El juicio transcurre como me esperaba. Son llamados al estrado varios testigos, la mayoría miembros del cuerpo de los Ángeles, para exponer su testimonio, además de presentar diversas pruebas en mi contra. En unas horas se termina el juicio y se emite un veredicto de culpabilidad. En cuatro días soy ejecutado.
Tras el juicio me llevan a la celda donde voy a estar en espera de la ejecución. Es una habitación cuadrada cuyas paredes y techo son metálicas, como todo en la Ciudadela, que cuenta con una cama, una mesa y una silla, además de un retrete. Todo está cubierto de una fina capa de polvo, signo de lo poco que se usan las celdas. Me pregunto quién sería el último que estuvo aquí encerrado, si es que no soy el primero.
El tratamiento que recibo es mucho mejor que cuando estaba en la jaula, aunque no es difícil de superar. Me dan comida través de una rendija en la puerta, además de que tengo espacio para moverme y soy capaz de llevar a cabo mis necesidades más básicas.
Durante el primer día de encierro logro calmarme para poder analizar mi situación actual y encontrar una manera de escapar, además de hacer ejercicio para devolver a mis músculos a un buen estado. Cuando veo desde la ventana que ya se ha hecho de noche he pensado en diferentes situaciones y en cómo afrontarlas, por lo que decido irme a dormir para reponer fuerzas.
Durante la noche sueño con aquellos a los que no pude salvar. Están cubiertos de sangre y tienen los ojos en blanco. Se acercan a mí con los brazos extendidos.
- No nos salvaste.
- ¿Qué vas a hacer ahora?
- ¿De verdad crees que puedes acabar con el mal del Imperio si no pudiste evitar que nos mataran?
Más cadáveres se hacen acto de presencia, gente que maté durante mi carrera como Ángel, pensando que hacía lo correcto.
- ¡Por tu justicia estamos todos muertos!
- ¡No hay redención para ti!
La marea de muertos se abalanza encima de mí y me ahogan, gritándome y culpándome de sus muertes.
- Lo siento. Lo siento tanto.
Empiezo a llorar mientras los cuerpos me aplastan, me empapo en sangre y los gusanos recorren mi piel.
Y entonces los veo. Urenio y Protecnia, por encima de la marea de muertos, riéndose de mí.
- Eres un idiota y un inútil Tantalius.
Dice él.
- Muere.
Tras decir estas palabras Protecnia me apunta con su lanza, de cuyas puntas empieza a generarse una luz azul.
Cuando dispara, la luz se acerca hacia mí, evaporando todos los cadáveres en su camino. Una vez me alcanza me despierto en la cama de la celda, envuelto en sudor. Mi corazón late tan rápido y con tanta fuerza que me duele. Noto que las lágrimas me recorren la cara.
Golpeo la pared, ignorando el dolor.
- No fallaré.
A la mañana siguiente repito la rutina del día anterior hasta el mediodía, cuando el guardia abre la puerta y dice:
- Tienes visita.
Me lleva por los pasillos de la prisión hasta una sala dividida en dos por un cristal. En la mitad en la que entro hay una silla.
- Espera aquí.
Atraviesa la puerta por la que entramos y la cierra desde el otro lado.
Me siento en la silla y espero a que llegue mi visita. Cuando se abre la puerta de la otra mitad de la estancia veo a mi familia. El primero en entrar es mi padre, quien lleva su distintivo aspecto, consistente en una perilla cenicienta, pelo largo blanco por el que asoman unos pocos pelos del anterior color negro, y unas viejas gafas de metal con las patillas ligeramente dobladas detrás de las cuales se encuentran unos ojos de color gris. Todo esto acompañado de su tremendo tamaño, usualmente comparado con el de una torre por sus amigos. Su vestimenta esta compuesta por una bata abierta con los colores del bronce y la plata, una camisa verde, pantalones plateados y una bufanda cobriza con secciones de plata alrededor de su cuello.
Mi madre aparece detrás de él. Lleva un vestido azul y plateado acompañado de una chaqueta con el mismo patrón. Lleva brazaletes en ambos brazos, una argolla en su nariz y su largo pelo rojo está recogido en una coleta, a excepción de unos pocos mechones que tapan parte de su frente. Nada más entrar fue corriendo hasta el cristal y me miró con sus preocupados ojos verdes, de los que empezaban a brotar las lágrimas.
-Tantalius, mi niño…
Su voz está quebrada.
Mi padre se acerca y la acompaña a uno de los asientos, permitiéndome ver que también está llorando, en contraste con su usual alegría.
Un silencio incomodo inundó la estancia durante un tiempo que parecía no acabar. Mis padres miran el suelo mientras contienen las lágrimas, seguramente pensando qué decir ante esta situación, con toda certeza horrible para ellos. Las creencias e ideologías que les han acompañado toda la vida como habitantes de la Ciudadela, contra su hijo, el cual las rechazó y se rebeló por unos seres inferiores.
- Hola.
Soy el primero en hablar, rompiendo el silencio y consiguiendo que levanten la vista del suelo. Sus labios tiemblan ligeramente antes de responder.
- Hola Tantalius.
- ¿Cómo te tratan?
Pregunta mi padre, visiblemente preocupado.
- Diría que me tratan bien. Aunque comparado con la jaula todo es mucho mejor.
- Bien.
