Un gran orco lleno de cicatrices se abre paso a empujones hacia nosotros, con intenciones de todo tipo menos amistosas. Cuando ya llega hasta nosotros, lanza un puñetazo con una mano envuelta con un guantelete. Logro esquivar el golpe echándome a un lado, pero Volmia lo recibe y acaba en el suelo, aunque contaba con eso. Volmia está perfectamente gracias a la armadura, pronunciando todo tipo de insultos contra su agresor, quien ahora tiene la mano derecha dolorida, así que me lanzo conta él. Recuerdo la parte de mi entrenamiento en la que se nos enseñó las claves de combatir contra orcos. Para empezar, no hay que ver su cuerpo como una amenaza, si no como un blanco mayor, así que aprovecho la diferencia de tamaño y me pego a él, asestándole un golpe en el hígado. Con respecto a los humanos, sus órganos son de mayor tamaño, así que es más fácil acertar. Mi contrincante se dobla por la mitad, se rodea la cintura con su brazo dañado y se apoya en el suelo con el izquierdo mientras el coro que se ha formado a nuestro alrededor empieza a gritar.
- Quédate en el suelo.
No tengo ganas de continuar con la pelea y no deseo hacer nuevos enemigos, pero no le quito la vista de encima. Como me imaginaba, el orco se levanta, tambaleando. Apenas se mantiene en pie y le tiemblan las rodillas cuando me vuelve a amenazar.
- Te voy… a… matar.
Mantengo la guardia alta, con mi brazo izquierdo un poco más adelantado que el otro y el pie derecho detrás, en punta. El orco se me acerca a duras penas e intenta darme un golpe lamentable, el cual bloqueo con facilidad y acompaño con un golpe de mazo en la mandíbula, aturdiéndole. Vuelvo a pegarme a su cuerpo, agarro su brazo, que no había soltado desde el bloqueo, con las dos manos, coloco mi pierna izquierda entre las suyas, la levanto, girando mi cadera a la izquierda e inclinándome hacia delante, y le tiro al suelo. El orco pierde el aliento y no puede moverse mientras lucha para respirar y la gente me corea.
- ¡Humano! ¡Humano! ¡Humano!
Tardará en levantarse, así que me doy la vuelta y camino hacia mi hermana.
- ¿Qué está pasando aquí?
Una voz grave habla y todo el mundo calla. Al girarme veo a un orco con piel de color verde claro, pelo negro azabache corto, con un mechón recogido detrás de la cabeza; el ojo izquierdo marrón y el otro cubierto por un parche que cubría el paso de una cicatriz que le cruzaba en diagonal el labio y terminaba en la barbilla. De entre los labios asomaban un par de colmillos pequeños y ligeramente curvados
Se fijó en mí y me examinó con la mirada, pasando a mi hermana y al orco que está en el suelo, levantando las cejas y acariciándose la barbilla.
- Definitivamente me he perdido algo interesante. ¿Alguien tiene la bondad de ponerme al día?
La mujer orsiu de antes se acerca hasta él.
- Estos dos humanos estaban siendo perseguidos por un grupo de ángeles metálicos en el bosque. Les ayudé pensando que deben de tener información útil. Además, han dicho que Nalda Paerso les habló del campamento.
El orco sigue acariciándose la barbilla mientras cierra el ojo.
- Muy interesante, desde luego. Sin embargo, los ángeles sobrevolarán el área en su busca, así que debemos ocultarnos cuanto antes.
Empieza a dar órdenes y la mayoría se mueve con diligencia, mientras que unos pocos levantan al orco con el que me he peleado y se lo llevan. La orsiu permanece a su lado, mientras una niña con la cara y los brazos tapados se esconde asustada detrás de ella, asomándose de vez en cuando para mirarnos.
- No nos hemos presentado, soy Ánakam, líder de este grupo, y está de aquí es Nikeila.
El orco me extiende la mano mientras la otra mueve la cabeza a modo de saludo.
- Encantado, soy Tantalius, y ella es mi hermana, Volmia.
Le apretó la enorme manaza mientras mi hermana mueve también la cabeza a modo de saludo y no levanta la vista de la orsiu.
- ¿Todos los humanos tenéis nombres así de raros?
La orsiu cruza los brazos a medida que dice esas palabras.
- El tuyo tampoco es que se quede atrás, Nikeila.
Volmia hace gala de su lengua en respuesta, haciendo que la tensión entre las dos aumente.
- Acompañadme a mi tienda. Ahí podremos hablar tranquilamente.
