- Que bien, ¿no? – comentó Hugo.
Con una sonrisa, Lázaro asintió.
- La verdad es que sí – añadió -. Es una chica increíble.
- ¿Y la quieres de verdad?
- Esa pregunta...
Lázaro tomó un sorbo de la bebida. Miró el fondo del vaso una vez lo apuró. Quedaba un pequeño poso, que bebió también.
- Claro que sí. ¿Por qué preguntas eso?
- No, por nada – dijo Hugo, encogiéndose de hombros -. Bueno... – añadió, mirando al cielo -. Pues yo creo que me voy a ir ya. ¿Te vas a quedar mucho más?
- No. Sólo un rato más.
- Nos vemos esta noche, ¿no?
- Sí, claro.
- Pues hasta esta noche.
Hugo se levantó y se despidió de su amigo con un gesto de la mano. Por su parte, Lázaro cogió su herramienta. Pronto empezaría a oscurecer, y todavía tenía que talar un poco más. Levantó su hacha y golpeó la madera.
¿Qué había sido eso?
Ese era Hugo, de eso no cabía duda. Pero, ¿qué pintaba él ahí?
Bueno, era el sueño aquel que se repetía como una comida pesada. Cierto que hacía tiempo que ni pensaba en ello, pero, ¿por qué mierda venía ahora?
La verdad, es que, para meterse en un sueño, aquel en el que estaba: en la playa, tirado sobre la arena, bajo la sombrilla, y con Isabel tumbada a su lado.
Estaba despierta. Su frente se apoyaba sobre el hombro de Lázaro, mientras le miraba directamente a los ojos.
- Hola... – susurró ella.
Lázaro la tomó de la cintura, arrastrándola hacia él.
- Hola – respondió Lázaro al tiempo que la besaba.
Hacía casi una semana que Lázaro e Isabel empezaron a salir. Esa noche, en el “Aventino”... Lázaro no la podría olvidar. ¿Y cómo iba a quererlo?
Aquel día quedaron para ir a la playa con todos sus amigos, pero, en ese momento, no parecía haber nadie más por ahí. Mejor así. Necesitaban algo de intimidad.
- ¿Nos pegamos un baño? – propuso Isabel, mientras se levantaba.
- Venga.
Allí en el agua, algunos de los amigos de Lázaro se dedicaban a toda clase de juegos, a los que la nueva pareja se unió.
Aquello era increíble para él. Hace sólo un mes (o seis años), estaba destrozado. De tal manera, que casi le lleva a la muerte. Por una tontería.
¡Y de qué forma había cambiado todo!
Ahora tenía una novia fantástica: guapa, muy agradable, lista, noble, sincera, trabajadora... a Lázaro se le desbordaba el mar por la baba que se le caía.
Aquello era algo fuera de lo común.
Su piel caliente al sol y fresca en el agua... sus salados labios de mar... sus suaves pero firmes abrazos... sus ojos celestes, que reflejaban el cielo y el mar...
¿Era aquello de lo que hablaban los poetas?
Laza sólo sabía que, cada vez que inspiraba hondo, podía sentir como la felicidad se le colaba por dentro.
Cada vez que Isabel se encaramaba a su cuerpo, le abrazaba y le besaba...
Si aquello era otra vez sólo un sueño, Lázaro sólo esperaba que fuese tan largo como el que le mantuvo en otro sitio durante seis años. O no volver a despertar.
La vida era perfecta. Y duraría tanto como el sol.
O la luna.
Lázaro esperaba con Hugo y el Pera a sus respectivas novias. Esa noche quedaron en salir las tres parejas que quedaban en el grupo.
- Mira que volver con Rocío – comentó el Pera.
- Quillo... déjame tranquilo – se defendió Hugo -. Y tú – dijo dirigiéndose a Lázaro -. Deja de tocarte.
- Joder, que no eres mi madre.
Lázaro llevaba desde hacía rato intentando arrancarse una postilla que se hizo afeitándose sin que ello provocara una hemorragia.
- Parece que no te sabes afeitar – dijo el Pera.
- A ver, coño, Pera, tú llevarás seis o siete años afeitándote, pero para mí es más nuevo.
- No tiene nada que ver – replicó el Pera -. ¿Cada cuanto te afeitas tú?
- Cada dos días.
El Pera y Hugo se sorprendieron ante la afirmación de su colega.
- ¿Tanto?
