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El Reino de Terraluce - "La Espada Real"

Capítulo 4

Capítulo 4

Nov 19, 2017

Caminaron riachuelo arriba, con mucho cuidado de no tropezar con alguna piedra o las raíces de los árboles pues la oscuridad no los dejaba distinguir bien por donde pisaban, hasta que Mandrakus los hizo detenerse frente a una enorme roca que estaba recargada sobre un viejo y grueso roble, golpeó la piedra tres veces con la punta inferior de su báculo y ésta se movió dejando al descubierto un túnel oscuro y estrecho que descendía bajo tierra.

El mago se volvió en todas direcciones para cerciorarse de que nadie los veía. - ¡Deslícense, uno por uno! - les ordenó y Ferruccio le cedió el lugar a Stella. - Vos primero, alteza - y ella titubeó ya que resbalar por el tobogán nunca había sido uno de sus juegos preferidos porque no le gustaba el cosquilleo que sentía en el estómago cuando estaba por llegar abajo, pero comprendió que la situación requería que hiciera tripas corazón y entonces se deslizó rápidamente.

El trayecto no fue tan malo como pensaba y cuando menos lo esperó, cayó sobre una enorme colchoneta rellena de plumas que había al final de aquel tobogán de piedra, segundos después aterrizaron Giusy y Ferruccio junto a ella. Mandrakus resbaló a lo último después de volver a cerrar la entrada secreta y taparla con la roca. Se incorporaron y caminaron por un largo pasadizo del que emanaba un ligero olor a humedad y estaba iluminado por pequeñas luces rojizas que colgaban del techo, Stella iba a paso lento contemplándolas con mucha curiosidad.

- Se llaman lámparas perpetuas - le explicó Giusy - son un tipo de luz alquímica que una vez encendida nunca se apaga. -

- ¿Qué es este lugar? - preguntó Stella sin dejar de mirar hacia arriba.

- Es un refugio que mandó a construir vuestro tatara-tatarabuelo, Demetrius Mordano, con la ayuda de los Odori-noi. Durante su reinado tuvo algunas rencillas con el rey de Terrafuoco que fueron en aumento hasta conllevarlos a tener enfrentamientos militares y cuando la familia real creía que corría peligro, evacuaban el castillo y se escondían aquí. Nunca nos imaginamos que podría sernos útil otra vez - puntualizó Mandrakus que iba caminando varios pasos adelante del resto del grupo.

Al final de aquel pasaje había una enorme y gruesa puerta de madera que tenía tallada una estrella de ocho puntas en la parte superior, Mandrakus golpeó tres veces la estrella con la espiral del báculo, entonces el símbolo se iluminó despidiendo una refulgente luz plateada y la puerta se abrió lentamente.

Entraron a una pequeña sala completamente iluminada por una araña que pendía del techo donde había cuatro sillones de madera con gruesos cojines de terciopelo rojo y una mesita en el centro sobre la cual estaban varios libros abiertos cuyas páginas estaban llenas de signos extraños, pergaminos con anotaciones ininteligibles, dos plumas para escribir, un tintero vacío y tres tazas que aún tenían un poco de café. Sobre las paredes de piedra había colgados varios estandartes de tonos verde esmeralda y azul cobalto que en el medio tenían bordada la estrella plateada de ocho puntas flanqueada por dos grandes felinos de color blanco.

Stella daba vueltas sobre sí misma observándolo todo con detenimiento, cuando de repente, un veloz destello plateado salió disparado desde una entrada que daba acceso a otros aposentos del palacio y corrió hacia ella. Era un felino grande de sedoso pelaje color plata, su aspecto parecía el de un león joven sin melena, se abalanzó sobre Stella y comenzó a retallarse y a maullarle fuertemente mientras ella gritaba asustada - ¡Quítenmelo de encima, por favor! - y una voz femenina que no conocía vociferó - ¡Lampo! ¡Compórtate! ¡Ven aquí! -

Cuando el felino se alejó, Stella pudo ver a la mujer que había gritado: era de mediana edad, baja de estatura, de busto amplio y tenía las piernas tan cortas que le daban un curioso aspecto como una pajarraca, y por si fuera poco, el tono de su voz sonaba como el cacareo de una gallina.