Ánakam nos guía a los cuatro hasta su tienda. Por el camino veo a los renegados colocando mantas por encima de todas las tiendas que están montadas para camuflarlas y recogen todo lo demás. Cuando llegamos a la tienda del líder rebelde, Nikeila flexiona las rodillas y habla con la niña.
- Venga Nau, vete a ayudar. Tenemos que hablar de cosas importantes aquí.
La pequeña asiente y se dirige al grupo más cercano, que inmediatamente le da una tarea.
Entramos en la tienda, de forma rectangular y una punta en el centro de la parte superior, mientras ponen las telas por encima. Su interior es muy modesto, con unos cojines en el suelo a modo de asientos, una cama en un rincón, ropa plegada en otro y, en un lado, cuidadosamente colocada, hay una enorme espada de piedra, idéntica a la de aquel orco que maté el día que me enfrenté a Protecnia. ¿Sería la misma?
- ¿Te llama la atención?
El orco me saca de mi ensimismamiento con su pregunta.
- No he visto una espada así antes.
- Es una herencia familiar, hecha a partir de obsidiana. Antes pertenecía a mi hermano, pero tras su muerte es mía.
El orco habla con cierta melancolía. Con mis sospechas convencidas, debo ocultar la verdad. Me mantengo tranquilo.
- ¿Cómo podemos saber que no sois espías?
El líder de los rebeldes habla tranquilamente, como si no fuera una acusación grave.
- El Imperio os ve como a una molestia menor, como las cucarachas. No os considera lo suficientemente peligrosos como para hacer un mayor despliegue de recursos. Además, los sirvientes no hablarían de los rumores de un campamento rebelde con las fuerzas imperiales, y muchos menos alguien con un pasado como Nalda.
Tras exponer mis argumentos el orco vuelve a frotarse la barbilla. Empiezo a pensar que es una manía suya.
- Es un buen argumento, pero, podríais haber torturado para conseguir la información.
- Si fuera así entonces se habría desplegado un grupo de soldados y este sitio no sería más que cenizas.
- Concuerda con su forma de actuar.
Ánakam parece convencido.
- Me gustaría saber a que os dedicabais antes de escapar de la Ciudadela y por qué lo hicisteis.
Le contamos de forma resumida los sucesos que nos llevaron hasta el momento, omitiendo que maté a su hermano. Al cabo de un rato, Nikeila me interrumpe, indignada.
- ¿Me estás diciendo que, desde tu punto de vista, estabas “haciendo lo correcto”? Sí, claro, porque eres un jodido héroe para los tuyos mientras los salvajes trabajamos como esclavos en vuestras minas, vivimos atrasados y encima tenemos que serviros. Voy a serte sincera, quiero arrancarte la piel con el cuchillo, pedazo de mierda.
- Nikeila, a mí también me saca de quicio, pero entiende que su perspectiva era otra.
Ánakam intenta tranquilizarla, aunque comparto su opinión. Me siento como un imbécil y un montón de mierda.
- ¡A la mierda!
El semblante del orco cambia, adquiriendo una gran seriedad, y la insta a mantener la calma, al menos hasta que termine la reunión.
Continúo el relato hasta que Volmia toma el relevo para narrar desde la preparación de su plan hasta este momento.
- Menuda historia.
Dice Ánakam mientras Nikeila muestra una enorme sonrisa de satisfacción.
- Lo sabía.
La orsiu habla mientras extiende sus uñas y empieza a limpiárselas con un cuchillo.
- Me imaginaba que serías un soldado.
El líder rebelde mira entonces a mi hermana.
- Si eres la mitad de buena de lo que dices ser nos serías de gran utilidad. En realidad, si nos apoyáis, ambos seréis una gran ayuda. ¿Qué me decís?
- Yo acepto.
Respondo.
- Yo también me apunto. Y soy mejor aún de lo que imaginas grandullón, así que sigue regalándome los oídos, sobre todo cuando me veas trabajar.
