Lorenzo abrió los ojos, se encontraba en medio de un bosque. Comenzó a caminar sin vacilar, una extraña fuerza lo impulsaba a ello. Se adentró tanto que los rayos del sol dejaron de acariciarle. El silencio se rompió súbitamente con el sonido de un disparo. A lo lejos podría apreciar una figura que lo apuntaba con un arma.
Lorenzo instintiva y disimuladamente buscó sus armas en su cinturón pero no estaban, ¿Acaso se le habían caído por el camino? La sombra se empezaba a acercar sin dejar de apuntarle.
Disparó. Tres tiros.
Dos tocaron a Lorenzo en el hombro y el ultimo en el pecho, justo en el corazón. Lorenzo cayó de espaldas al suelo, se tocó la herida con cuidado y comprobó que, en efecto, se estaba desangrando. Miró a su alrededor, todo estaba en llamas, ¿Cuando había empezado a arder ese bosque? Aquella forma que lo había disparado se acercó y apuntó a la frente de Lorenzo, por mucho que este lo intentaba, los rasgos del sujeto le parecían confusos y cambiantes. Era el fin, si no lo mataba aquel hombre, lo mataría el fuego así que se resignó a su destino. Cerró los ojos y pidió perdón a su don.
Una fría gota cayó sobre su frente, abrió lentamente los ojos y se percató de que empezaba a llover. Lentamente como en una llovizna que en pocos segundos se transformó en aguacero. Aquel que le había disparado ya no estaba, el fuego se empezaba a apagar y su pecho había dejado de sangrar. No entendía lo que había pasado, pero aun así daba gracias al cielo. Miró a un lado y se percató de que un jabalí se dirigía hacia él, pero era tarde y el jabalí lo envistió.
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