Pronto darían las diez y yo seguía sentada en el coche. Ya había aparcado en el parking del restaurante y revisé por tercera vez si mi pintalabios estaba bien. Algo en mi me decía que era mala idea verle después de tanto tiempo, pero otra parte insistía en que tenía que bajar ya. Cogí los zapatos de tacón que estaban en el asiento del copiloto y me los puse, pues con ellos no podría haber conducido hasta allí. Aspiré y expiré para relajarme. Salí del coche mientras veía a los aparcacoches aparcando, que sino, coches. Yo rechacé eso, preferí aparcar yo. Cerré y guardé las llaves en mi bolso. Siguiendo el consejo de Blue, vestí un traje de gala azul marino con espalda abierta y buen escote. Adornado con un collar de circonitas y zafiro azul. Bolso y zapatos a juego, creo yo que no podía ir más elegante para la ocasión. Era un restaurante muy famoso y caro.
En la entrada había, como de costumbre paparazis, que había abordado a una pareja de actores famosos. Con aquella distracción aproveché para entrar sin que me molestaran mucho.
- Señorita ¿En qué puedo ayudarla? –dijo el maître nada más entrar por la puerta.
- Acompaño al Señor Ian Montbleu.
- ¡Oh! Por favor, pase, pase. El señor ya se haya en la mesa- indicó el camino.
Ian en verme se levantó e indicó al maître que se retirara.
- Cuanto tiempo Alice – me saludó mientras movía la silla para que me sentara.
- Así parece. – me senté, él me acomodó la silla y se sentó en frente mía.
Observé que no estaban las cartas del menú, por lo que de seguro él ya había pedido la comida para ambos. Ian llevaba un esmoquin con un corbatín. Con su edad, no le queda nada mal.
- ¿Qué tal has estado? Has crecido muy guapa, con el pelo suelto así, parece que vayas incitando a los hombres. –Dijo mientras abría una botella de vino tinto.
- He tenido de todo estos años, y no me digas que pensabas que esperaría por ti para crecer. Después de marcharte de un día a otro.- comenté acercándole mi copa.
- Ya veo que aún me tienes un poco de rencor por eso…- se rio ligeramente mientras dejaba la botella.- Tengamos una cena tranquila… ¿Vale?
- Hm… Claro, no puedo desperdiciar una invitación así- dejé caer una de mis más dulces sonrisas.
- ¿Qué tal esta Blue?
- Muy sano y energético, le enseñé algunas palabras y ha memorizado conversaciones.
- ¡Oh! Me alegro, sabía que era un buen periquito.
El camarero nos trajo la comida y ambos disfrutamos de una velada tranquila con una charla amena sin centrarnos en problemas ni rencores tontos. Él aun recordaba mis gustos y mi afición por los postres, que fue lo que más abundó al final.
- Sabes, este restaurante también es hotel.
- ¿No me digas? Sabiendo que tú eres el dueño. ¿Me estas enviando una indirecta?- arqueé ligeramente mi ceja.
- Veo que has madurado, antes no hubieras dudado y ya estaríamos en la habitación del hotel.
- ¿Síndrome de Estocolmo?
- Eso es cruel… Te di de todo y te saqué de tu jaula.
- Puede ser, pero luego te marchaste dejándome sola. Aun sabiendo lo que sentía. ¿Pero las apariencias te pudieron? ¿La diferencia de edad?
- Fuiste una amante espectacular, no habrá mujer como tú.
- Ya, y eso es lo que te perderás ahora.- jugué con mi mechón de pelo.
- Fueron tres años buenos, pero de los que uno piensa y luego se arrepiente. En mi caso, solo los superé. A mi edad ya no estoy para tener remordimientos por eso.- comentó levantándose.
- Ya veo…- me levanté también. Me acerqué a él y le agarré del brazo- ¿Y qué tal esta tu mujer y tus hijas? La más mayor debe de tener… ¿13 años?
- Así es, quiere heredar la empresa junto a su hermana, estoy orgulloso de ellas. Y amo a mi mujer de la misma forma que el primer día que la conocí.
- Eso está bien. Espero que seáis felices. – finalicé mientras salíamos por la puerta del restaurante.
- Muchas gracias.- dijo mientras soltaba mi brazo.
En la entrada del restaurante estaba la mujer de Montbleu que venía a recogerle junto con su hija pequeña, de aproximadamente 2 o 3 años.
- Señora Maite Montbleu. Mucho gusto en conocerla. Le debo mucho a su marido- comenté mientras mostraba mis respetos. Alcé la mano para acariciar a la preciosa niña que llevaba Maite en brazos.- Tú también eres adorable y tienes unos padres geniales.- rematé con una dulce sonrisa.
- Así que tú eres la que hasta hace poco eras la protegida de mi marido, Alice Von Goldaugen. Mucho gusto en conocerla también.
- Bueno, me despido. Que disfruten de la noche- y me marché al aparcamiento.
- Saluda a tu padre de mi parte.
- Claro, nos llevamos tan bien- bromeé mientras me alejaba.
Subí a mi coche lo más rápido que me permitieron mis tacones y me cerré allí un rato. Pero las lágrimas no querían salir, simplemente porque ya hacía tiempo que lo había superado. Me miré en el espejo y forcé una sonrisa. Estaba apuntó de arrancar el coche cuando empezó a sonar mi teléfono. No reconocía el número.
- ¿Sí? - contesté
- ¿Señorita Alice? – aquella voz me sonaba, era una de las sirvientes de mi hermano mayor.- Por favor, no me cuelgue.
- Pues estoy a punto, de haberlo sabido no lo cogía.
- Lo sé, por ello la llamé por otro número. Por favor escúcheme, ha habido un grave problema.
- Y a mí que me contáis…
- ¡Señorita sus modales!
- Cuelgo~~
- ¡Su hermano ha sufrido un accidente! – su voz nerviosa tiembla.
- ¡¿Qué?! ¿Qué ha pasado?
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