El sonido del despertador me desvela de una de las peores noches de mi vida. Aun así, quiero quedarme un poco más en la cama. Solo cinco minutos. El despertador no está muy a favor de la idea.
- Nnnmmff, puto trasto.
Tanteo la mesa buscando el molesto aparato para tirarlo.
- Aaarg, está bien. Ya me levanto, ya me levanto.
Me siento en mi cama y cogí el reloj para parar su puñetera melodía.
- Mucho mejor.
Me levanto y me dirijo al armario empotrado a ponerme la ropa. Al llegar abro la puerta y empiezo a abrir los cajones para coger lo primero que veo que sea de mi agrado en el pequeño desorden que constituye cada uno de ellos. Al terminar, descuelgo mi chaqueta favorita de la percha y miro lo que había sacado: una camisa gris oscura hecha con fibras de hierro, unos pantalones azules de oro azul y unas botas plateadas. Me quito la camisa con la que duermo, me cambio y salgo de mi habitación, de camino a la cocina, con la chaqueta en la mano. Por el camino veo a mis padres durmiendo en su dormitorio, la charla que tuvieron ayer con mi hermano los ha machacado. En ese momento tengo un instante de culpa, ya que voy a abandonar a mis padres en un momento tan malo. Además, casi seguro que muero si el plan falla.
- Joder.
Entonces la respuesta es sencilla, no puedo fallar. Qué pena que sea más fácil decirlo que hacerlo.
Tras bajar las escaleras y llegar a la cocina cojo rápidamente una manzana y me preparo un vaso con zumo. Cuando termino de beber, me pongo la chaqueta, plateada y decorada con líneas rojas, y salgo de casa.
Camino hasta salir de la torre donde vivo, la Torre del Alba, y el frio viento de la mañana me da la bienvenida. Subo la cremallera de la chaqueta, me pongo la capucha y empiezo a comer la manzana mientras camino hasta la Torre de los Artistas, una de las cuatro torres más antiguas y altas y cuyo nombre es un homenaje a Tálema y Dáelus, donde yo y tantos otros nos dedicamos a crear armaduras, armas, muebles, esculturas, diseños de edificios y demás. Todo lo que sale de ahí es una maldita obra de arte.
Durante el camino por los puentes que conectan las distintas torres entre sí, paro un momento y me siento en un banco a terminarme la manzana mientras miro el paisaje. Desde esta altura se puede ver casi toda la Ciudadela, a pesar de que las torres bloquean la vista, el viejo bosque de Orinia, aunque con lo grande que es debería llamarse selva de Orinia, y si fuerzo la vista soy capaz de ver las montañas de Sierra Nubla. Recuerdo mis viejas clases de geografía y pienso en Libe, el gran desierto que está detrás.
Encesto los restos de la manzana en un cubo de basura que hay al lado del banco y retomo el camino al trabajo. Hoy es el único día que no me puedo permitir llegar tarde. Tengo mucho trabajo que hacer.
Al cabo de unos minutos por fin llego a la puerta de entrada de la torre y empujo la puerta de doble hoja, entrando en una gran sala que ocupa esta planta de la torre en casi tu totalidad. Mientras voy andando hasta el extremo donde está mi taller privado veo el ajetreo que hay formado en la zona común, acompañado de una inmensa cantidad de ruido, donde los sirvientes no humanos llevan herramientas, materiales y cosas a medio hacer de un lado a otro, atendiendo a las exigencias particulares de cada persona; los trabajadores prueban sus creaciones, como armaduras, armas, inventos diversos o alas, conectadas temporalmente a su columna para comprobar su correcto funcionamiento y que actúe como una serie de músculos más del cuerpo; y se llevan a cabo modificaciones de última hora en diversos aparatos, entre tantas otras cosas que constituyen la bulliciosa actividad del lugar.
A mitad de camino veo a Rohea, una de los estilistas reales, rodeada por una masa de personas en movimiento que atienden a sus órdenes y vienen y van cargados de telas, abalorios, collares y demás adornos.
