4
—¿Tienes algún problema con ellos?
—¿Con quiénes?
Lo ve con redundancia, deja sus ojos en blanco mientras palpa el agua tibia dentro de la tina de baño.
—Tus… algo, ¿son compañeros, colegas o qué?
Hirón se encoge de hombros, de nuevo no encuentra palabras para describir su situación, tampoco es como si supiera mucho sobre letras o sobre como concordar el sentir de un ente hecho de ilusiones y niebla con el de un humano.
—Me parece que tengo problemas con la autoridad.
Esther ríe mientras se sienta en el borde de la tina y se retira los calcetines.
—¿Cómo un adolescente? Que tierno —Se detiene por un momento, ve a su cómplice con una pudorosa duda en el labio torcido—. Oye, ¿también me quito la ropa?
Él se ruboriza, parece que tuvo una imagen mental de ella semidesnuda, pues ve hacia el lavabo con un gran interés.
—A mí no me molestaría— Esther le propina un golpe, retira su calzado y se para sobre la tina, mojando casi la mitad de sus pantalones vaqueros.
—Que sea con ropa, entonces.
5
Esther mentiría si dijese que es de las que confía en un desconocido que dice estar enamorado de ella, en primera porque eso significa que tuvo que existir un acoso previo y una especie de obsesión enfermiza; en segunda, ella considera que el único modo de enamorarse de alguien es conociendo realmente a la persona, y lo demás es un mero ejercicio hormonal que ocurre con frecuencia a jóvenes precoces y empedernidos.
Por eso mismo no se dejó convencer cuando le confesó sus sentimientos, a decir verdad, eso le motivó de declinar su oferta con mayor ímpetu, lo cual pareció abatir al chico o criatura.
Las cursilerías no funcionaban realmente con ella, porque ella siempre necesitaba pruebas antes que acciones ridículas. Ese habrá sido uno de los errores que Hirón no pudo prever, pero más allá de la desilusión y la derrota, sus facciones se tornaron en un monumento severo. Su rostro tupido y mentón puntiagudo parecían piedra lisa, como mármol recién esculpido, las cejas las tenía fruncidas, la pequeña boca se ocultaba detrás de una de sus grandes y delgadas manos.
Hirón le pidió que la mirara, sonaba como una petición nada en especial, quizá despechada. Esa fue la perdición de Esther. Ella vio algo en esos ojos marrones, era una flama danzante y cobriza, acompañada de susurros que le decían lo que debía hacer. No, lo que ella quería hacer. Si, por supuesto, ella en realidad quería hacer lo que Hirón le pidiese, deseaba su ayuda, deseaba obedecerlo.
6
—Lo siento, te había dicho que no podía obligarte a confiar en mí. Al final no pude, pero realmente esperaba que hicieras las cosas sin necesidad de que yo tuviera que usar “eso” —Hirón toma uno de los brazos de Esther y comienza por hacerle pequeños cortes en la muñeca y el dorso del codo con la navaja suiza de la chica.
—¡Ay, duele! —Exclama, pero no retira el brazo— Bueno, ¿fue la primera vez que te confesaste? Porque si es así, quizás eso explica porque no esperabas un rechazo.
—Tú no me rechazaste.
—Rechacé tu oferta.
—Bueno, sí. Eso sí rechazaste, pero no la confesión.
—¿Y cómo es que no soy una especie de zombie sin voluntad ahora?
—Porque ese no es el fin, sino el de interferir en lo que deseas hacer, ¿tú has dejado de ser tu misma por cambiar de opinión?
—La mayoría de las veces no sé si soy yo misma o si soy lo que se asume que debo ser.
7
Contempló a la chica que se encontraba bajo el agua inerte, casi dormida. La playera que llevaba encima le dio por flotar y mostrar su ombligo pálido, una jovencita de ciudad que le daba por vagar entre callejuelas y rincones culinarios.
—La primera vez que te vi, fue cuando iba a llevarme el alma de tu abuela —Se puso sobre la tina y se encorva mientras soporta su peso superior con las manos recargadas en los muslos— Adoré a tu abuela, mi trabajo en ese entonces era el de esperar su hora de muerte para llevármela. Ella de algún modo percibía mi presencia, así que cada vez que la visitaba hablaba conmigo. No me escuchaba, por supuesto, pero eso no era necesario. Tenías una abuela muy parlanchina.
Hirón sonrió con nostalgia, con amargura.
—Justo antes de llevármela me sentí abrumado, experimente por primera vez lo similar a lo que suelen llamar tristeza. Entonces sentí una brisa cálida sobre mi mano, ahí estaba tu versión de diez años, acomodando su mano en un lugar donde se suponía que no había nadie, pero donde también estaba la mía. Sentí como si me miraras, creí que veías lo que era y lo que fui. Murmuraste un “Todo estará bien” y te fuiste de ese cuarto corriendo para alcanzar a tu madre.
Él se hinca sobre el cuerpo mojado e inmóvil, la apresa entre sus brazos y le retira varios de los mechones adheridos en su frente.
—Me habías consolado, le consolaste a la nada. Me sentí agradecido por ese dulce gesto, pero esa acción también hizo darme cuenta de lo solo que me sentía, y lo hambriento que estaba. Entonces te seguí, en cada oportunidad que tenía te observaba, en cada trabajo que tenía siempre daba un desvío.
Una vez que dio por terminada la tarea de despejar la frente coloreada de escamas de piel quemadas posa sus finos labios, sin preceder de las gotas que se desplazaban por ella.
—Cuando me enteré que ellos te habían visto sabía que debía ayudarte, pero también lo vi como una oportunidad.
Hirón observa las finas pestañas de Esther, se estremece en un suspiro y besa su frío tacto.
—Te llevaré conmigo, Esther. Sólo tienes que caer, caer al pozo de Airón*.
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