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El Reino de Terraluce - "La Espada Real"

Capítulo 7 (Parte I)

Capítulo 7 (Parte I)

Dec 05, 2017

Stella durmió plácidamente sobre su nueva cama que era cálida y suave; todo lo contrario de aquel colchón sucio, duro y viejo donde dormía cuando estaba en el orfanato. Habría descansado hasta que su cuerpo aguantara de no haber sido despertada por el sonido de unos pasos en su habitación. - ¿Es usted Mandrakus? - preguntó con la voz aún adormilada - ¿Giusy? ¿Ferruccio? ¿Glenda? -

Como no obtuvo respuesta se incorporó sobre el colchón y reparó en que estaba mirando de frente la pintura de sus padres que anoche estaba colocada detrás de la cama, se frotó repetidamente los ojos para poder ver mejor y entender lo que había pasado. - ¿Pero qué... cómo es qué..? - se preguntó completamente sorprendida.

Y entonces cayó en la cuenta de que alguien había hecho girar la cama mientras ella dormía, después oyó unas risitas divertidas que provenían del armario de caoba que estaba allí en la habitación y entonces las puertas se abrieron de par en par y saltó un minúsculo personaje de aspecto cómico y bonachón: era bajo de estatura, tenía un tupido mostacho negro, una panza enorme y una cabeza tan grande que se balanceaba ligeramente de un lado para otro sobre su corto cuello; iba vestido con una camisa roja con cuello en V atravesado por unos cordones negros, un ceñido pantalón azul sostenido por un grueso cinturón marrón con una enorme hebilla dorada y cuadrada, un par de zapatos marrones que terminaban en punta y sobre la cabeza llevaba puesto un sombrero puntiagudo también de color azul cuya punta se doblaba hacia abajo.

Al ver que Stella había despertado abrió sus enormes ojos negros y comenzó a brincar en un pie y luego en el otro mientras tarareaba una alegre y chusca melodía.

Stella no pudo evitar reírse de lo divertido que le parecía aquel hombrecillo y cuanto más reía ella, él hacía cosas todavía más graciosas como pararse de manos y columpiarse de la araña del techo mientras Lampo lo observaba atentamente sin despegarle la vista de encima.

Minutos después Mandrakus llamó a la puerta.

- ¡Adelante! - respondió Stella que seguía desternillándose de risa.

- ¡Buenos días alteza! - la saludó el mago. - ¡Oh! Veo que ya habéis conocido a Marranghino - comentó con una amplia sonrisa al ver las peripecias que realizaba aquel personaje, que en cuanto lo vio, le sacó la lengua y salió de la habitación brincando en un solo pie y haciendo trompetillas.

- Ese Marranghino es muy inquieto, una de sus travesuras favoritas es voltear los muebles y cambiarlos de lugar mientras todo el mundo duerme, pero eso sí, no es malicioso. Es tan simpático que es prácticamente imposible enfadarse con él, hasta Avellino le tiene paciencia - comentó Mandrakus sonriendo.

- Ya lo creo que sí... - respondió Stella al mismo tiempo que salía de la cama.

- Será mejor que os deis prisa, Giusy y Ferruccio os esperan en el comedor para tomar el desayuno - dicho esto, Mandrakus se encaminó fuera de la habitación para que Stella pudiera vestirse y de repente se dio la media vuelta. - ¡Ah, casi lo olvidaba! - chasqueó los dedos y la cama giró para volver a acomodarse en su posición original.

En cuanto Mandrakus cerró la puerta, Stella corrió a ponerse el vestido que la Pajarraca le había hecho ayer por la noche y se sentó enfrente del espejo del tocador para cepillarse y trenzarse el cabello. Sobre aquel mueble había un brillante alhajero plateado con una estrella de ocho puntas grabada en la tapa, Stella sintió mucha curiosidad por ver lo que guardaba dentro y lo abrió, estaba lleno de exquisitas joyas de plata igual de relucientes que su querido brazalete, también encontró una nota que decía: "Estas eran las joyas de vuestra madre, ahora podéis usarlas vos si así lo queréis" y entonces las sacó una a una para observarlas mejor y entonces decidió colocarse un bonito adorno para el cabello que particularmente le había gustado mucho.