Oigo el canto de un pájaro, muy parecido al de antes, pero con una secuencia diferente. Ánakam se lleva un dedo a los labios y ya entiendo de qué se trata, una patrulla ya está llevando a cabo un reconocimiento aéreo. El orco se mueve lentamente hasta el espadón y agarra el mango de metal, mientras que Volmia carga en las pistolas que quedan la munición restante, yo agarro el cuchillo y Nikeila deja de limpiarse las uñas con el suyo y prepara una flecha de punta redonda en el arco. Cojo una pistola que Volmia me da y todos permanecemos en guardia durante un largo tiempo en el que todo el campamento se encuentra en un silencio total. Tan solo oigo mi propia respiración y el ruido de los pájaros que han anidado cerca, a la vez que noto los latidos de mi corazón y agarro más fuerte mis armas, apretando un poco el gatillo de la pistola. Después de un tiempo que se me hace larguísimo, oigo otra vez el mismo sonido de antes, así que miro al orco, que relaja las piernas y abandona su postura de guardia. Suelto un suspiro y libero a mi cuerpo de la tensión, igual que el resto, y poco a poco vuelve a oírse el ajetreo del campamento. El líder renegado deja la espada de obsidiana donde se encontraba antes y se dirige a mi hermana y mí:
- Ahora que se ha tranquilizado el ambiente deberíamos encontrar un sitio donde os podamos meter. No obstante, debéis dejarnos todas vuestras armas antes.
Soy el primero en acceder, entendiendo las razones de Ánakam.
- Me parece bien.
Volmia no parece estar muy convencida, pero accede al no quedarle más remedio.
- Está bien.
- La armadura también.
Incide el orco.
- Vale, pero me va a llevar un rato. Además, debajo llevo un mono ajustado sudado, así que me vendría bien que me dierais ropa limpia.
- Si os sobra para mí también lo agradecería.
Después de hablar ayudo a mi hermana a quitarse la armadura mediante los mecanismos de apertura manual, algo bastante más complicado que estar quieto mientras una máquina hace el trabajo, al tiempo que envían a alguien a por ropa, que tiene más importancia de lo que aparenta por lo mucho que suda al hacer ejercicio. Después de unos largos minutos en los que alternamos entre discutir sobre cómo hay que hacerlo y quitar las partes de la armadura, tenemos todas las partes que la componen separadas y ordenadas, revelando el mono gris estándar para el uso de las armaduras, sin ningún tipo de adorno, con manchas oscuras de sudor.
- ¿Cómo es que sudas tanto?
- Exudo más feromonas. Por eso ligo más que tú, capullo.
- Si a ti no te soporta nadie excepto yo, y porque somos familia.
- Cerebro oxidado.
- Pedazo de borde.
Nikeila interrumpe nuestra “emotiva” discusión de hermanos para avisarnos que ya tiene la ropa y, después de lanzárnosla, que dos personas de confianza nos van a escoltar hasta nuestra tienda mientras la armadura y las armas son almacenadas en la armería. A medida que avanzamos vemos como devuelven todo al estado anterior, trabajando tranquilamente pero sin parar, excepto para para mirarnos de vez en cuando; hasta que llegamos a una tienda pequeña y sencilla, mayoritariamente verde, llena de parches de distintos colores y agujeros que ha visto mejores tiempos y se encuentra apartada del resto. Al entrar vemos que en su interior tan sólo hay dos montones de pieles y telas para proporcionar un sitio donde dormir y una jaula de metal parcialmente oxidada con velas en el interior.
- Ayúdame a quitarme el mono, que no llego.
Me acerco y le bajo la cremallera hasta poco más de la mitad de la espalda, el límite, y empiezo a disfrutar del espectáculo que es Volmia peleando para quitarse el traje. Cuando por fin se lo quita, lo tira sin mirar, dejándolo donde aterriza, y repite la misma operación con la ropa interior para después lanzándose desnuda sobre uno de los montones.
- Voy a echar de menos mi cama.
Entiendo el pensamiento de Vol, aunque después de dormir en aquella jaula, hasta el colchón de la prisión me parecía mejor.
- Tendrías que haberte puesto el traje sin ropa interior.
Hace una mueca exagerada y me mira con disgusto.
- Soy tu hermana, degenerado.
Hago caso omiso a su comentario y le respondo con tranquilidad:
- Es mejor ponérselo sin ropa interior por las rozaduras, cretina. Y, por cierto, límpiate, que me niego a dormir contigo al lado así. Puedo oír el sonido de un rio cercano.
- Muy bien quejica.
Se levanta y coge algunas telas y pieles para cubrirse, no sin antes olerse el sobaco y hacer un gesto de desagrado.
- Vale, no tan quejica.
Volmia habla con los guardias y se va con uno de ellos, quedándose el otro vigilando. Me tumbo sobre mi montón y mi mente vuelve a los sucesos que me han llevado a este momento y la mentira que había estado viviendo. Evito caer en el inútil autocastigo y pienso que ahora tengo la oportunidad de luchar de verdad por la causa en la que creía, aunque no pueda enmendar los errores que he cometido. Empiezo a notar el esfuerzo de todo el día y cierro los ojos, teniendo la primera noche agradable en días.
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