Conseguir un demonio no es cosa sencilla. El contrato usualmente tiene un precio excesivamente elevado que pocos están dispuestos a pagar. Los precios pueden variar y al igual que los buenos comerciantes pueden llegar a un acuerdo en el cual ambos involucrados sean felices: El comerciante y el comprador.
La adquisición de un demonio tiene distintos precios. Algunos comunes y vagos:
☪Alma humana: Usualmente en este tipo de intercambio la firma avala que cuando esa persona muera su alma será propiedad del comerciante. Nunca se especifica cuando es que morirá o como.
☪Sacrificio animal: Engañoso y bajo. El comerciante puede pedir el sacrificio de cualquier espécimen que se considere animal -el ser humano entra en la categoría de ❝Animal pensante❞-, el cual se indicará una vez firmado el contrato.
☪ Intercambio. Demonio por otro: Sin comentario.
Algunos contratos son más extraños que otros, sin embargo todos tienen una misma finalidad. Si eres astuto puedes conseguir un demonio por un muy bajo costo. Muy pocos lo han conseguido. Un consejo muy útil es nunca tratar de engañar a un comerciante, son muy astutos, perciben el engaño, sobre todo el temor, no se impresionan con facilidad. Si saben que quieres timarlos cederán pronto a tu treta y te obsequiarán un demonio, no firmarás contrato puesto que el pago será inmediato. Suerte con ello.
La tienda de demonios no sólo aparece en Halloween. Es oportuna e inoportuna. Un demonio no es usado para un sólo fin y es por eso que debes elegir con cuidado, elegir el correcto.
Jessamine lo sabía, incluso antes de que yo apareciera. Pero incluso ella no fue lo suficientemente astuta.
Ella era indudablemente perfecta. Si hablábamos de fenómenos. No tenía una cola larga de reptil, o dientes afilados de vampiro. Ella sólo era... ella. Con una estatura media, abundante cabello azabache, una piel ligeramente tostada y unos profundos ojos negros casi lúgubres, intimidantes.
La primera vez que vi a Jess contaba con una cantidad de demonios que incrementaba a cada día, al igual que todos los seres humanos, no tenía la más remota idea de que aquellos animalejos le seguían a todas partes y sólo eran una sombra que apenas le tocaba.
Pequeños y grandes, con múltiples apariencias que cambiaban de acuerdo al estado de humor de su creadora. Ubicados en distintos lugares seguían a Jess a todas partes. Algunos colgando de sus brazos, otro más de su espalda, alguno que otro pequeño aferrado a su cuello, a sus pantorrillas y en cuando se encontraba sentada, otro más dormía plácidamente en su regazo. Ni uno sólo faltaba un día.
En ocasiones, la presión excesiva de alguno le molestaba. El pequeño del cuello apretaba con fuerza impidiéndole respirar y la pobre chica recibía una fuerte reprimenda cuando el médico le aseguraba a la señora Evans que su hija estaba en perfecto estado de salud. Si tan sólo su horrible e imperceptible sentido de la vista mundano les hubiese permitido ver las pequeñas marcas en su cuello las cosas hubiesen sido distintas.
—Busca otro modo de llamar la atención.
Repetía una y otra vez su madre mientras tomaban el transporte público, pero Jessamine sólo asentía acostumbrada ya a los regaños.
Quizás el humor desinteresado de Jess se debía a la constante y fatigante rutina con su madre. Regaños, reproches y múltiples reprimendas con una moraleja sobre las cosas buenas y malas, sobre como Dios se encargaría de castigarla por mentir, por su excesiva y exagerada forma de mentir para llamar la atención y sobre todo por auto flagelarse y dañarse. La chica únicamente podía bajar la cabeza y asentir con un ceño fruncido que también era corregido por su madre.
—La malas obras siempre tienen su castigo y Dios se encarga de ello.
Esa frase se había convertido en una de las favoritas de la señora Evans y la que Jess más odiaba. Siempre que recibía una reprimenda quería erguirse en toda su estatura y de la forma más educada y tranquila que pudiera emplear —después de que su madre la cabreara— decir que ella lo que menos deseaba era atención, que no era tan estúpida para auto lesionarse y que podía meter sus puñeteras lecciones de bondad de vuelta en su boca. Sin embargo. Permanecía callada, siendo ella quien se tragaba sus propias palabras.
La última vez que casi fue estrangulada, Jessamine Evans conoció la tienda y a su comerciante y esa fue la última vez que los pequeños demonios permanecieron a su lado.
Y así, el peor minuto, de la peor hora, del peor día que había tenido jamás fue precisamente en el que un mono feo completamente negro terminó en sus manos mordisqueando sus dedos. Los dientes pequeños y curvos lograron causarle apenas rasguños, suficientes para aumentar el enfado de Jessamine.
—Si lo quieres sólo debes tomarlo— y ella no lo dudó. Tomó a la criaturita igual que si tomara una roca, una tonta e insignificante roca. Pero eso sólo fue la carnada.
No le importó quien le otorgaba ese presente, no le importó de donde procedía y mucho menos los muchos conflictos que le traería a su vida —no a la de ella—, y mucho menos notó el peso en su pierna cuando su verdadera compra se aferró a ella. Ese fue el día en el que comenzó a hablar sola. Cuando comenzó a dar la impresión de estar completamente demente y sin embargo estaba mucho más cuerda de quienes le rodeaban.
Jess tenía un carácter muy particular. Siempre parecía mantener la calma y siempre explotaba en completa soledad. Casi. Testigo y muñeco de control de ira resultó el feo monigote quien, a diferencia de sus demonios anteriores, permanecía bajo la cama esperando no ser encontrado. Y es absurdo que el verdugo quisiera escapar de su victima mientras esta estaba dispuesta a cortarle la cabeza para poder salvar la propia.
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