Cuando llego a la puerta de mi taller y la abro, primero me aseguro de cerrar bien, para que la habitación quede en el máximo silencio posible, y después corro la cortina tras la cual está mi último trabajo, un nuevo modelo de armadura alada, más gruesa que el actual, para ofrecer una mayor protección, y con un gran par de alas acompañadas de dos pequeñas alas auxiliares, para poder maniobrar en vuelo a pesar del gran peso. Estimaba que me quedaba como una semana para poder terminar el prototipo a mi ritmo habitual, pero voy a tener que acabarlo hoy para llevar a cabo mi plan.
- Tanta, no sabes la pedazo de hermana que tienes.
Cuelgo mi chaqueta en una percha, abro la taquilla donde guardo mis cosas de trabajo y saco las herramientas, las gafas de protección, los guantes y el delantal. Tras ponerme las medidas de protección y recogerme el pelo en un moño, manipulo el mecanismo del aparato del que cuelga la armadura y lo traslado hasta la zona de trabajo para moverme con comodidad.
Acerco las mesas de ruedas en las que están separadas las herramientas y las piezas y empiezo a trabajar. El tiempo pasa ajeno a mí mientras estoy sumida en mi tarea. Me encuentro perdida en la canción formada por los utensilios y los aparatos, combinado con la danza de mi cuerpo constituida por los diferentes movimientos que hago según la situación y mis desplazamientos por la sala para manejar un mecanismo determinado, cambiar de herramienta, o coger los elementos de la armadura.
- ¿Cómo va eso?
Dice alguien a mi espalda, dándome un susto de muerte que me devuelve a este mundo.
- ¡Me cago en el metal!
Grito mientras me doy la vuelta.
- Eso es mucho.
Dice Rohea, estilista real y mi mejor amiga.
- ¿No podías llamar a la puerta? Casi me matas del susto.
Le pregunto cabreada.
- Lo hice, pero no me escuchaste. Así que entré.
Me contesta con una sonrisa.
-Te repito la pregunta. ¿Cómo vas eso?
Miro el resultado de todo el trabajo que hecho y de repente me encuentro cansada, por lo que cojo una silla y me “siento”, si se le puede llamar así a lo que estoy haciendo, de la manera más cómoda que encuentro.
- Bien, casi he terminado. Solo me queda terminar cuatro cosas del brazo izquierdo, unirlo, reforzar algunas cosas, sobre todo en las alas, y hacer un repaso rápido al final.
- ¿Sabes qué hora es?
Dice Rohea tras acomodarse en el escritorio donde dibujo todos los diseños que planeo, tras apartar con cuidado algunos de mis planos, bocetos y anotaciones.
- No, no he mirado el reloj ni una vez.
- Lo imaginaba.
Deja una bolsa en la mesa donde tengo todas las herramientas y saca de ella un bocadillo.
- Hora de comer y descansar. No vas a poder salvar a Tantalius si estás cansada y hambrienta.
Me habla con total seriedad mientras empieza a comer su propio bocadillo.
- Esta bieeen.
Digo resignada mientras intento alcanzar el bocadillo sin moverme demasiado de la silla.
- ¿Te acuerdas de cuando nos sentábamos en los bordes de los puentes de crías a comer los bocadillos?
Mientras le hago la pregunta mi amiga devora su bocadillo.
- Fi. La de broncaf que me diefon mis padref por efo.
Responde con la boca llena.
- Y a ti cuantas te dieron.
Continúa tras tragar.
- Perdí la cuenta tras la decimoquinta vez.
Las dos empezamos a reírnos en voz alta. Me rio tanto que me atraganto con el bocadillo, haciendo que Rohea se ría todavía más alto y casi se caiga del escritorio.
- ¡Hostiaaaa!
Grita mientras recupera el equilibrio, haciendo que ahora sea yo la que ríe a pleno grito.
- ¿No crees que van a sospechar de todo este jaleo?
Le pregunto cuando me consigo recomponer.
- Bah, no te preocupes. Les he estado dando trabajo para un montón de rato, así que no tendrán tiempo de pensar que pasa y, el que lo haga, pensará que te he encargado algo complicado.
- Genial.
