Ya cuando los rayos del sol empezaban a reflejarse en el océano, Lázaro estaba sentado solo, en la orilla, pensando en lo sucedido aquella madrugada.
- ¿Quieres?
Lázaro se giró al escuchar la voz de Marcos, ofreciéndole un cigarro.
- No, gracias – declinó Lázaro.
Sin esperar invitación, Marcos se sentó junto a Lázaro, encendiendo su cigarro con un mechero.
- Buena noche, ¿eh? – preguntó Marcos.
- Sí. Mucho.
- Así que conocías a Laura del instituto, ¿no?
- Sí, más o menos.
- Sí, ya.
Marcos pegó una calada profunda, expulsando el humo por la nariz.
- Durante tu último curso en el Isla escuché mucho hablar de ti.
- ¿De verdad? – preguntó Lázaro -. ¿Y eso?
- Laura. La tenías loquita, hijo mío.
- No tenía ni idea.
Marcos sonrió.
- No hace falta que disimules – dijo Marcos -. Laura es mi mejor amiga. Ella me lo cuenta todo. Yo sabía todo acerca de lo que sentía por ti, y de cómo tú ni sabías que existía. - Bueno – se defendió Lázaro -. Ella tampoco hizo nada por que la conociera.
Marcos sonrió.
- ¿Lo sabe ella también todo sobre ti? – preguntó Lázaro.
Marcos torció el gesto en una mueca.
- Sí.
- ¿También lo que sientes por ella?
Marcos estuvo unos segundos en silencio. Compartió con Lázaro la estimulante visión que ante ellos tenía lugar.
Una chica de piel morena y pelo negro, recogido en un improvisado moño, entró en el agua con un brillante y escueto bikini azul. Entró dando saltitos, haciendo que sus dones dibujasen una libidinosa sonrisa en los labios de Lázaro y Marcos. Una vez el nivel del agua alcanzó su cintura, se sumergió, con el pecho por delante, hasta el cuello. Ensayó un par de brazadas, hasta que decidió sumergirse por completo. Pronto salió, de nuevo nadando torpemente. Movida por la marea y su torpe nadar, la chica salió cerca de Lázaro y Marcos. Su piel mojada reflejaba de una forma muy erótica los rayos del sol de la mañana al pasar junto a los nuevos amigos.
- Hola... – saludó el guitarrista, con una lasciva sonrisa.
La muchacha les miró, con una tímida y divertida expresión. Y siguió su camino hasta donde sus amigas la miraban.
- Si supiese lo que ha pasado por esta orilla a lo largo de la noche... – comentó Marcos -. Todo lleno de “Manneken Pis”...
Lázaro rió la ocurrencia de su compañero.
- ¿Lo sabe? – insistió el tatuado.
- ¿Laura? – preguntó Marcos -. Sí, algo sabe.
- Y, aún así, está con Pablo.
- Sí, bueno, supongo que no lo puede evitar. Peor para ella, después de todo.
Sus sombras empezaban a aparecer frente a ellos cuando el sol aún no aparecía tras los edificios del Paseo Marítimo.
- Pablo era uno de mis mejores amigos. Por eso me dolió más cuando empezó a salir con Laura.
Lázaro respiró profundo.
- Eso es una putada.
- Sí, una buena puñalada por la espalda. A Laura no la culpo. A ella le gustaba él y de verdad. Pero a Pablo tampoco le importaba tanto.
- Una puñalada con veneno... – meditó Lázaro.
Marcos le miró.
- Ni yo mismo lo hubiera expresado mejor.
- ¿Y por qué sigues con ellos? – preguntó Lázaro.
Marcos pegó otra fuerte calada.
- Supongo que no lo puedo evitar. A lo mejor es que soy algo masoca. Laura aún es mi amiga. Y, por mucho que me duela verla con el Macaco, sabiendo lo que siente por él, y sabiendo ella lo que siento yo, me gusta estar con ella. A ella le cuesta también, no te creas. Pero supongo que la vida es sufrir.
Lázaro meditó las palabras de Marcos durante unos segundos.
- Eres un tío grande, Marcos.
Marcos sonrió.
- Si yo estuviera en el lugar de Laura, dejaría al Macaco por ti.
Tras unos segundos de silencio, ambos empezaron a reír.
Los brazos de Isabel aparecieron entonces en torno al pecho de Lázaro, apretándolo dulcemente contra los suyos propios.
- Eres un sinvergüenza – le dijo sin tono de reproche, besándole el cuello -. Me has dejado sola allí.
- ¡Mira tú esta, cuando quiere cariñitos! – rió Lázaro.
La tomó de las manos y la sentó ante él. Ella de nuevo, se apoyó contra su espalda, mientras Marcos decidía que él sobraba. Suavemente, los brazos de Lázaro rodearon a su novia, mientras sus manos temblorosas recorrían los brazos de su amada. Ella acarició los tatuajes de Lázaro, mientras presentaba su cuello a los labios de Laza, quien prefirió besar su clavícula.