- ¡Lampo! ¡He dicho que vengas! - volvió a ordenar la Pajarraca con voz enérgica y entonces el felino emitió un maullido lastimero y se fue caminando arrastrando su larga cola entre las patas y se echó sobre un tapete que había debajo de la mesita del centro haciéndose un ovillo.

- ¡Vamos Glenda! No debería ser tan estricta con él - intervino Ferruccio - el pobrecito ha estado separado de su compañera por muchos años y le dio mucho gusto volver a verla. -

Los negros ojos de la Pajarraca se desorbitaron al escuchar eso - ¿¿Quieres decir qué ella es... su alteza... ella... ha vuelto?? -

- ¡Aquí esta! - señaló Giusy - ¡Es ella, de carne y hueso! -

- ¡Oh, bendito sea el Padre Cosmos! - exclamó la mujer tan desmesuradamente que parecía estar a punto de desmayarse por la emoción - ¡Llegué a pensar que nunca llegaría este día! -

- Pero el día que parecía tan lejano por fin ha llegado - le dijo Mandrakus posando una de sus arrugadas manos sobre su hombro para tranquilizarla.

- Vuestra alteza, mi nombre es Glenda Marchetti, era el ama de llaves del Castillo Real cuando vuestros padres, que en paz descansen, aún vivían y estoy encantada de ponerme a vuestro servicio - le dijo a Stella haciendo una exagerada y prolongada reverencia. - ¡Oh, pero alteza! - exclamó al observarla llevándose las manos a la boca. - ¡Esa pinta que tenéis no es digna de una princesa! - Y hurgó en los bolsillos de su delantal en busca de algo. - Enseguida os voy a confeccionar un vestido hermoso y elegante. -

Stella volteó a ver a Glenda y a los demás con expresión de no entender nada. - Eh... bien, se lo agradezco mucho, pero... - ella no quería ser una molestia para nadie, elaborar un vestido le tomaría a la Pajarraca bastante tiempo.

- ¡No os preocupéis! ¡Quedará listo en unos minutos! - dicho esto sacó unas largas tijeras plateadas, igual de relucientes que el brazalete de Stella, se acomodó en uno de los sillones y comenzó a cortar en el aire. Stella se quedó boquiabierta al contemplar que, con cada tijeretazo que Glenda daba, aparecía un trozo de tela color verde esmeralda que iba aumentando de tamaño hasta formar la falda de un vestido.

- ¿No son estupendas? - le preguntó la Pajarraca sonriendo complacida – Mandrakus me las regaló en mi último cumpleaños, sólo un genio como él podría fabricar algo así. -

- Bueno... - suspiró Mandrakus un poco sonrojado por el cumplido. - En lo que Glenda termina el vestido, nosotros podemos ir a darnos un buen baño antes de cenar e ir a acostarnos. -

- ¡Me parece perfecto! - dijo Giusy entusiasmada y cuando estaban a punto de dirigirse hacia el otro lado del palacio, un hombre alto, delgado, de cabello negro y con una expresión demasiado seria, les salió al paso.

- ¡Vaya alboroto! ¡Con semejante escándalo podrían haberlos escuchado allá arriba! - tronó dirigiéndose en especial a Giusy y a Ferruccio. - ¡Y vean nada más que desorden! - y señaló los libros que estaban desperdigados sobre la mesa.

- Perdone, es que... estábamos dando un repaso para el próximo semestre que va a empezar, pero tuvimos que salir corriendo y no nos quedó tiempo de acomodar... - respondió Giusy algo agitada.

