Caminamos por los pasillos de la Torre de los Artistas, en dirección al Museo de Artes, donde se alojan todos los objetos creados hasta la fecha, para que cualquiera pueda consultarlos, junto a los diseños de estos. Estoy empujando un carrito con telas metálicas junto a Rohea. Nuestra intención es robar varias armas, que esconderemos en el carrito, mientras solicitamos la retirada de otros objetos bajo la excusa de un gran proyecto que está organizando la estilista real.
Entramos en el Museo, cuya sala principal presenta unas grandes dimensiones y tiene expuestos algunos de los grandes inventos de la historia de la humanidad, como una sucesión de las armaduras de combate utilizadas por el ejército a lo largo del tiempo o las famosas alas artificiales de los Ángeles Metálicos. Varios niños corretean de aquí para allá mirando y tocando las muestras de las distintas exposiciones, en algunos casos incluso intentar llevarse algo sin que nadie se dé cuenta sin demasiado éxito.
- ¿Éramos así de pequeñas?
Le pregunto a Rohea mientras contemplo la escena.
- Éramos mucho peores.
Avanzamos esquivando a los críos y a los adultos que los vigilan hasta la recepción, atendida por un enorme orco con uniforme. Nadie quiere estos trabajos.
-Buenas tardes, vengo a sacar algunas cosas del almacén.
El orco comienza a hurgar debajo de su mesa sin levantar la vista ni un momento. Cuando termina, deja una hoja de papel enfrente de nosotras.
- Por favor, rellene esto.
Dijo sin mirarnos.
- No tengo tiempo para esto. Soy Rohea Inregios, ayudante de Croma Pentio, de la Cúpula de Artistas, y ella es mi ayudante.
Tras estas palabras, el orco comenzó a ponerse tremendamente teso y bajó aún más la vista.
- Si, señorita.
La enorme figura empieza a temblar a medida que retira el papel. Tras esto, se gira hacia una sirviente orsiu que estaba junto a él ordenando papeles.
- Por favor, acompáñalas al almacén.
- Si.
Responde la hembra de características felinas. Al llegar a nuestro lado, evitando cruzar las miradas, dice lo siguiente:
- Por favor, permítanme llevar el carrito.
- Gracias.
Le contesto mientras me aparto para que agarrase la barra con sus manos, que, como en todos los de su especie, tenía unas uñas negras ligeramente curvadas capaces de retraerse y expandirse dentro de unos límites. Estas habían resultando muy útiles para cazar y en el combate cuerpo a cuerpo.
Atravesamos el museo en dirección al almacén, con la sirvienta siguiéndonos detrás. Durante el camino cruzamos diversas salas de diversas temáticas. En algunas se exponen obras de arte de distintas épocas, mientras que en otras, la historia del Imperio y del mundo antes de su creación. También hay algunas estancias dedicadas a la geografía, la flora, la fauna y los otros pueblos de Asroa. Sin embargo, estas últimas no ahondan demasiado en las variadas culturas, si no que solamente otorgaban información básica y su relación con el Imperio. Al llegar a las puertas, Rohea saca un juego de tres pequeñas llaves de uno de los bolsillos de su pantalón e introduce cada una en tres cerraduras diferentes, las gira y abre la puerta, desvelando un largo pasillo oscuro a excepción de las cercanías a la entrada, donde la luz del museo permite ver varias estanterías de gran altura en las que hay depositadas varias cajas cerradas.
Nada más entrar aprieta el interruptor de la luz e ilumina la gran estancia. Las luces del techo se encienden de dos en dos, mostrando las largas filas de estanterías que ocupan el almacén.
Rohea y yo ya comentamos qué armas buscamos, por lo que sabemos a dónde hay que dirigirse, así que avanzamos hasta el fondo de la sala y la sirvienta nos sigue. Mientras andamos miro a mi alrededor y observo las cajas, cuyo año de creación disminuye a medida que caminamos, además de unas pocas personas moviendo cajas o buscando algún artículo. Seguimos avanzando hasta alcanzar unas escaleras que descienden a otros pisos, donde el polvo aumenta y la gente disminuye, y utilizamos el montacargas para transportar el carro. Una vez hemos descendido tres pisos, le decimos a la orsiu que no hace falta que siga. Tras esto, hace una reverencia, se da la vuelta y vuelve por donde vinimos. Nosotras andamos un poco más y nos detenemos junto a las estanterías que contienen lo que buscamos. Me acerco a una de ellas, saco una caja, la apoyo en el suelo y le quito la tapa de metal.
- Espero que no estén estropeadas.
Digo mientras observo el contenido: una vieja pistola de 4 disparos de algunos cientos de años de antigüedad, conservada es un estado excelente, con solo unas pocas marcas del paso del tiempo. En la propia caja están guardadas dieciséis balas.
Rohea la coge y procede a examinarla.
- No muestra ningún defecto que pueda afectar al funcionamiento, al menos a simple vista.
Procede apuntar con el arma y aprieta el gatillo después de algunos segundos, produciendo un ligero clic que es aumentado por el eco del lugar.
- Estas armas son lo suficientemente potentes para afectar a cualquiera que te ataque y están demasiado viejas y desfasadas para que se den cuenta pronto del robo.
- Empecemos a cargar.
Digo y comenzamos a colocar varias cajas en el carro, ocultas parcialmente por las telas que trajimos. Tras esto, procedemos a volver a las plantas superiores para retirar otros objetos.
- Muchas gracias por esto.
- Los amigos están para eso. ¿Quién te va a ayudar con tu plan suicida si no estoy yo?
- Estoy preocupada por lo que te pueda ocurrir. Tengo miedo de que te puedan acusar de traición o alguna mierda parecida.
- No te preocupes, me las apañaré sobre la marcha. Ahora vamos a terminar con esto.
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