nasal y presentaba dos lentes circulares de un color azulado, y la mascarilla, con un trío de tubos a cada lado que sobresalían y actúan como filtros, mostrando un pelo corto y unas gafas ceñidas al cráneo con una cinta elástica, detrás de las cuales observaban un par de ojos azules y tan helados como un páramo congelado y sin vida.
Varios individuos pertenecientes a diferentes especies estaban pegados a la pared, aterrorizados, mirando a la mujer bañada en la sangre de conocidos, amigos y familiares que estaba a punto de acabar con ellos.
Me fijé en que a diferencia de aquellos con los que me había encontrado antes, esta vez no se trataba de gente dispuesta a luchar hasta la muerte, si no de hombres y mujeres que carecían de armas, más allá que un triste cuchillo, o cualquier vestimenta diseñada para el combate, además de estar acompañados de niños.
La impasible soldado comenzó a acercarse a los últimos seres restantes sin prisa, con la lanza preparada.
- Señora, no creo que sea necesario matarlos. Mírelos, deben de ser solamente campesinos o artesanos. No suponen ninguna amenaza.
Le dije tras ponerme delante suyo con el fin de evitar un derramamiento de sangre innecesario.
- Soldado, estas criaturas se han asociado con los opositores del Imperio, lo que supone una traición. Representan una enfermedad que ha de ser eliminada antes de que se extienda.
Tras decir esto, me apartó y alzó la lanza para comenzar con la muerte, y yo, como un destello, me puse en medio y desvié el ataque con mi arma.
- Ni se te ocurra tocarlos.
Me miró con odio, atravesándome. El tiempo que estuvimos sosteniéndonos la mirada el uno al otro parecía interminable y estábamos sumidos en un completo silencio. Entonces ella atacó
La velocidad de sus movimientos, combinados con una destreza sin parangón, rozaba la imposibilidad. El odio que cargaba cada uno de esos golpes era palpable en su devastadora potencia. No hablaba, no dudaba. Todo su ser estaba centrado en acabar conmigo.
Bloqueaba y esquivaba desesperadamente, sin poder ver la más mínima abertura entre la ráfaga de patadas, codazos, rodillazos y ataques con la letal lanza y las alas, tan afiladas que el aire silbaba amenazador a su paso. Una estocada esquivada a duras penas hizo saltar chispas del contacto con mi armadura.
La lanza de Protecnia quedó incrustada en la pared, y yo aproveché la oportunidad.
- ¡Corred!
Grité al tiempo que un rayo de energía azulado salió de mi lanza y se dirigía a Protecnia.
Protecnia arrancó la lanza de la pared, junto con varios fragmentos rocosos que se dispersaban en todas las direcciones, y se apartó de la mortal luz lo suficiente para estar a salvo, pero no indemne.
El rayo impactó en una de sus alas, destrozándola y haciendo girar a su portadora como una peonza.
Inmediatamente salté hacía ella. Entonces, cuando estaba casi encima de ella, hice una estocada con la intención de ensartarla. Pero ella plegó el ala restante y rodó por el suelo.
Después de recuperarse rápidamente, me propinó un golpe demoledor con toda la fuerza de su cuerpo, concentrada en la parte inferior de la lanza, de frente casco, seguido de otro, y otro, y otro, y después otro más.
Acabé en el suelo, y antes siquiera de poder darme cuenta, Protecnia estaba encima de mí dándome puñetazos con la fuerza de un cañón en cada uno.
Notaba como la sangre me salpicaba la cara y como se me rompía la nariz y se formaban diversas heridas más.
Cuando la masacre acabó, me arrancó la mascarilla y lo que quedaba del casco y me llevó a rastras hasta una pared donde me apoyó.
Vi a aquellos a los que intenté defender, que no habían logrado huir en el caos de la pelea, y a Protecnia dirigirse hacia ellos con mi lanza en la mano. Una mujer se interpuso entre ella y los demás, sujetando con manos temblorosas un cuchillo de cocina. La sangre llovió, los gritos inundaron la sala, las súplicas me apuñalaron el corazón y el fracaso me sumió en la oscuridad.
Cuando acabó, volvió hacia mí y tiró la ensangrentada lanza a mi lado. Se puso en cuclillas a medio metro de mi cara. Me dedicó una mirada gélida y pasó la mano por su cara ensangrentada, y después me la restregó por la mía, llenándome de la sangre de los aquellos a los que no pude proteger. Solo quedaban los pocos niños que había, temblando en un rincón.
Entonces se fue y me dejó acompañado de mi ira y oscuros pensamientos.
Y así acabé aquí, encerrado en una minúscula jaula suspendida de una de las torres de la Ciudadela, para que todo el mundo pudiera verme, la Vergüenza del Imperio. Atrapado sin comida, agua, contacto o movimiento y con el fuerte sentimiento de haber sido traicionado, del odio por descubrir la oscura verdad sobre la maldad de mi patria y por prometer cumplir unos juramentos vacios.
Mi nombre es Tantalius, el Ángel Caído, Vergüenza del Imperio del Metal, y a partir de ahora busco tres cosas:
Venganza, justicia y redención.
Comments (0)
See all