Sábado, 9 de agosto
17:20 h
Entró atropelladamente en su piso y se sacó las zapatillas sin siquiera desabrocharlas. Lanzó la mochila al sofá de camino a su cuarto. Ya más tarde metería la ropa a lavar.
Algo llamó su atención, justo antes de entrar en el dormitorio, que le hizo parar en seco, dar unos pasos hacia atrás y dar un vistazo más detenidamente. Estaba todo el salón limpio y recogido. Bien por Kiba. Pero se había dejado el portátil encendido… Seguro que le quedaba nada y menos de batería ya.
Tras un gruñido de resignación, se acercó para enchufarlo a la corriente y lo cerró. Cogió el teléfono fijo antes de volver a encaminar sus pasos a su cuarto y marcó el teléfono de casa. No tuvo que esperar mucho hasta que descolgaron.
- Hombreeee, Naruto...
- Hola, papá -le saludó mientras buscaba por el armario-.
- ¿Cómo te va, hijo?
- Bien, bien… Que estaba yo pensando… ¿Vais a ir a algún sitio hoy?
- Que yo sepa, no. ¿Vas a venir?
- Sí, tengo que recoger unas cosas.
"¿Dónde diantres están las sudaderas...?", se desesperó abriendo y cerrando los cajones, sin encontrar nada de ropa de abrigo. Y por las prisas, se pilló un dedo.
- ¡Au!
- ¿Va todo bien...?
- Sí, sí…
- ¿Quieres que le diga algo a mamá?
- No... Bueno, sí -pero se lo pensó mejor-. No, no, no, no, no. Ya cuando llegue hablamos.
- Jmmm… Ve con cuidado, hijo. Las prisas al volante no son buenas.
- Lo sé, papá. En un rato llego.
- Hasta luego... -se despidió con un tono medio burlón y colgó-.
- ¡Arhg!
Naruto se dejó caer de espaldas en la cama, con el teléfono todavía en la mano. Aún no se explicaba cómo había sucedido… Pero había pasado. Al día siguiente, Sasuke iba a ir a comer a su casa.
Empezó a rememorar la conversación, sintiendo que los nervios se lo iban a comer.
Cuando se sentó con él, habían seguido hablando sobre sus viajes por España. Parecía bastante interesado en el tema, así que le contó todo lo que los nervios le dejaban recordar. Lo que no sabía era cómo fue que la conversación se desvió de los cuadros del 'Museo del Prado' a que había aprendido a cocinar paella. Lo que tenía claro era que no le creyó y él, como bocazas que era, le retó a probarla. Fue algo que dijo sin pensar, no esperaba que realmente fuera a aceptar el reto. Mucho menos esperaba que tomara aquello como una invitación para ir a su casa.
Pero le parecía perfecto. Así ya no tendría que estar rebanándose los sesos de cómo pedirle salir sin parecer un acosador.
Ahora el problema era… ¡Que él no tenía ni los ingredientes necesarios ni la sartén especial esa que usaba su madre para hacerla!
Había unas especias que le daban al arroz un sabor característico que eran casi imposible de encontrar ahí donde vivía. Y no tenía ni idea de a dónde ir a buscarlas. Era más rápido ir a casa de sus padres y que su madre le diera un poco. Y, de paso, volver a apuntar la receta para no equivocarse con los puntos de cocción. No era algo extremadamente difícil… Pero todo tiene su truco. Fuese como fuese, tenía que hacer ese plato perfectamente, y anotarse un punto más con el moreno.
Se levantó de un brinco, recordando al fin dónde había dejado las sudaderas o, al menos, parte de su ropa de invierno. Se dirigió al sofá a paso acelerado y abrió uno de los cajones que había bajo los cojines. Ahí guardaba las mantas, y parte de sus prendas de manga larga. Cincuenta kilómetros hacia el interior, en las montañas, eran los suficientes para que la temperatura bajase bastante. Y para cuando terminase de hacer acopio de todo lo que necesitaba, se le pondrían los pelos de gallina si no se abrigaba.
Sábado, 9 de agosto
19:40 h
Caminaba empujando el carrito de la compra, por detrás de sus padres, aún sintiéndose como flotando en el aire. Había tratado de no imaginarse cómo sería el encuentro con el moreno al día siguiente, pero su mente era una traicionera.
Ya le visualizaba entrando en el recibidor, inclinándose un tanto a modo de saludo y sentándose en el escalón para quitarse los zapatos. No le veía muy arraigado a las tradiciones, así que no creía que trajera ninguna ofrenda. Y con el carácter descarado que tenía, le veía entrando hasta el salón como si estuviera en su casa. Tal vez se quedara ahí de pie un momento, hasta que viera el mueble donde tenía los libros. Seguro que se iba ahí a echar un vistazo. Y si encontraba algo de su agrado, lo cogería para empezar a ojear. Le encantaba mirarle cuando estaba concentrado en algo… Era en esos momentos cuando su mirada se tornaba más intensa, como empapándose la mente con otros mundos, y otras historias. Tal vez era de ahí de donde sacaba la inspiración para pintar, y era cuando irradiaba un aire más atrayente.
"Que hablando de pintar…", recordó.
Aún no le había enseñado nada. Habían hecho el acuerdo de que le enseñaría alguna de sus obras a cambio de que él le enseñara algo también. Vale que no eran pinturas... pero le había enseñado una de las fotografías que había hecho. Aún no estaba seguro de que le hubiera hecho ilusión verla… Pero había cumplido su parte del trato. Al día siguiente se lo recordaría.
- Y dime, Naruto… -le cogió por el hombro su madre, haciéndole dar un respingo-. ¿Cómo es él?
- Mamá… -se quejó-.
Dio un suspiro de resignación, pero lo cierto era que se moría de ganas por decir en voz alta parte de sus pensamientos. Guardárselo tanto tiempo lo único que conseguía era quitarle el aire. Echó un vistazo alrededor para buscar a su padre con la mirada, pero al parecer su madre ya se había encargado de mandarle a buscar algo para que les dejara solos. Cosa que agradeció.
- Es un borde antipático… -rio nervioso, intentando no mirar directamente a los ojos a su madre. Ella, sin embargo, no le quitaba el ojo de encima, con una sonrisa, esperando que continuara-. Pero, cuando quiere, es bastante atento. Me mira a los ojos* cuando hablamos… -murmuró, sintiendo el rubor subirle a las mejillas-.
- Vaya… -se sorprendió ella-.
- Unn…
- ¡Ay, mi niño!
De nuevo, su madre le hizo dar un respingo cuando se vio atrapado entre sus brazos. Ya no forcejeaba para que le soltara, sabía que era inútil cuando le daban esos ataques de euforia. Aunque se sorprendió a sí mismo esta vez, al sentirse reconfortado. Le dio un poco de vergüenza hacer aquello en público, pero le devolvió el abrazo y no se apartó cuando le dejó un fuerte beso en la mejilla.
- Mamá… -se quejó cuando le soltó-.
Aunque se quejaba ya por costumbre. Realmente sentía que se había quitado parte del peso de encima.
Comments (3)
See all