- Isa... – comenzó a decir Lázaro.
- Dime, cariñín – sonrió ella.
- Tengo miedo – confesó.
Isabel volvió la mirada para buscar con sus ojos el miedo de su amante.
- ¿De qué?
- No lo sé.
A las cinco y media de la tarde, el Forever One del bueno de Lars Johann Yngwie Lannerback, alias Malmsteen, no le sabía igual a Lázaro que hacía unas semanas, cuando Isabel y él empezaron a estar juntos. Sin saber por qué, algo raro le sucedía.
Todo era tan hermoso aquella noche de julio... y agosto le traía dudas y miedos. Lo pensaba detenidamente y nada le parecía tan normal como antes.
¿Cuándo despertó? Fue a finales de julio. Ya había pasado la feria, ¿no? Bueno, había acabado cuando salió.
“A lo mejor, mirando el diario…”, pensó.
Lázaro se levantó de la cama, dirigiéndose a la ventana para subir la persiana, con cuidado de no cegarse por el golpe de luz en sus ojos.
Pero la luz que se colaba por las rendijas no era lo suficientemente intensa.
- Vaya mierda de día…
Tras mirar el cielo gris con un gesto de desagrado, Lázaro terminó de subir la persiana del todo.
- ¿Mamá? ¿Papá? ¿Alguien?
La llamada de Lázaro no recibió respuesta. Se dirigió al salón. Allí, sobre la mesa, yacía solitaria una nota.
“Hemos salido a dar un paseo. Merienda algo. Mamá”.
No parecía mala idea. Lo del paseo sí. Hacía una mañana… una tarde de perros. Lo de merendar sí era buena idea.
Lázaro salió de la cocina con un paquete de galletas de chocolate, y se dirigió al estudio. Allí se encontraba el ordenador que, seis años atrás, fuese una maravilla, y que hoy no era más que un montón de chatarra. No es que nada malo le hubiese pasado. Pero era lo que pasaba con la informática.
Mientras el ordenador se encendía, Lázaro pensaba en la buena máquina que podría hacerse si conseguía convencer a sus padres que le diesen la paga de los últimos seis años.
Lázaro empezó a mover el ratón de un lado a otro hasta que el reloj de arena que acompañaba al cursor desapareció. Entonces apareció la imagen de una guapa chica en ropa interior que a Laza se le antojaba bastante parecida a Isabel, pero menos. Buscó en el menú de inicio los documentos más recientes, y, entre ellos, uno titulado “Lo de Josan”.
Mientras el programa se abría, Lázaro recordaba con una mueca de disgusto que no había ido poniendo las fechas.
“Hola.
La verdad, es que no sé cómo escribir esto. Nunca he escrito un diario. Así que pensé que mejor lo hacía como una carta. Espero que no te importe.
Caí en coma el dieciocho de marzo del 2000. La causa fue la mezcla de alcohol y pastillas, más un accidente. Yo no estaba acostumbrado a beber, pero esa noche me pasé. Luego me tomé una pastilla. Aunque, la verdad, de eso no estoy muy seguro. Después de eso, cogimos la moto de un amigo y nos estrellamos. Nos caímos a toda velocidad y yo volé algunos metros hasta un contenedor.
Supongo que tengo que dar gracias por estar vivo.
Aunque, claro, eso no quedó muy claro hasta el 13 de julio de este año.
Cuando desperté, todo era muy confuso. Aunque no se lo he comentado a nadie, no reconocía a mis familiares o a mis amigos. Pero, a medida que pasaba más tiempo con ellos, los recuerdos salían solos.
Salí del hospital el 17 de julio. Desde entonces, he estado recordando no sólo mi vida, sino también los sueños que tuve durante mi coma.
Lo único que he sacado en claro de esos sueños es que tienen lugar en un lugar remoto, apartado de la civilización. Como en la época antigua o medieval.
Luego están los tatuajes. Nadie sabe cómo aparecieron. Sólo que, cuando desaparecí del hospital (estuve tres semanas perdido), regresé con ellos en los brazos.
Ahora estoy pensando que tal vez tengan algo que ver, porque, a las pocas horas de volver con ellos, desperté. Sin embargo, los médicos no parecen saber nada de ellos, pero tampoco le echan cuenta.
De momento es todo lo que te puedo contar. Espero que, para la semana que viene, pueda comentarte algo más.”
Bueno, lo que quedaba claro es que se perdió la feria por muy poco.
¿Nunca había escrito un diario? Eso no era verdad. Ángeles tenía el diario que escribió desde 1997. Así que también había olvidado eso…
Tampoco le comentaba nada de Isabel.
“Bueno”, pensó. “Eso es algo más personal.”
Claro, que, a la siguiente, sí le habló de ella.
