—Explícame mejor eso de morir simbólicamente— Dijo Esther mientras sorbía de una pajilla su refresco embotellado. Las clases habían terminado ya hace unas horas, en ningún momento miró a Hirón seguirla ni con intenciones de entrar en algún aula cuando el receso terminó pero lo encontró esperándola en la entrada del instituto.
La propuesta de buscar un lugar para almorzar le pareció una extrañeza, al menos por parte de un chico de humo que dice van a matarla (física y simbólicamente), será que porque era extraña lo acepto, eso o que en el fondo le tranquilizaba saber que estarían en un lugar público.
—Bueno, ya te imaginas que yo no soy un humano.
—Lo tengo bastante presente.
—Bien, bien. Pues yo, nosotros, somos recolectores de almas. En resumen una especie de ayudantes de la muerte.
—Espera, ¿cómo? ¿Tú dices que son una especie de querubines de la muerte?
—Eh, más o menos. Pero menos pretenciosos —Hirón escucha a su compañera reírse, le mira con sorpresa—, ¿dije algo gracioso?
—“Menos pretenciosos”, ¿en serio?
—Oye, eso es cierto. Se creen la gran cosa sólo por tener el puesto más alto de la jerarquía —Sin darse cuenta, Hirón acompaña a Esther con sus risas.
—Ya, claro. También me vas a salir con que Dios existe —La risa de Hirón se detiene abruptamente, mantiene un silencio precavido, analítico.
—Ya entiendo, entonces no crees en estas cosas —Ella le asiente con timidez mientras se encoge ligeramente de hombros—. Se siente extraño, por un momento que habíamos coincidido en algo.
Habrá sido que la voz apagada de Hirón le provocó una cierta empatía, o tal vez, una parte le caló hondo al saber que en cierto modo lo decepcionó, pero difícilmente podría arrepentirse de tomar (o dejar) sus creencias. Se permitió suspirar, el pecho le pesaba.
—¿Qué pasa si no obedeces una orden?— Sin miramientos rescata el hilo de la conversación. No entendía cómo fue que el ambiente se volvió tan tenso, y siendo honesta consigo misma, no quería descubrirlo.
—Me vuelvo uno con la muerte. Desaparezco yo como ser individual y pensante, para ser la esencia misma de la muerte. Esa es mi muerte simbólica.
—¿Y qué alternativa me das tú para que no me maten?
—Suicidarte.
—Sí, excelente tu alternativa, ahora mismo iré a mi casa para hacerlo.
—Mira, sé que no suena como una opción para ti, pero ese es el único modo para que te dejen en paz.
—Me queda bastante claro que después de suicidarme ya no me perseguirán nunca más— La conversación parecía estar dando vueltas, igual que el uróboros, la serpiente que se come a sí misma por la cola. Hirón tomo aire y lo contuvo.
—Nosotros no recogemos alguien que se suicida, su alma está obligada a perderse por sí misma, por lo que nosotros no interferimos. Si les haces creer que te suicidaste, te darán por caso perdido y no volverán por ti. Pero no vas a suicidarte realmente, en éste caso yo te ayudaré con tu muerte. Cuando uno de nosotros participa en la muerte no programada de alguien, tiene la obligación de regresarlo a su cuerpo hasta que le llegue la hora.
—Me suena muy arriesgado —Esther toma de la pajilla y bebe con lentitud, su mente tenía muchas cosas por asimilar en ese momento.
—Lo es. Entiendo si no quieres hacerlo o si aún no confías en mí.
—Es que no siento que pueda confiar en ti, para empezar, ¿por qué estás haciendo todo esto? ¿No corres tú también algún peligro por ayudarme?
Hirón se mantuvo en silencio, la observo largamente. Esther se sintió incómoda por cualquier motivo, se vio tentada a voltear por otro lado.
—Porque estoy enamorado de ti.
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