Mientras inspecciono mi herida oigo un ruido detrás de mí, así que me asomo con cuidado, con una mano en la empuñadura del mandoble, y detecto movimiento, pero no lo puedo distinguir bien entre la flora, por lo que avanzo con cuidado, pero la herida tiene su efecto sobre mi movimiento. De repente, alguien grita y dice varias profanidades. Sigo cojeando hasta que encuentro su origen, detrás de unos árboles. Salgo preparada para un ataque y veo a un humano sin un brazo y un rifle sobre su regazo, con el dedo sobre el gatillo. Curiosamente también huele a carne quemada. Nos miramos durante un minuto entero, en tensión, preparados para matarnos el uno al otro.
- ¿No estás cansada de tener que matar?
La pregunta me toma por sorpresa. Me he acostumbrado a ver a los humanos como criaturas malvadas y egoístas, así que no esperaba esto.
- Sí.
También estoy sorprendida por confesarme a este enemigo desconocido. Por mucho que crea en aquello por lo que lucho, estoy cansada de que haya que matar por ello, estoy cansada de ver a amigos morir y tener que matar a otras personas, que, ahora que lo pienso, tienen también seres queridos y aspiraciones. Nunca antes me había parado a pensar en el bando contrario, es más fácil para la conciencia pensar que son irredimibles. Suelto el mandoble y me siento junto al humano. De repente me encuentro agotada.
- ¿Quieres?
El hombre me ofrece una petaca y, después de un momento de duda, acepto y tomo un trago. Sabe fatal y escupo lo que queda en la boca.
- Esto sabe fatal.
- Por supuesto que sí. Lo llevo encima para espabilarme, no quedarme borracho.
Después de hablar me quita la petaca, pega un trago y se estremece.
- Joder, sabe cómo el culo, pero creo que a una parte de mí le gusta. ¿Debería preocuparme?
- Tal vez. Pásamela otra vez.
Empezamos a beber y a hablar, mientras a la distancia el conflicto se sigue llevando a cabo.
- ¿Cómo te llamas?
Pregunto a mi repentino amigo,
- Irdoinis. ¿Tú?
- Nalda. Menudos nombres más raros tenéis.
- Tranquila, para nosotros los vuestros también son bastante raros.
Nos reímos durante un rato. Nunca pensé que podría estar así con un humano, pero un grito de agonía nos arranca de nuestro tiempo fuera del conflicto. Me levanto como puedo, me apoyo en el árbol y miro al cielo horrorizada, un dragón cae, derrotado por los Ángeles Metálicos. Nuestra mayor fuerza empieza a morir.
- No, no puede ser.
Caigo sobre mis rodillas y empiezo a llorar. En ese momento entiendo que perderemos esta batalla y el territorio que hemos defendido a un precio tan alto, todo para nada, y sé que la moral de todo el ejército va a caer en picado, con un efecto devastador a la larga.
- Parece que ganamos. Gloria al Imperio y esas cosas.
Irdoinis habla sin ánimo, totalmente diferente a lo que me habría imaginado. ¿Por qué será así?
- Tus compañeros seguramente van a retirarse, así que es mejor que huyas antes de que te vean los soldados.
Tardo unos segundos en salir de mi ensimismamiento y responder.
- Si, tienes razón.
Recojo mi mandoble y apenas empiezo a andar como puedo un Ángel Metálico aterriza cerca.
- Mierda.
El soldado alado mira a Irdoinis, concretamente su herida.
- Descanse soldado, yo me encargaré de ella. En cuanto acabe recibirá atención médica.
Despliega su lanza e Irdoinis se levanta.
- Déjela ir, no vale la pena.
El ángel mira al hombre, vuelve su vista hacia mí y ataca con una estocada. Utilizo el mandoble para desviar la lanza, y consigo también desviar el siguiente ataque, pero me golpea en la cara con el extremo sin filo, desorientándome, y hace un barrido con el que me tira al suelo, golpeándome en la cabeza otra vez. Mi adversario está preparado para atravesarme con su lanza cuando un rayo le atraviesa el hombro. Irdoinis sujeta el rifle con su brazo, con la culata apoyada contra su pecho.
- Asqueroso traidor.
- Que te den.
La distracción me sirve para quitarle el cuchillo de la funda al ángel, que es atacado otra vez por Irdoinis, alcanzándole en un ala, y avanza hacia él, golpeándole una vez le alcanza. Llego hasta él y le apuñalo en el cuello, hundiendo el cuchillo todo lo que puedo. Sigue forcejeando unos segundos hasta que finalmente se muere y dejo su cuerpo en el suelo. Ambos nos miramos a los ojos.
- Que le den.
Irdoinis acompaña sus palabras con un escupitajo sobre el muerto.
- Si, que le den.
- Nalda.
Alguien me habla y el mundo a mí alrededor se distorsiona. Cada vez que me llaman mi entorno se va convirtiendo en un borrón, hasta que adopta la forma del salón de Irdoinis y mi vista se aclara.
- ¿Qué pasa?
- Estabas hablando sola. ¿Te encuentras bien?
Cambio de posición y me llevo las manos a la cabeza, donde tengo un atroz dolor provocado por la resaca.
- Si, es solo que me pongo pensativa cuando bebo.
Irdoinis es capaz de entender a lo que me refiero.
- Ya, yo también. ¿Por cierto, como están mi hermano y su esposa?
- Destrozados.
- Lo imaginaba.
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