Estoy sentado en la cama, esperando, cuando los guardias vienen a por mí. Proceden a abrir la puerta y, una vez hecho esto, me ponen esposas en los pies y las manos. Tras esto, comenzaron a llevarme hasta la Gran Plaza. Nada más salir de la celda me encuentro con una visita indeseada.
- Menudo espectáculo has montado, chaval.
Dice con una risa Ferrus, capitán del cuerpo de los Ángeles Metálicos, un gran pedazo de escoria al que siempre he considerado una deshonra para el cuerpo y del que nunca entendí como alcanzó su rango. Ahora sé que las cosas no eran como yo las veía.
- Un montón de gente se ha reunido para ver como pierdes la cabeza. Debe de ser halagador, ¿verdad?
Se encuentra a un palmo de mi cara, echándome encima su apestoso aliento. Su cara está bañada por cicatrices, una de las cuales atraviesa uno de sus dos ojos marrones. Su pelo negro, del mismo color que su barba, está echado para atrás, llegándole hasta la nuca.
Ya estoy harto de todo, y este imbécil es la gota que colma el vaso. Aprovechando que se quita el yelmo, le propino un cabezazo en la nariz, haciendo que un abundante rio de sangre salga de ella y el idiota caiga al suelo. De todas formas, ya daba igual lo que hiciera en estos momentos. O lograba escapar o moría.
- ¡Maldito pedazo de óxido de mierda!
Rápidamente, uno de los guardias corre a atenderle a medida que me amenaza e insulta, mientras que el otro me obliga a seguir andando.
El viento frio me sacude en la cara nada más salir de la prisión, haciendo que los finos hilos de sangre que me caen de la frente se muevan hacia los lados de mi cara.
Durante el camino a la plaza veo a muy poca gente, la cual me observa desde las ventanas de sus casas o simplemente se aparta si se pasamos cerca de ellos.
No puedo negarlo, estoy asustado. A cada paso que doy el temor aumenta un poco. Sin embargo, no pienso darle a nadie el gusto de poder verlo, por lo que me mantengo erguido y sereno.
Al cabo de unos minutos llegamos a la puerta del ascensor que tomaremos para llegar a nivel de suelo. La espera hasta que llega me resulta eterna e incómoda. Cuando por fin llega a su destino, las puertas correderas se abren automáticamente y procedemos a entrar junto a otro soldado que esperaba en el interior.
- ¿No se supone que tenían que escoltarlo dos personas hasta aquí?
Le pregunta la mujer del ascensor al hombre que me escolta mientras aprieta el botón para bajar a nuestra parada.
- Si, pero el Capitán Ferrus se puso de chulito con el preso y recibió un cabezazo que le destrozó la nariz. Así que mi compañero se ha quedado para atenderle.
- ¿¡En serio!?
Pregunta gritando por la sorpresa mientras se ríe.
- Que bueno.
Tras decir esto, se gira hacia mí.
- Que sepas que me caes algo mejor. El idiota ese se lo tenía ganado.
- Mejor que no digas nada así cerca de algún superior a no ser que quieras buscarte un problema.
Dice su compañero nada más oírla.
- Si mamá.
Cuando ya nos acercamos a la Gran Plaza me quedo impactado al ver la gran cantidad de gente que se ha congregado en la zona. Una vez el ascensor se detiene, los soldados me llevan por un camino delimitado que nos separa del gentío, el cual enmudece el mismo momento que pongo un pie fuera del ascensor. Siento el peso de todas las miradas que se posan sobre mí mientras recorro el camino, el cual lleva a una plataforma que ha sido montada en el punto más central que permiten las diversas decoraciones de la plaza, especialmente una gran estatua situada en el centro de los fundadores de esta supuesta civilización, Tálema y Dáelus. No puedo evitar pensar en qué dirían si vieran los podridos frutos que surgieron de su sincero esfuerzo.
Cuando por fin llegamos a las escaleras, me resulta difícil subir cada peldaño. Tras acabar de ascender encuentro a tres personas con uniforme militar de gala, plateado y cargado de adornos de varios colores. Reconozco a uno de ellos como el General Titano Grecos, del ejército de tierra, un hombre mayor con el pelo cubierto de canas y la cara llena de arrugas. La pareja que me ha acompañado hasta el momento me deja a cargo de los acompañantes del general, los cuales cargan cada uno una alabarda.
- Compañeros y compañeras humanos, nos encontramos aquí para presentar un castigo ejemplar a nuestro antiguo compatriota, quien se rebeló ante el cumplimiento de su deber como soldado y traicionó a nuestra patria, el grandioso Imperio. Que este sea un momento en el que se recuerde que aquellos ingratos que se opongan a esta magnífica civilización y a sus nobles habitantes serán castigados, pues somos nosotros la fuente de la prosperidad de Asroa, la cual hemos de proteger eliminando cualquier amenaza, ya sea interna o externa.
Los elegantes soldados me hacen ponerme de rodillas cuando el carcamal de Titano termina su nauseabundo discurso. Este último se acerca a mí mientras desenvaina una espada con un filo ornamentado.
“Joder Volmia, ¿Dónde demonios estás?”
Como respuesta al pensamiento, una figura envuelta en un manto de plata sube a la plataforma y antes de que nadie sea capaz de reaccionar, saca dos pistolas y, con un sonido fuerte como un trueno, dispara contra el general y los soldados de las alabardas. Aprovechando la sorpresa de la gente, dos pares de grandes alas de metal atraviesan el manto, rompiéndolo y revelando a Volmia llevando una voluminosa armadura, en la cual han sido puestas dos filas de fundas caseras que sujetan varias pistolas, una a cada lado del cuerpo y con varios depósitos para otras tantas, además de un cinturón el que lleva varios cargadores. Antes de que todo el mundo se recupere del asombro, mi hermana se acerca con la velocidad de un rayo y, tras ponerse la mascarilla, alza el vuelo.
