Quedaban sólo dos minutos para la cita de Lázaro, y ni por asomo pensaba que fuese a llegar a su hora.
Para colmo, el calor hacía que las ganas de apresurarse no hiciesen nada por manifestarse.
Para cuando llegó a la puerta de la cafetería, no le sorprendió en absoluto el hecho de que nadie le esperase, aunque eso no evitase su enfado.
- En eso no has cambiado nada – dijo una voz a su espalda.
Lázaro se giró para encontrarse con los ojos claros de Olga.
- Perdona – se disculpó el joven. Su ex-novia se limitó a rodear su cuello con sus brazos y besarle en la mejilla.
- No pasa nada, incauto.
Lázaro sonrió. Desde que cortara con Olga, no le habían vuelto a llamar eso.
Moviendo la cuchara por el fondo del vaso para que el azúcar se mezclase con la leche, Lázaro escuchaba el relato de los últimos seis años de Olga.
Parecía increíble lo mucho que había cambiado, pero, al mismo tiempo, lo familiar que le resultaba.
- No te creas que no lo pasé mal con lo tuyo – le había dicho ella tras la intensa narración -. Tú y yo nunca llevamos lo que se dice una relación ejemplar desde que cortamos. Incluso deseé que algo te pasara. Algo malo -. Se interrumpió. Su rostro se volvió sombrío -. Pero lloré mucho durante los primeros días. Me costó mucho superarlo.
- ¿Fue entonces cuando conociste a Josele?
- No. Fue pasado ya un tiempo. A mediados de verano. Me lo presentó un amigo nuestro, tú no le conoces. Con el tiempo fuimos cogiendo confianza. Y nos enamoramos. Yo le pedí salir, pero él tenía miedo.
- ¿Por...?
Olga trazó en su rostro una amarga sonrisa.
- Porque su última novia le había dejado por uno que estaba en coma.
Lázaro se apoyó contra el respaldo de la silla, tomando un sorbo de la leche.
- Así que era verdad.
- ¿Te lo contó Isabel?
- Bueno, me dijo que, después de haber cortado con Josele, había estado con otros dos, pero que no duraron mucho, porque estaba enamorada de mí –. Bebió otro poco -. No es que no la creyese, pero estarás de acuerdo en que es difícil de creer.
- Bueno – respondió Olga -, cuando ya llevaba algún tiempo con Josele, conocí a tu Isabel. Al principio, te confieso, la odiaba, por lo que le hizo a Josele, pero se me pasó cuando a él se le fue pasando lo suyo. Y luego, conociéndola, me di cuenta de que es muy buena chiquilla. Y supe que no es que le dejase por ti, ya que eso era ridículo. Ella estaba enamorada de ti, incluso cuando estaba saliendo con Josele. Pero ella no lo sabía. No lo supo hasta que pasó la primera noche en el hospital velándote, por si despertabas. Entonces tuvo que dejar a Josele, a pesar de todo. Él no lo comprendió. Pero, claro, ¿qué le iba a hacer ella?
Olga sonrió.
- Bueno – añadió -, creo que fue así.
- Es algo difícil de creer, ¿no? – dijo Lázaro.
- Yo tampoco la entendí. No sé qué pudo ver ella en ti para sentir algo tan gordo. Sobre todo cuando hacía tanto que yo había dejado de verlo. Y más que nada con lo bueno que es Josele.
Olga bebió un sorbo de café.
- Pero ahora creo que sé qué era.
- ¿Qué? – preguntó Lázaro.
- Eso – dijo señalándole -. Has cambiado. Ya no eras el que eras cuando salíamos. No sé qué, pero hay algo en ti que al fin está bien.
- ¿Cómo era antes?
- ¿Antes? Cobarde, soberbio, apocado, introvertido... impuntual.
- ¡Bueno, vale ya! – rió Lázaro.
- Y además un incauto.
Ambos rieron, tras lo cual mantuvieron silencio.
- Pero ya no. Si hubieses sido así antes, no te habría dejado así como así.
Los dos callaban.
- ¡Pero no me arrepiento! Más que nada por cómo han ido viniendo las cosas.
- Sí, lo sé.
- Por cierto, que mañana Josele y yo vamos a la playa, ¿os venís?
- ¿Qué día es mañana?
- Martes.
- No, no puedo – dijo meneando la cabeza -. Por la tarde, si acaso.
Lázaro terminó su merienda y miró a su antigua con una sonrisa.
- ¿Y estuvo seis años enamorada de mí?
- Sí, eso parece.
- ¿A pesar de que no hice nada?
- Supongo que porque no hiciste nada que lo estropease – respondió Olga mientras ambos empezaban a reír.
Lázaro miraba al poso de leche en el fondo de su taza. Clavó la húmeda mirada en los ojos de Olga.
- Es un tesoro – dijo al fin -. Y la quiero.