Rohea se termina su bocadillo y baja de un salto.
- Creo que te vendrá bien que te eche un cable.
- Yo también lo creo, pero recógete esa media melena de unicornio y no estropees ese precioso conjunto tuyo, que alguien va a sospechar.
Me termino el bocadillo y, acto seguido, me levanto y me dirigo a la taquilla para sacar otras gafas, guantes y delantal extras que tengo guardados.
- Te encanta mi peinado, admítelo.
Vuelve a sonreir.
- Venga, empecemos.
Digo mientras le doy la ropa protectora.
Una vez se la ha puesto y se recoge el pelo comenzamos a trabajar en el brazo. Mi amiga se pone a tararear una canción mientras trabaja, y me acuerdo de nuestro tiempo juntas en la Academia de Artistas. Éramos inseparables y, en algunos momentos, tan distintas como la noche y el día. Yo trabajaba duro y tenía talento a la hora de llevar a cabo los trabajos manuales, cada vez mejor. A ella, en cambio, le resultaba muy complicado entender las clases y, a la hora de llevar a cabo la creación de algo, no sabía qué hacer. Sin embargo, todo lo compensaba con una gran cantidad de pasión e interés. Poco a poco ambas fuimos mejorando, pero ella, a su ritmo, logró superarme y al resto de alumnos, que solían ignorarla o se burlaban de ella por su extravagante actitud y aspecto, y comenzó a llevar a cabo construcciones de gran belleza y utilidad de una forma que casi nadie entendía cómo lo hacía. Además, era la que más se divertía. Con el tiempo, logró dominar casi todos los campos que se enseñaban en la academia, llamando la atención del emperador, y convirtiéndose en una estilista real y ayudante de uno de los líderes del mundillo de los artistas y consejero real.
Ahora, cuando la miro, veo a esa chica, ahora mujer, divirtiéndose mientras trabaja en lo que le apasiona a medida que canta, logrando un gran resultado y llenándome de energía.
Yo, por mi parte, intentaba encontrar siempre la manera de mejorar, tanto en el trabajo como en la vida, tomando nota de los errores que cometía en el proceso de fabricación, y, con mucho trabajo duro, cabezonería y dedicación; me gradué como una de las mejores Ingenieras de Armaduras del curso.
Cuando me di cuenta, la armadura estaba terminada, así que nos sentamos y contemplamos el resultado.
La armadura tenía un aspecto curioso, con la parte que ya había completado antes decorada en su mayoría, mientras que lo que se había hecho hoy carecía de los adornos, entre los que se encontraba el escudo de armas de los Ángeles, y se notaba que se había hecho de forma rápida. Sin embargo, estaba completamente segura de que era plenamente funcional y podía llegar al máximo rendimiento.
- ¡Venga, a probarla!
Rohea corre a manejar los mandos para mover la armadura hasta la plataforma de ensamblaje, adonde yo me dirijo. Una vez ahí, introduzco en la consola la orden de comenzar con la operación. A los pocos segundos, unos brazos mecánicos aparecen a mí alrededor y comienzan a desmontar la armadura, para después vestirme con ella, comenzando por los pies. Cuando los brazos han terminado su labor, agarro el yelmo, me lo pongo en la cabeza, bajo la visera, la ajusto y comienzo a mover mi cuerpo para comprobar la flexibilidad.
- Todo perfecto. Vamos con las alas.
Introduzco una nueva orden en la consola, haciendo que los brazos vuelvan a aparecer y comiencen a acoplar lar alas en la espalda de la armadura y conectándolas a mi cuerpo mediante unas pequeñas agujas en la nuca, pudiéndolas controlar así como un músculo más de mi cuerpo. Noto un ligero pinchazo. No duele, pero es molesto.
Cuando empiezo a sentir las alas a mi espalda, las despliego y empiezo a aletear ligeramente.
- Las alas principales y auxiliares son completamente operativas.
- Voy a echar un vistazo.
Comenta Rohea mientras sigo moviendo la parte artificial de mi cuerpo bajo su mirada.
- Todo en orden.
Concluye.
- Entonces solo me queda conseguir armas.
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