- ¡Tenías que esperar hasta el último momento, como el héroe de una leyenda!
- ¡De nada capullo! ¡No ha sido tan fácil como aparentaba, ¿sabes?!
Después de nuestra fuga la gente ya ha comenzado a alarmarse y las tropas de las cercanías empiezan a dispararnos con los fusiles de energía.
-Mierdamierdamierda.
Mientras Volmia está ocupada con el único mantra que puede llevar a cabo con su lengua, agarro una de las pistolas y empiezo a usarla, lo que es condenadamente complicado entre el movimiento, la distancia y el que nunca haya agarrado una de estas antiguallas antes.
Mientras Volmia nos lleva entre los edificios de la capital, empiezo a ver como se han desplegado algunos Ángeles.
- ¡Ángeles! ¡Ve más deprisa!
- ¡Claro, porque usar este puto trasto terminado con prisas es fácil!
- ¡Deja de quejarte!
Durante varios minutos avanzamos a duras penas mientras evitamos estrellarnos contra las torres y los puentes, a la vez que los utilizamos para estorbar a nuestros perseguidores. Aprovecho los pocos segundos de relativa tranquilidad que tenemos para recargar las armas.
- ¡Queda poca munición!
- ¡Ya casi hemos salido!
Estamos cerca de las murallas de la Ciudadela, cerca de nuestra huida. Pero esto implica que ya no tenemos estructuras con las que cubrirnos, por lo que somos un blanco fácil. Me giro y veo como un brillo azulado comienza a formarse.
- ¡Pliega las alas! ¡Deprisa!
Puedo notar como Volmia duda por un momento, pero confía en mí y se deja llevar por el abrazo de la gravedad, esquivando el rayo por poco. El viento me silba agresivamente en los oídos a medida que el suelo está cada vez más cerca.
- ¡Sube!
Mi hermana no me hace caso, está paralizada del terror. Siento como la fuerza con la que me agarra comienza a debilitarse y sus brazos tiemblan. Respondo agarrándole la cabeza con las manos y mirándole a los ojos.
- ¡Volmia, no te dejes llevar por el miedo, puedes hacer esto! ¡Céntrate en las alas, siéntelas como si formasen parte de tu cuerpo y muévelas!
Mis palabras hacen reaccionar a Volmia, que despliega las alas lo más rápido que puede, consiguiendo que ascendamos.
Cuando me doy cuenta de donde estamos, las claras aguas del rio Sila se extiende debajo de nosotros. En ese momento en el que ambos nos distraemos, el ala derecha de la armadura es atravesada y comenzamos a caer.
- ¡Mierda!
Gritamos ambos al mismo tiempo.
Mientras giramos sin control a medida que nos precipitamos sobre el bosque de Orinia, Volmia me envuelve con su cuerpo.
Atravesamos las verdes copas de los árboles destrozándolo todo a nuestro paso, frenando así un poco la velocidad, y aterrizando bruscamente con el duro suelo. Tras unos segundos y varios gruñidos por parte de ambos, abandono el abrazo protector de mi hermana y me tumbo a su lado a medida que las hojas de los árboles caen sobre nosotros.
- Jo-der.
- ¿Estás bien Vol?
- Dentro de lo que cabe sí. ¿Y tú?
- También bien.
- Di lo que quieras, pero eso ha sido una pasada.
- La verdad es que sí. Por cierto, vuelas como una borracha.
- Vete a la mierda.
Nos levantamos doloridos y con dificultad. Una vez logro mantenerme en pie, me acerco tambaleando hasta Volmia y aprieto el botón de emergencia de las alas, quitándole los restos de encima, los cuales caen con un fuerte sonido al suelo.
- Gracias. Ahora deja que me encargue de lo tuyo.
Desenvaina un cuchillo estándar del ejército y aprieta un botón situado en la base de la empuñadura, haciendo que el filo se envuelva en una luz azul.
Estiro lo más que puedo los brazos y las piernas para facilitarle el trabajo. El cuchillo atraviesa con gran facilidad las cadenas de las esposas. Tras esto, empiezo a mover vigorosamente los brazos y las piernas.
- Nalda me comentó que hay rumores de un campamento de renegados por el bosque. Puede que nos ayuden si les encontramos.
La ironía de la situación me hace gracia.
Empezamos a correr entre los arboles antes de que los soldados nos alcanzaran. El ruido de las ramas rotas y órdenes dadas a gritos se empieza a escuchar al poco tiempo.
Volmia anda con torpeza a causa de la armadura, haciendo que vayamos más lentos y cada vez se acerquen más nuestros perseguidores.
- ¡Están aquí!
- ¡Mierda!
- ¡Corre!
- ¡No me digas!
El resto de soldados se acerca y disparan sobre nosotros cada vez que nos tienen a la vista. Afortunadamente los arboles les dificultan la tarea. Cuando podemos disparamos las pistolas contra ellos, manteniéndolos a raya, aunque cada vez se acercan más.
Nuestras opciones son cada vez menos, así que garro el cuchillo y me preparo para luchar mano a mano. Mis músculos se encuentran en tensión, listos para actuar, cuando se acerca uno de los soldados. Sin embargo, antes de que pueda hacer nada, acaba envuelto en llamas.
- ¿Pero qué demonios…?
Comments (0)
See all