Mientras su madre mantenía la ventana cerrada de su habitación, Kraye en cambio había abierto las puertas del balcón a escondidas y se había puesto en cuclillas procurando que ni siquiera los sirvientes pudiesen verle o escucharle.
Cerca de la propiedad avanzaba un grupo de militares quienes intentaban proteger a un viejo y a un niño de aspecto desaliñado. Incluso a esa distancia, Kraye podía notar que había tierra debajo de sus uñas.
Escuchó unos pasos cerca, probablemente de Dorielle o de su hermano Grenth. Temiendo que se tratase de este último ya que estaba pasando sus vacaciones en casa, Kraye se levantó y se deslizó de vuelta a sus aposentos. El temor le abandonó una vez que hubo cerrado la puerta tras de sí. Él sabía bien lo que Grenth podía provocar a veces solo por diversión, lo había visto al menos unas tres veces causar dolor a las personas que servían a la casa Raku pero temía que fuese aún más cruel con quien le estorbaba.
Grenth y Kraye no solamente eran diferentes por el lugar que ocupaban en la familia, también diferían en cómo debían actuar al ser herederos de una de las familias más poderosas de Rineth, a pesar de haber perdido una porción de sus riquezas en las guerras. Grenth gustaba de desperdiciar su dinero en trajes que solo utilizaba una vez, juguetes caros que rompía cada vez que lo llegaban a aburrir e incluso escondía objetos de valor para después culpar a las personas del servicio que no le agradaban.
Kraye prefería mantenerse alejado de los problemas pero de vez en cuando hacía lo posible por ayudar a otros aunque esto le llevase a ser descubierto y puesto en evidencia ante su madre.
- ¡Ya me he cansado de repetirte miles de veces que nuestro dinero no se reparte a los sirvientes! ¡Ellos ya tienen un techo y comida, no necesitan nada más! ¿Cuándo lo entenderás, niño imbécil?- los gritos de su madre solían llegar de un extremo al otro de la mansión, algo que hacía a las alumnas de Lady Raku temerle aún más.
-Perdóname, ella me dijo que necesitaba dinero para curarse y pensé…
-¿Pensaste? Semejantes estupideces dices siempre, tú no piensas. Si por ti fuera nosotros viviríamos en la inmundicia como los pueblerinos, es más, tal vez debería enviarte con ellos.- Lady Raku había clavado sus garras en el brazo de su hijo menor y lo llevaba casi a rastras hasta el ala este, muy lejos de donde se hospedaban las únicas siete aprendices de doncellas.- Tengo una mejor idea y estoy segura de que si tu padre viviera estaría de acuerdo conmigo.
La dama, con los ojos verdes chispeando de ira, abrió la puerta del almacén en el cual guardaban viejos muebles, libros que no se habían tocado en mucho tiempo y cuadros rotos. Ladu Raku empujó a Kraye y le encerró con llave.
-¡Madre no me dejes aquí! ¡Ya no volveré a hacerlo!
-Ya hablé con el director del Castillo y está de acuerdo conmigo en que lo que tú necesitas es disciplina. Vas a aprender a ser como nuestros siervos, limpiarás letrinas con tus manos y tallarás pisos hasta que te sangren los dedos. Eso te enseñará que los Raku debemos solo cuidar solo de nosotros. Tal vez con algo de suerte serás tan excelente guerrero como tu hermano.- se escucharon los pasos de su madre alejándose por el pasillo.
Kraye se sentó en el piso. Alguna vez había intentado gritar para colmar la paciencia de su verdugo pero al final lo único que ganó fueron unos azotes con el viejo bastón que había pertenecido a su padre. Lady Raku siempre había visto con mejores ojos a Grenth a pesar de ser este la principal fuga de recursos de la familia.
Hacía tres años atrás Grenth había decidido que su vocación era luchar y aunque su madre inicialmente se preocupó, al final fue gracias a las historias que su primogénito contaba que se tranquilizó un poco más. A espaldas de ella, Grenth solía contarle a Kraye la verdad, quisiera oírlo o no.