Olga respondió con una sonrisa.
- Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Que lo sepa. Y asegúrate de que lo tiene presente a cada momento.
Lázaro asintió. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un teléfono móvil.
- Vaya – dijo Olga -, ¿ya tienes uno de esos?
- ¿Por qué te extraña? En el futuro todo el mundo cargará con uno.
- No quiero perderme esto – confesó Olga, apoyando la barbilla en sus manos.
Lázaro pulsó una tecla y aguardó la señal, mirando la sonrisa de Olga.
- ¿Laza? – se oyó desde el otro lado.
- Hola, Isa.
- ¿Qué pasa?
- Nada, estaba aquí con Olga y me ha dado un consejo.
- ¿Qué te ha dicho?
- ¿Qué importa? – respondió Lázaro -. Te quiero. Mucho. Todo.
Isabel parecía haber enmudecido.
- Ya lo sé – respondió al fin -. Y yo también a ti.
- Sí. Lo sé.
- ¿A qué ha venido eso? – preguntó ella, extrañada.
- Nada, sólo tenía ganas de decirlo.
- Y yo de oírlo – rió Isabel -. Aunque ya lo sabía. No hacía falta que me lo dijeras. Pero me ha encantado. Amor mío.
- Tengo muchas ganas de verte. No te imaginas cuantas...
- Pero si sólo hace unas dos horas que nos despedimos.
- ¿Y...?
- Pronto nos veremos. Intenta pasar sin mí. Venga, dale un beso a Olga de mi parte, y no pienses tanto en mí – dijo riendo -. Te quiero.
Lázaro colgó al mismo tiempo que su novia.
- Que bonito... – comentó Olga.
- Me quiere.
- Lo sé. Y me alegro por ti – dijo poniendo su mano sobre la de Lázaro -. Y espero que dure tanto como el Sol.
Lázaro se quedó pensando en esas palabras.
- Y dicen mis padres que a ver cuándo te acercas por casa. Tienen muchas ganas de verte.
- ¿Tus padres?
- Sí.
- Pues claro.
- ¡Hola, Josan! - saludó Lázaro entrando como un torbellino en el despacho prestado.
- Hola, ¿qué tal estás?
- Yo bien – dijo mientras se sentaba casi con violencia frente a Josan -, ¿y tú?
- Bien... – contestó pasota Josan -, superando la dependencia.
- Bueno, lo primero. Si no eres psicólogo, ¿qué carajo eres?
Josan dudó en responder.
- Te lo digo si no te lo tomas a cachondeo.
- No, hombre.
- Soy fantasmatólogo.
Lázaro se quedó de piedra.
- ¿Lo qué?
- Fantasmatólogo.
- Fantásmatólogo...
- Sí, eso...
- Sí, bueno, no, ya, lo que digo... ¿Tiene algo que ver con fantasmas?
- ¡No..! Nos dedicamos al estudio de lo que no cabe en la ciencia ordinaria.
- ¿Eres un parapsicólogo?
- En parte – respondió Josan. -. La fantasmatología es una nueva ciencia que trata de lo científicamente inexplicable. Al menos, lo inexplicable desde el punto de vista de la ciencia actual.
- ¿Cómo...?
- Como los sueños, la fe, la brujería... los procesos desconocidos de la mente... a ti.
- ¿Y por qué a mí? ¿Qué soy, una puta cobaya?
- No, verás. Te lo explicaré. Los médicos no encuentran explicación a tu caso. Alguien que, literalmente, desaparece durante tres semanas, y aparece de buenas a primeras tirado por ahí.
- ¿Por qué es tan raro?
- Por tus brazos.
- ¿Los tatuajes?
- Eso mismo.
Lázaro había dejado de echarles cuenta.
- Hablando de eso... ¿te acuerdas de aquel que estaba más claro?
- Sí.
- Pues míralo.
El joven extendió el brazo para mostrárselo al fantasmatólogo. Este se ajustó las gafas, incapaz de dar crédito a lo que veía.
- ¡Por la santa madre del puto cordero! – exclamó Josan.
- Eso mismo pensé yo.
- Está como los demás, ¿no?
- No exactamente.
Lázaro extendió el otro brazo, señalando a dos de ellos.
- Estos antes estaban más oscuros.
Se llevó el dedo a un hueco entre los dibujos.
- Y aquí había uno.
Josan permanecía mirándolos en silencio.
- Creo que sé qué son.
- ¿Qué son?
- Son marcas del sueño.
- ¿Lo qué?
- En algunas culturas, cuando alguien moría le hacían esto.
- ¿Qué culturas?
- Algunas.
- Pero yo no estoy muerto.
- Lo sé. Pero no es eso lo que quiero decir. Verás, a veces sucede que alguien no está muerto del todo.
- Como cuando uno está en coma.
