La mujer le había ofrecido agua y hierbas violáceas para comer pero Arnth tenía más miedo que hambre. Con algo de trabajo la anciana volvió a tomar asiento y sus ojos blanquecinos como las lunas de Rineth volvieron a posarse en el fuego aunque Arnth no estaba seguro si acaso esas pupilas podían ver.
-Disculpe por molestar pero vine porque Gowell pensó que usted podría decirme algo de mi futuro.
La anciana sonrió un poco, sus manos temblaban mientras sujetaba su bastón, las llamas seguía consumiendo las varitas que con la otra mano la anfitriona echaba para conservar el calor.
-Irás a las tres escuelas pero no terminarás de prepararte en ninguna.- dejando el bastón cerca de sí, la adivina tomó el cuenco con agua que antes había ofrecido y bebió un poco.
-Entonces no seré rey… o reina.- murmuró Arnth con tristeza.
-Has nacido de un modo poco común-dijo con calma la señora- y vas a vivir de igual forma. Lo que puedo asegurar es que regresarás tres veces más: la primera en el último atardecer de este mundo, la segunda cuando no quede nadie vivo y la última antes de tu muerte.
Arnth sintió un escalofrío con la profecía. Por unos momentos quiso pedir una explicación pero comenzó a sentir un zumbido en sus oídos acompañado por un dolor de cabeza intenso y mareo. Tal vez sería el humo que emanaba la fogata lo que creaba un sopor que le envolvía. Antes de que sus párpados ya no pudiesen separarse, Arnth logró vislumbrar un objeto brillando por debajo de la capa de la mujer mientras que los que habían sido sus lechosos globos oculares ahora emanaban luces cegadoras. Un grito desgarrador invadió el recinto y luego vino el fuego.
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A la distancia escuchó explosiones. Los sonidos apenas y podían distinguirse como si vinieran de otro mundo. Gritos desgarradores destruían cualquier atisbo de calma. Personas con rostros y ropas nunca antes vistas tenían mostraban gestos de terror y angustia mientras la carne se caía de sus cráneos. Una medusa gigante iluminaba la trágica escena. Sentía un intenso ardor dentro y fuera de su piel mientras sus ojos se derretían dejando un rastro de líquido viscoso.
Temblaba en la oscuridad. Necesitaba que alguien le sacara de ese sitio. Por un segundo tuvo la impresión de que el cuerpo que alguna vez ocupó ya no existía. Estaba perdido, no reconocía a nadie y mientras veía borrosamente a los esqueletos chocar entre sí sintió que toda emoción le abandonaba dejando desesperación pura.
“¡Quiero morir! ¡QUIERO MORIR!” pensaba. Por un momento creyó haber pronunciado estas palabras pero temía no tener boca para emitirlas. Dudaba incluso de su existencia misma pensando que tal vez ya era invisible. No podía ayudar a las criaturas que corrían histéricamente mientras la sangre y los músculos se les resbalaban como un pesado líquido gelatinoso.
“Levántate”.
El fuego que alguna vez se había extendido hasta el vasto horizonte comenzaba a disiparse al igual que el eco de la orden. Pudo ver sus manos intactas y con ellas tocó su rostro. Existía. Abrió los ojos
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Gowell estaba agitándole como si intentase vaciar un saco de semillas. Los movimientos eran tan bruscos que incluso Arnth creyó que su cabeza se desprendería del cuello. Cuando el viejo se dio cuenta que ya había despertado le soltó haciendo que casi se golpease contra una roca.
El anciano se levantó y le extendió la mano a la criatura. Arnth se incorporó y finalmente se dio cuenta que donde alguna vez hubo árboles púrpura el bosque había vuelto a ser verde. El miedo comenzaba a borrarse pero aún podía recordar perfectamente el sueño.
-¿Qué es lo que vi?- le dijo a Gowell mientras retomaban el camino pero ahora el ermitaño no podía brindarle una sonrisa para calmarla. Esta había sido reemplazada por un rostro sombrío, era la primera vez que le veía reaccionar así.
No hubo respuesta.
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El camino de regreso fue mucho más sencillo, tal vez porque Gowell había optado por un atajo o simplemente porque Arnth, en vez de mirar el paisaje, se pasó horas intentando entender.
Conforme el anciano comía más hojas volvía a su estado natural. Se dibujaba lentamente una sonrisa discreta en sus labios mientras llegaban a la fortaleza.
Uno de los guardianes alcanzó a vislumbrar a Gowell y Arnth e hizo sonar el cuerno que tenía colgado en el cuello. Inmediatamente las puertas se abrieron dando paso a una gran escolta de militares quienes guiaron de vuelta al Palacio Real al viejo y al heredero.
Arnth rechazó utilizar el carruaje y optó por acompañar a Gowell a pie con la esperanza de que él pudiese darle en cualquier momento una respuesta usando gestos pero ya en ese punto, el ermitaño parecía haber olvidado la pregunta.
Conforme avanzaban los campesinos y los mercaderes se asomaban intentando descifrar el motivo de la procesión. Un niño delgado de cabello oscuro se había sentado en la rama de un árbol y garrapateaba como loco registrando ese momento a su manera. Arnth redujo la velocidad de su andar intentando ver con mejor detalle a aquel mal alimentado chico. Los guardias le hicieron volver la vista al frente, ya solo faltaban unas cuadras.
Cerca del portal apareció otra persona más, el niño que le había hecho compañía en la carroza. El sol provocaba que su cabello pareciera ser aún más mientras iluminaba sus párpados ligeramente hinchados. Al mirar a Arnth corrió hacia su amigo y sin importarle los protocolos le dio un fuerte abrazo.
Pero Arnth no le correspondió. Por alguna razón temía que si estaba cerca de esa otra persona él podría sentir lo mismo que había vivido en su pesadilla. En su mente se prometió hacer todo lo que estuviese a su alcance para que nadie fuera parte de esa visión. Se liberó con cuidado de los brazos del muchacho y avanzaron por su lado hasta la entrada. Gowell los seguía a la par que masticaba las hojas que tanto le dejaban satisfecho.
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