“Desde que salí del coma, todo es muy raro, pero por bueno. Hace seis años, mis padres estaban a punto de separarse. Pero ahora parecen más unidos que nunca. Mis amigos ya nunca se pelean, y siempre hacemos cosas juntos. Antes no era ni sano ni sensato hacer casi nada. Y luego está Isabel. Apenas la conocía antes de caer en coma. Pero ahora, sin embargo, es la cosa más importante que me ha pasado. No sólo estoy enamorado de ella, sino que ella lo ha estado de mí durante los seis años que he faltado. Ahora estoy como viviendo un sueño.
Hablando de sueños, los he ido recordando poco a poco. Ahora veo a algunos de mis amigos en ellos. Hugo, mi mejor amigo, más que nada.”
Lázaro pensó en esa frase... “Ahora estoy como viviendo un sueño”. Meditó unos segundos al respecto.
Entonces el teléfono empezó a sonar.
“¿Ángeles?”, pensó Lázaro antes de dirigirse al teléfono más cercano.
Lázaro descolgó el teléfono, y a punto estuvo de decir el nombre de su amiga.
- ¿Sí?
- ¿Laza?
- ¿Ángeles?
- Sí. Hola. ¿Qué haces?
- Nada... ¿Y tú?
- Tampoco. Oye, ¿quedamos? Hace y pico que no se casi nada de ti.
- Claro – respondió Lázaro, mirándose los tatuajes.
- Algo te preocupa – advirtió Ángeles.
- Algo, sí.
- ¿Qué te pasa?
Lázaro clavó los ojos en el vaso de leche. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie en la cafetería les hacía el menor caso.
- Esta tarde soñé con Isa.
- ¡Que bonito! ¿No?
- Sí, algo sí.
- Pero eso no es lo que te preocupa – supo Ángeles -. ¿Era otra vez en ese mundo tuyo?
- No. Estaba en mi cuarto. De noche, en la cama. Con ella.
- Con Isa.
- Sí, claro. Estábamos... ya sabes...
- ¿Haciendo el amor? – susurró Ángeles.
- Sí. Eso mismo. Pero era increíblemente real. Incluso podía sentir su peso en mis caderas.
- Vaya.
- Sí, pero, en medio de todo, ella desapareció.
- Desapareció – repitió Ángeles.
- Sí, eso.
- ¿Cómo que desapareció?
- Bueno, se hizo invisible, parecía. Aún sentía su peso, pero no podía verla. Luego, dejé de sentirla, y me di cuenta de que estaba solo.
Ángeles se apoyó en el respaldo, como intentando poner en orden sus pensamientos.
- ¿Y tú qué piensas? – preguntó al fin.
- No lo sé – respondió Lázaro -. ¿Crees que puede significar algo?
- ¿Tú qué crees? – preguntó Ángeles.
Lázaro clavó sus ojos en los verdosos de su amiga.
- Creo que la estoy perdiendo – dijo al fin, hundiendo su mirada en la leche.
Ángeles se unió en la tristeza de su amigo.
- ¿Pero cómo puedes estar seguro? – preguntó ella -. Yo sé que ella te quiere.
- También yo, pero no se trata sólo de ella. Ella se aleja de mí, y todo mi mundo parece que se va con ella.
- ¿Cómo?
- Sí. Mis amigos, por ejemplo. Al principio, todos encima mía, ahora apenas sé de ellos.
- Es normal – dijo Ángeles -. Te echaban de menos. Ahora no querrán agobiarte.
- Sí, pero es algo más. No sé cómo explicarlo. De repente, paso de tener un viaje de amigos y una niña que me quiere con locura, a verme solo. Sólo tú pareces real en este momento.
Ángeles hizo un amago de tomar la mano de su amigo sentado ante ella, pero no lo hizo.
- No te preocupes – dijo ella al fin -. Seguro que no es nada.
- Pero, ¿y si es algo? A veces pienso que no conozco a la mujer que quiero. Que no sé nada de ella.
Ángeles tomó el último sorbo de café.
- Tal vez deberías hablar con ella.
- Supongo – dijo él -. Parece que todo lo bueno llega a un fin.
- No tiene por qué significar el fin de lo vuestro.
- No me refiero a lo mío con Isabel – dijo Laza -, sino al fin de un sueño.
Lázaro entró a su casa llamando a sus padres, que parecían no estar. Entonces, al dejar las llaves colgadas del llavero, llamaron a la puerta. Se asomó a la mirilla y vio a Josan y Laura, que le sonreía a través de la lente.
Extrañado, Lázaro decidió abrir.
- Hola – saludó Josan -. ¿Podemos entrar?
Laura rodeó la cintura de Lázaro con un brazo y le besó la mejilla. Sin esperar invitación, el raro y su ayudante entraron en la casa de Lázaro.
- ¿Pasa algo? – preguntó Lázaro extrañado ante la visita inesperada.
- Algo sí. Y pensamos que es hora de que lo sepas.
Laura tomó asiento en el sofá, al lado de donde se puso Lázaro. Josan cogió una silla y se colocó frente a ellos.
- ¿Qué pasa? – preguntó Lázaro al fin -. ¿Qué... pasa?
- Aún no, joven amigo – respondió Josan mirando un reloj -. Aún queda mucho por explicar.
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