Estaba oscuro y se sentía la humedad del bosque, quizas porque llovió hace poco, por la niebla o la cercanía al río. Ya habían pasado horas desde que empezaron a caminar, el sendero parecía infinito.
-¿Ya llegamos?- preguntó Luna.
-Probablemente nos falte un par de horas.- constestó Hipólito medio soñoliento.
-¿Por qué no vamos a ese campamento de allá?- señala una fogata que se veía a lo lejos.
-¿Y si son realistas?- preguntó Hipólito un poco asustado.
-No creo que sea un gran problema- Luna señala el uniforme de Hipólito.
-¡Oh, claro! - se lleva la mano a la frente y se da un pequeño golpe- Parece que el no dormir está haciendo estragos en mí. Ayer me tocó hacer guardia de madrugada.
-Y a mi me tocó pasar la noche con condenados a muerte.- dijo Luna
-Calla y sigamos caminando. – le respondió Hipólito.
-Si, señor. ¿Algo más su majestad?- respondió Luna con una suerte de rintintin al final.
-...Lo siento, tengo sueño... y estoy cansado.- le dijo Hipólito.
Siguieron avanzando hasta que llegaron donde estaban los soldados. Hipólito se acercó y le dijo a Luna que simplemente le siga la corriente.
En el lugar estaban tres personas, dos soldados rasos y un tercero que parecia de mayor rango por las medallas y galones que portaba.
- ¡Mi coronel, que alegría encontrarlo! Supongo que ya sabrá las noticias.- dijo Hipólito mientras se acercaba.
- ¿Que noticias soldado...?- preguntó el coronel.
- Perdón, permítame presentarme. Mi nombre es Hipólito, soy cabo de la sección de infantería, y uno de los que se encargaban de velar por la seguridad de los miembros de la Santa Inquisición y su sede desde que el general y el virrey abandonaran la ciudad por...
- Mucha cháchara. Dígame las noticias.- le cortó.
- Hubo un incendio...- empezó a decir Hipólito
- Algo me habían comentado ¿Qué paso con los sacerdotes?- preguntó su superior.
- Siguen vivos la tropa los resguardó hasta el monasterio más cercano a las afueras de la ciudad hasta que todo se calme.- respondió Hipólito
- ¿Algún muerto?
- Posiblemente quienes estaban en las celdas, aunque ya estaban condenados.
- Muy bien, ¿alguna otra cosa que quiera decirme?- siguió preguntado el coronel.
- No, señor.
- Entonces déjeme darle un consejo -miró a Luna- No es de caballeros pasear con su prometida, sin chaperón que le acompañe a altas horas de la noche. Puedo acusarle de atentar contra la moral y las buenas costumbres.- le dijo el coronel al oído de Hipólito.
- Mil perdones mi coronel, pero como verá esto es una emergencia.
-¿A qué se refiere?
-Verá ...estoy ayudando a esta joven.- dijo tratando de salvar la situación.
-¿Andando con una joven que no es su prometida a altas horas de la noche? Nunca lo imaginé de alguien de mi tropa. ¡Arréstenlo!- Los soldados que le acompañaban se estaban acercando con sus bayonetas e Hipólito se empezó a poner nervioso.
- Mi coronel, es un error. ¡Ella estuvo en el incendio! - aclaró.
- ¿Y por qué no está con su familia?
- Es que... – miró a Luna.
- Yo vivía dentro del Palacio de la Santa Inquisición que ahora esta inhabitable y mi hermana mayor vive al final de la montaña mi coronel. El joven soldado se ofreció a escoltarme.- dijo rápidamente Luna
- Ya veo, déjeme presentarme. Mi nombre es Jeremías Sanchez Buendía- le sonrío- Debe de estar cansada, le prepararemos una carpa y partiremos mañana al amancer. ¿Con quién tengo el gusto?
- Diana Campari, Coronel Sanchez.- Hipólito le miró con cara de extrañeza al escuchar esto.
- ¿Su familia es del reino de Piamonte?
- Mis abuelos vinieron del ducado de Milán a desarrollarse en nuevas tierras.
- Los italianos siempre fueron grandes marineros. En especial los genoveses. Aunque la mayoría suele quedarse en la ciudad de la Plata. El viaje hasta los Reyes es muy largo y costoso.
- Usted sabe muchas cosas mi coronel.- Luna miró sus ojos y sonrío. "Debía de admitir que era lindo, ojos grises claros que a veces tenían un brillo violeta, cabello negro y una sonrisa encantadora” pensó Luna
- Linda sonrisa señorita. - le dijo Jeremías sonriendo.
- Gracias coronel.- Se puso seria de nuevo y por un instante miró el piso, estaba un poco nerviosa.
– Mi coronel creo que debemos descansar ¿no lo cree?- dijo Hipólito
Acomodaron las carpas y se prepararon para dormir. Era un largo día y Luna tenía demasiadas cosas que procesar “¿En serio había muerto todos lo que estaban en el pabellón? Muchos de ellos estaban allí sin motivo aparente, como si el saber interpretar el clima o jugar las cartas sea un motivo de muerte. Tristes finales para personas que no tuvieron la suerte de nacer en familias con escudos de armas".
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