El silencio se vuelve a formar después de que mi padre hable, hasta que la pregunta que tarde o temprano iba a aparecer y no quería oír sale de los labios de mi madre.
- Tantalius, ¿por qué lo hiciste?
- Porque consideré que era lo correcto. La razón por la que esforcé en ganarme las alas y la lanza.
- ¿Consideraste que “lo correcto” es aliarte con una banda de salvajes y rebelarte contra tu superior, ese monstruo que es Protecnia?
Contestó mi padre mientras se levantaba del asiento y se acercaba al cristal separador, tanto que si no fuera por él ahora estaría notando su aliento.
-¡Esos fanáticos quieren ver a los humanos arder!
Mi madre habla alborotada, con la cara cubierta de lágrimas.
- ¡Gracias al Imperio aprendieron lo que significa la civilización! ¡Les dimos conocimiento y orden y les introdujimos en nuestra sociedad a cambio de llevar a trabajar para nosotros y nos lo agradecen de esa manera!
- ¡¿Qué es lo que has visto para darle la espalda a tu familia y todo lo que conocías?!
Continuó.
- No es por lo que he visto en ellos mamá, si no por lo que he visto en nosotros.
Tras estas palabras mis padres se quedan con la boca abierta, buscando el significado de lo que había dicho.
- ¡¿Si de verdad somos tan civilizados, cómo es que somos capaces de derramar sangre y no sentir ninguna clase de remordimiento, y encima contentarnos con excusas baratas como la patria u otra basura como justificación?!
Les grito, asqueado.
- ¿A qué te refieres?
Preguntó mi padre.
- Lo siento, pero ya se ha terminado el tiempo.
Anunció un guardia que acababa de entrar en la sala por el lado de mis padres. Poco después, el soldado encargado de vigilarme cruza la puerta cercana a mí.
- Adiós Tantalius. Hagas lo que hagas siempre te querremos.
Mi madre se seca las lágrimas de la cara tras estas palabras.
- Yo también.
- Adiós.
Tras cruzar mis padres la puerta me levanto y empiezo a andar de vuelta a mi celda. Entonces, cuando ya estoy al lado de la puerta, un tremendo jaleo se forma por donde se habían ido mis padres. De repente, alguien abre la puerta de una patada, permitiendo que se entendieran perfectamente los gritos.
- ¡Te he dicho que voy a ver a mi hermano y eso es lo que voy a ver, jodido capullo enlatado!
Nada más terminar estás palabras veo a mi hermana, Volmia, soltando todavía más palabrotas que de costumbre a un atónito guardia, que lo único que puede hacer es quedarse con la boca abierta mientras ella le grita.
- ¡Señora, por los hilos de la Tejedora, que el horario de visitas ya ha terminado!
No puedo contener mi sonrisa cuando oigo lo que acaba de decir, porque sé que el soldado acaba de meter la pata hasta el fondo.
Volmia se da la vuelta y le mira con sus ojos rojos como si fueran llamas.
- ¡Tengo 29 años gilipollas en conserva, así que te diriges a mí como señorita, atontado!
- ¡Si, seño…!
La mirada que le dedica mi hermana corrige el error que estaba a punto de volver a cometer.
- ¡...rita! ¡Señorita!
- Mejor.
El hombre sale de la habitación, al igual que el que me vigilaba, seguramente para ahorrarse una discusión.
Vuelvo a acercarme al asiento mientras veo a Volmia acortar la distancia entre nosotros. Su melena roja como el fuego se agita por los pasos apresurados que da, al igual que su ropa, consistente de una chaqueta, botas y una camisa de tirantes, todo del color de la plata a excepción de las líneas rojas que las recorren elegantemente. Tiene cara de muy mala hostia.
- ¡¿Se puede saber en qué coño pensabas, imbécil?!
-Yo también te quiero, Vol.
- ¡Durante estos días hemos vivido un infierno en casa! ¡¿Pero qué se te pasó por la cabeza para querer que Protecnia te partiera la cara?!
- Eh, que yo también le di un repaso.
Digo sin poder contener mi orgullo.
- Y una mierda.
Contesta mientras esbozaba una sonrisa.
Puedo intentar ser todo lo serio que quiera, pero delante de mi hermana termino por comportarme como un crío. Aunque ella también.
-Ya han hecho público dónde y cómo vas a ser ejecutado.
- ¿Dónde va a ser?
- En la Gran Plaza, a nivel del suelo, donde todo el mundo podrá ver cómo te matan.
Silencio
- Oye Tanta, no sé por qué hiciste lo que hiciste, pero conociéndote estoy segura de que tenías un buen motivo. Me da igual lo que digan los portavoces.
- Muchas gracias.
- Tú harías lo mismo por mí.
- Qué va.
Los dos nos reímos y me olvido de todos mis problemas en unos magníficos segundos. Hasta que mi hermana empieza a llorar.
- Joder, no quiero que mueras. Eres el tío que menos se lo merece.
Yo también empiezo a llorar, y una vez los dos nos secamos las lágrimas, Vol hace el esfuerzo de sonreír.
- Más te vale no morirte idiota. Si lo haces me vas a partir el corazón.
- No pienso morir fácilmente hermanita.
Tras esto nos despedimos y cada uno va por su camino. Yo a mi celda, y ella a casa.
Durante la noche no soy capaz de dormir, porque sé que mi hermana mayor va a cometer una estupidez para salvarme.
Lo peor es que le voy a estar agradecido.
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