- Joder... que ya tengo 23 tacos. No es tanto, ¿no? Mi padre se tiene que afeitar todos los días.
- Ya, pero no es poco – dijo Hugo.
- ¿Y el pelo? – preguntó el Pera.
- ¿Qué pasa con mi pelo?
- Que te crece mucho.
- Sí. Ya mismo tengo que ir a pelarme. ¡Parece que en el hospital me han bombardeado a hormonas!
- ¿Has ido al médico desde que saliste del hospital? – preguntó Hugo.
- No.
- Pues deberías.
- Debería. Pero estoy mejor que nunca. Además, no tengo tiempo.
- Claro – respondió el Pera -. Como estás tan ocupado con Isabelita...
Lázaro sonrió.
- Sí...
Corrigió su posición y procuró sentarse como correspondía a alguien de su edad.
- Así que en esto consiste el ser adulto – meditó Lázaro -. En comportarnos como si fuésemos adolescentes cargados de hormonas, ¿no?
- Bueno – respondió el Pera -. A ti te han bombardeado en el hospital.
Los tres rieron durante unos segundos.
- Mira – anunció Hugo -. Por ahí vienen esas tres.
“Qué raro”, pensó Lázaro. “No sabía que fuesen tan amigas de Rocío”.
- ...y entonces yo le dije “¿Y qué coño te crees que estoy haciendo?”
Todos rieron la anécdota del Pera, menos Lázaro.
- ¿No te ha hecho gracia? - preguntó Susi.
- Es que no me he enterado del principio – respondió Lázaro.
- Pues paso de repetirla – dijo el Pera.
- Da lo mismo.
- ¡Qué “da lo mismo”, ni “da lo mismo”! ¡Si no estuvieses tan atento a tu niña y más a los demás!
- Es que ella es más atractiva que tú, Pera, picha.
- ¡Que pasteloso que eres, hijo! – exclamó Isabel.
- Bueno, pues me voy a echar una caña – anunció Lázaro.
- Tráeme otra – pidió el Pera.
- Tío, Pera, que voy a mear.
- Ah... pues tráeme una caña.
“¿Querrá que le mee en un vaso y se lo lleve?”, pensaba Lázaro con una sonrisa mientras avanzaba hacia el servicio.
“Con lo que voy soltando, le podría llenar una pinta”, pensaba de pie ante el urinario. “¿Con qué le podría hacer la espuma?”.
Lázaro, con una risa, se arrepintió de su actitud.
“¡Vaya mierda de adulto!”
Frente al espejo, Lázaro se retocaba un poco el pelo.
“Mañana me pelo. Sin falta.”
Se miró entonces una mancha oscura que le salía de la barbilla.
“¡Joder, con el hombre lobo!”
Salió del servicio pensando que algo de lavavajillas sería perfecto para simular la espuma de la birra para el Pera. Pero algo le separó de sus absurdas cavilaciones. Una chica de pelo castaño y ligeramente rizado estaba de pie junto a la barra, charlando amistosamente con la chica que la atendía. No era muy alta, pero sí muy guapa. Sus ojos eran oscuros y su sonrisa luminosa. Pero la sonrisa se convirtió en un gesto cargado de seriedad cuando sus miradas se cruzaron. Lázaro pudo notar, desde su posición, a media docena de metros, cómo la respiración de la muchacha se entrecortaba y aceleraba. Lázaro se acercó a ella por instinto, como arrastrado por una fuerza desconocida. Se quedaron en silencio, uno frente al otro, mirándose al fondo de los ojos.
- ¿Lázaro? – preguntó la chica -. ¿Eres tú?
- ¿Olga?
- ¡Joder, tío! – exclamó Olga sonriendo, a la vez que abrazaba a su antiguo amor -. ¡Estas vivo!
- Oye, ¿qué pasa? – preguntó Lázaro -. ¿Cómo estás?
- Yo muy bien – contestó Olga secándose las lágrimas -. Veo que tú también.
- Sí.
Olga sonreía conteniendo las lágrimas.
-¿Y desde cuándo estás...?
- ¿Vivo? Hará medio mes, ya.
- ¿De verdad? ¿Y qué tal tu nueva vida?
- Muy bien, gracias por preguntar. ¿Y cómo te va a ti?
- Pues acabo de volver de vacaciones con mi novio.
- ¿Ah, sí?
- Sí. Hemos pasado dos semanas por ahí, los dos solos.