-Una vez a un gordo lo amordazamos y atamos de las extremidades como un ciervo. Lo colgamos de un fresno y nos dedicamos a golpearlo hasta poco antes de la puesta del primer sol. Nadie se había dado cuenta que un idiota se balanceaba de una rama hasta el mediodía. Pero lo mejor lo estoy planeando hermanito y tú serás la estrella, tengo por seguro.- río el chico mientras terminaba de acomodarse el cuello del traje. En esa ocasión, Kraye sabía que las intenciones de Grenth eran verse lo más apuesto y simpático posible para después seducir a las estudiantes de su madre. A pesar de que su hermano solo tenía 12 años, para Grenth el registrar puntos en su lista de amoríos era, junto con la tortura, uno de sus pasatiempos preferidos.
Kraye regresó al presente, a la habitación abandonada. Retiró con su mano un poco del polvo que recubría un viejo sillón rojo, aquel que según él tenía la mejor iluminación de ese sitio. Se dirigió a uno de los enmohecidos muebles, abrió sus cajones hasta encontrarse con unos cuantos pergaminos, un tintero y una pluma.
Desde hacía algún tiempo había tenido que aprender a hacerse de un pasatiempo entre esos muros y el polvo. Es así como Kraye logró colar algunas de sus herramientas de escritura en el almacén procurando conservarlas bien escondidas en su ropa.
Una vez que terminaba de escribir o dibujar, guardaba bien el trabajo de toda una tarde en uno de los muebles antiguos donde, afortunadamente, se dio cuenta que tenía llave.
A veces escribía sobre lo que él vivía en la mansión procurando cambiar el nombre de su hermano y su madre. Otras más él inventaba sus historias y se imaginaba escapando en algún momento del yugo de la familia. La sola idea de tener que ir al mismo sitio que Grenth le causaba nauseas porque sabía que una vez que él colocara un pie en el Castillo se abriría temporada de cacería y él sería la presa más solicitada.
Kraye había planeado también escapar de Rineth pero la sola idea de salir de los límites de la fortaleza le causaba terror. Si algo había hecho perfectamente Lady Raku había sido inculcarles el temor y el odio a sus hijos sobre lo que había más allá de los muros.
-Yo he visto a esas criaturas salir de noche. He presenciado cómo consumen la carne de sus ancianos y a sus bebés. Les arrancan los corazones y los devoran como si nada. La sangre es su vino, es por eso que no les molesta el paladar, al contrario, la saborean son gozo. Nunca deben de salir de los límites del reino, ni siquiera piensen en la posibilidad de hacerlo.
Kraye pensaba que tal vez su madre exageraba sobre lo que se encontraba más allá del reino e incluso en ocasiones le preguntaba a Dorielle si era cierto lo que Lady Raku decía sobre la gente de fuera.
-Mi lady tiene razón, allá afuera corres peligro. Se dicen tantas cosas de los Niños del Desierto pero la única verdad es que les gusta comer personas. Nadie sabe dónde están sus guaridas porque los huesos de sus víctimas quedan tan esparcidos que es imposible determinar dónde se esconden.- la joven sierva le tomo de los hombros esa ocasión, lo miró a los ojos y añadió:- Espero que nunca tengas que verlos como yo lo hice de niña.
Cayó la noche y Lady Raku aún no aparecía a enviar a su hijo de vuelta a sus aposentos. Kraye había aprendido a calcular cuánto tiempo lo podía dejar su madre encerrado y en base a ello siempre se preparaba para que en cuanto ella abriera el almacén, él aparentara haberse pasado toda la tarde llorando.
Lady Raku apareció treinta minutos después de la hora estimada. Kraye estaba sentado en el sillón, miraba sus pies con los ojos rojos por haberse colocado polvo en ellos más que por haber sufrido en soledad.
-Vete, no te quiero ver. Hoy no hay cena para ti.
El niño salió y se dirigió a su cuarto procurando evitar los ojos de su madre quien cerró con llave la puerta tras de si.
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