- Como verá... - intervino Ferruccio bastante nervioso – su... su alteza, la princesa, está aquí con nosotros finalmente. -

El hombre se volvió lentamente hacia Stella y le dirigió una mirada fría debajo de sus espesas cejas negras. - Me complace enormemente tenerla aquí de vuelta, alteza - e inclinó su cabeza muy despacio. - Soy Avellino Marchetti, mayordomo de la familia real. -

- Él es mi hermano menor, por cierto - comentó la Pajarraca que seguía ocupada cortando tela azul cobalto para una capa.

- Es un placer conocerle - replicó Stella tragando saliva por el nerviosismo.

- ¿Y bien? - prosiguió Avellino dirigiéndose otra vez a Giusy y Ferruccio. - ¿Esperan que yo arregle sus desbarajustes? ¡Ya bastante trabajo tengo con las travesuras que hacen esos dos bribones de Marranghino y Lengheletto! -

Mandrakus se adelantó. - No te preocupes, yo lo arreglaré todo... - con un chasquido de dedos los pergaminos se enrollaron, se cerraron los libros, que tenían símbolos extraños también en las cubiertas, y mágicamente fueron a parar a las manos de Giusy y Ferruccio.

- Gracias por la ayuda... - respondió Avellino con un tono de voz que no denotaba mucho agradecimiento - ...iré a la cocina a preparar la cena, si es que Laureano vuelve a tiempo con los encargos que le hice - y se retiró del salón dando pasos firmes sin mirar a nadie.

- ¡Ven, Lampo! - llamó Giusy al felino, que había estado muy quieto y con la mirada triste a causa de la reprensión de la Pajarraca, e inmediatamente se animó, corrió al lado de Stella y comenzó retallarse en sus piernas.

- ¿Qué le pasa a este gatote? ¿Por qué se comporta así conmigo si no me conoce? -

- ¡Oh, pero claro que os conoce! - rió Mandrakus - Lampo es vuestro gigiátt. -

- Vaya, y... ¿y qué es un gigi..? Bueno, eso...-

- Un gigiátt es una especie de felino que suele ser entrenado para ser una mascota guardiana, puede acabar con alguien si se le da una simple orden. Son muy fieles a su amo y en cuanto éste muera el gigiátt también morirá junto con él. Lampo fue un cachorro que nació el mismo día que vos, por eso la conexión entre ambos es tan fuerte que ni el paso de los años ha servido para romperla, ni siquiera la ha debilitado. -

Stella acarició al animal detrás de las orejas y éste comenzó a ronronear de felicidad.

- ¡Ese Avellino! - protestó Ferruccio mientras acomodaba en sus brazos todos los libros que llevaba cargando. - ¡Su mal humor cada día va de mal en peor! -

- Ya veo que es una persona poco amigable... - comentó Stella bajando la voz por si acaso él pudiera estar escuchándolos.

- Yo siempre he dicho que está resentido con nosotros porque estudiamos para ser alquimistas y él no pudo hacerlo - agregó Giusy.

- Bueno... - dijo Ferruccio - Laureano tampoco fue admitido en la Facultad y sin embargo él no es un amargado ni nos guarda rencor, siempre está de buen humor. -

- ¿Quién es Laureano? - inquirió Stella un poco avergonzada por las tantas preguntas que no podía parar de formular.

- Otra persona que servía a vuestros padres en el castillo... - contestó Mandrakus - ya lo conoceréis después, es algo torpe pero como dijo Ferruccio, su carácter es agradable. -

Condujeron a Stella por un pasillo bastante amplio e iluminado para llevarla hacia el cuarto de baño. A pesar de que se lavaba con jabones y perfumes que olían deliciosamente bien y la relajaban por completo, no podía dejar de pensar en lo mucho que había cambiado su vida en tan pocas horas: había sido llevada a otro mundo donde la magia era real y ella no era una persona cualquiera sino una princesa que tenía que recuperar un trono que aún no sabía exactamente cómo había perdido y esperaba ansiosa la hora de la cena en que por fin pudiera hablar tranquilamente con Mandrakus y los demás para saber toda la verdad acerca de su pasado.

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