- Anda, tú. Mira que bien. Pues yo también tengo novia.
- ¿Sí? Tú no pierdes el tiempo, ¿eh?
- Seis años, he perdido ya.
Olga sonrió.
- Que bonito eso que has dicho.
- ¡Mira a quién me he encontrado por ahí! – exclamó la voz de Isabel.
Lázaro se giró y fue testigo de una extraña experiencia. No estaba muy seguro de lo que sintió al ver a Isabel agarrada a la mano de otro tío. Tal vez no fuese tanto si no fuese porque aquel le recordaba a alguien.
- ¿Josele?
- ¡Hola, Lázaro! – saludó el ex novio de su novia mientras le propinaba un fuerte abrazo -. Me alegro de verte tan bien.
- Y yo de verte a ti.
- Hola, Olga – saludó Isabel a la ex novia de su novio mientras le daba dos besos -. ¿Qué tal las vacaciones?
- Muy bien – respondió -. Ya te contaré.
Lázaro miró extrañado la escena. ¿Se lo parecía o Josele agarraba de la cintura a Olga?
- Qué coincidencia, ¿no? – comentó Josele -. Parece que hemos cambiado las parejas. Lázaro rió la ocurrencia de Josele.
- ¿Y os va bien? – preguntó Lázaro -. Parece que sí, ¿no?
- Sí. ¿Y a vosotros?
- En cinco días, del carajo.
- Pues podríamos haber cambiado antes – comentó Olga.
- ¿Qué te ha parecido ver otra vez a Olga? – preguntó Isabel de vuelta a su casa.
- La verdad, es que no me lo esperaba.
- No sabía si decirte que ahora estaba con Josele.
- ¿Por qué no? – preguntó Lázaro -. Josele siempre me ha caído bien -. Sonrió al ver sonreír a Isabel -. Además, tiene muy buen gusto.
Isabel rió la ocurrencia de Lázaro.
- ¿Has salido con alguien más desde que cortaste con él? – preguntó Lázaro.
Isabel se extrañó. Ese era un tema que no habían tocado aún.
- Sí – respondió ella con calma -. Estuve saliendo con un chaval de mi instituto, pero no hicimos ni un mes -. Miró a Lázaro a los ojos -. Y hace dos veranos, medio estuve con uno que vino a pasar las vacaciones, pero ni dos semanas.
- ¿Qué pasó? – preguntó Lázaro.
- Tenían demasiada prisa.
- Ya...
- ¿Y tú?
- ¿Qué?
- Entre Olga y... yo.
- No. Yo no.
- Ya...
- Lo intenté con Nuria, pero, bueno... ya sabes.
- Pues aquí estamos – anunció Isabel al llegar al portal de la casa de su abuela.
- Nos vemos mañana, ¿vale?
- Sí, venga. A las doce en la parada, ¿no?
- Eso es – respondió Lázaro mientras recibía el beso de Isabel.
Esa parte le encantaba.
Ninguno podría decir cuánto tiempo pasaron besándose aquella noche. Tal vez un par de segundos, tal vez media hora.
- Pues... me voy para arriba – anunció Isabel.
- Despídete al menos, ¿no?
- Venga, anda, dame un beso.
Tras ese otro beso, Lázaro se quedó mirando a Isabel con la mirada perdida.
- ¿Qué? – preguntó Isa, intrigada.
- Niña... cuando desaparecí del hospital...
- ¡No me recuerdes eso! No veas el susto que nos diste. No pude irme de vacaciones hasta que apareciste.
- Sí, ya, vale... ¿tres semanas?
- Sí. Tres semanas fueron.
- ¿Y antes de eso?
- ¿Antes de eso qué?
- ¿Seguro que no me moví de ahí?
- Ni un palmo. ¿Cómo ibas a moverte?
- No nada.
Isabel clavaba sus claros ojos en los de Lázaro.
- ¿Pasa algo? – le preguntó.
- No. Nada.
- Son esos sueños, ¿verdad?
- Sí.
- Vamos, olvídalo. “Los sueños, sueños son”, ¿recuerdas?
- Sí, claro.
Isabel besó nuevamente a Lázaro.
- No pienses más en ello.
Entró en el portal y se despidió de su novio con un gesto de la mano, mientras sonreía.
“La vida es un sueño”, pensó Lázaro, rememorando los versos de Calderón. “Y los sueños, sueños son”.
- Me cago en Descartes...
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