- ¡Exacto! Estas marcas estaban hechas para evitar que el alma del difunto abandonase el cuerpo cuando estaba aún vivo. Por lo general, con una serie de cuidados, el hechizo tiene éxito.
- ¿Quieres decir que me han hechizado?
- No, hombre, te explico. Cuando alguien era envenenado, o sufría un accidente, como podría ser tu caso... en ambos casos, uno podría parecer muerto. Entonces se consultaba a los brujos del lugar, que dictaminaban si podía recuperarse al sujeto en cuestión o estaba definitivamente muerto. ¿Que no se podía hacer nada con él? Al hoyo. ¿Qué sí se podía? A marcarle y a cuidarle. ¿Sabes que hay quien dice que Cristo nunca murió?
- Sí, que estuvo tres días en coma, o algo así, ¿no? Y que lo mismo podría haber pasado con la hija de Jairo.
- Y con Lázaro.
Un escalofrío recorrió la espalda del tatuado.
- Sí, mi tocayo.
Josan cruzó los brazos y se acomodó.
- ¿Cómo te van las cosas?
- ¿Qué cosas?
- Tu vida.
- Muy rara. Pero puñeteramente bien.
- ¿Y eso?
- ¿Tiene eso algo que ver con lo de mis tatuajes?
- Tal vez.
- Pues, la verdad, parece que sigue construyéndose a mi alrededor.
- ¿Cómo?
- Pues que resulta que conocía a mis suegros.
- ¿Que conocías a los padres de tu novia?
- No. A los de mi ex novia.
- ¿Y?
- No lo recordaba. Ni siquiera había echado cuenta de que existiesen. Pero, desde que Olga los mencionó, lo recuerdo todo sobre ellos.
- Como en un sueño.
- ¿Cómo?
- Como cuando estás soñando. En todo momento sabes qué es lo que te rodea, y te parece lo más lógico, pero, cuando despiertas, todo lo lógico parece absurdo una vez recuerdas qué eres y qué es lo que te rodea.
- No te entiendo.
- Por ejemplo. Te acuestas. Estás soñando. Eres un pájaro. Vuelas por el aire, como todos los pájaros hacen. Te posas sobre un árbol, como todos los pájaros hacen. Bajas al suelo y te comes un plato de gambas, como todos los pájaros hacen...
- ¿Qué?
- Sí. Pero luego te despiertas. ¿Pero dónde estás y qué mierda te está pasando? ¡Ah, claro! Resulta que eres un humano, pero lo habías olvidado. No eres un pájaro que vuela, se posa sobre un árbol y come gambas. Y luego caes en la conclusión: ¿desde cuándo los pájaros comen gambas?
- Ya entiendo... – asintió Lázaro -. ¿Pero qué tiene que ver?
Josan se inclinó adelante y atrás en el asiento.
- Cuando despiertas de ese sueño, tal vez, antes de despertar del todo, de repente, va y suena el despertador. ¡Ahora es cuando recuerdas que tienes un trabajo! Tal vez ahora la cosa se precipite tanto, y recuerdes tantas cosas rápidamente que olvidas tu sueño.
- ¿Tiene todo esto algo que ver con algo?
- Supongo que sí.
- Menos mal que me sales gratis.
- No se si me explico.
Lázaro se quedó unos instantes pensativo.
- ¿Intentas decir que llevo más de un mes despertando de un sueño?
- Podría ser. O tal vez es ahora que estás soñando.
Lázaro sonrió, incrédulo.
- ¿Es todo esto un sueño?
- Bueno... la verdad, es que no me atrevo a poner en duda mi propia existencia para explicar los problemas de otro... así que creo más bien que estás despertando.
- ¿De qué?
- De tu sueño.
- ¿El del coma?
- Podría ser.
- Pero hace ya tiempo que estoy despierto.
- Sí, así es. Pero no del todo.
- ¿Cómo que no?
- Bueno, ese sueño vuelve a ti, ¿no?
- Sí... pero...
- Pero nada. No estás del todo despierto por alguna razón. En parte sigues en ese sueño... porque no vuelve a ti como recuerdos, sino como completas vivencias que parecen más reales que la propia vida, ¿no?
- ¿Cómo lo sabes? Apenas te he contado nada de mis sueños.
- Ya, pero, ¿por qué te crees que hay un título en la pared?
Lázaro callaba y miraba a Josan.
- Ese título no es tuyo...
- Ya, pero, cuando tenga mi propio despacho, tendré mi título... que tampoco tengo. Todavía.
- Bueno, vale. ¿Qué sabes que yo no sepa? -. Lázaro parecía tener miedo -. ¿Estoy muerto... o algo así?
Josan mostró una sonrisa. Una simple sonrisa que hizo que Lázaro se sintiese seguro y tranquilo.
- No, Lázaro. Estás vivo. Mucho más vivo de lo que nunca lo has estado.
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