En cuanto estuvo lista salió al pasillo con Lampo que corría pisándole los talones. Pasó varios minutos entrando y saliendo por varios corredores tratando de recordar por donde tenía que doblar para llegar al comedor hasta que se topó con Avellino que la saludó con expresión adusta.

- Buen día, alteza. Hace ya varios minutos que el desayuno está listo ¿Por qué os habéis retrasado tanto? - le preguntó arqueando una de sus cejas.

- Yo... este... - titubeó Stella - es que estuve andando en círculos porque no recuerdo cuál es el pasillo que lleva al comedor, todos me parecen iguales y me he confundido totalmente - comentó señalando con las manos las lámparas y las puertas, que a su parecer, estaban distribuidas exactamente igual en todos los corredores.

- No os preocupéis, yo os mostraré el camino. Seguidme, por favor - ordenó Avellino suavizando un poco su expresión y Stella obedeció a pesar de que aquel hombre no le inspiraba mucha confianza.

Cuando llegaron al comedor, Avellino cruzó la estancia para dirigirse a la cocina mientras murmuraba algo en voz baja para sí mismo y trataba de esquivar a Marranghino, Lengheletto y Cestín que corrían desaforados alrededor de la mesa haciendo payasadas.

Mandrakus, Giusy y Ferruccio ya se encontraban desayunando sentados en sus respectivos lugares y Stella los saludó mientras se acomodaba en el asiento principal.

- ¡Buen día a todos! Espero no haberlos hecho esperar demasiado - los saludó bastante apenada.

- ¿Qué tal, alteza? No os preocupéis por eso ¿Habéis pasado una buena noche? - le preguntó Giusy mientras untaba mantequilla a una rebanada de pan.

Stella no alcanzó a responder porque desde la cocina llegó un estruendo como de varias cacerolas que caían al suelo y la voz desesperada de Laureano que se disculpaba. - ¡Lo... Lo siento! Es que... -

- ¡Déjamelo a mí, inútil! - lo regañó Avellino quien minutos después salió de la cocina echando chispas por los ojos y sosteniendo una botella de jugo de naranja entre las manos que depositó bruscamente sobre la mesa haciendo que todos se sobresaltaran.

- ¡Vaya genio! - comentó Ferruccio asustado mientras se servía jugo en una copa plateada.

Parecía que por fin podrían desayunar tranquilamente, no obstante, pasados unos diez minutos la paz volvió a ser perturbada, la Pajarraca entró hecha un manojo de nervios, con la cara roja y goteando de sudor, al parecer había estado corriendo lo más aprisa que le daban sus cortas piernas.

- ¡Mandrakus! ¡Mandrakus! - llamó al mago desesperadamente haciendo aspavientos con las manos y haciendo rodar las pupilas de sus ojos en todas direcciones. - ¡Traigo noticias del pueblo! ¡Malas noticias! ¡Ya verá si son malas! ¡Más que malas! ¡Son terribles! ¡Terribles! -

El anciano se levantó inmediatamente de su lugar. - ¡Cosmos bendito! ¡Tranquilícese Glenda! ¿Pero qué es lo que ha ocurrido? -

La Pajarraca se acomodó en una de las sillas para descansar un poco y se abanicaba sacudiendo su delantal. - Es Archinto... ¡A... Archinto ha... ha muerto! -

Todos los ahí presentes enmudecieron y palidecieron de terror, hasta Marranghino, Lengheletto y Cestín dejaron de jugar y corretear por todos lados.

- ¿Cómo se ha enterado de eso, Glenda? - preguntó Mandrakus tratando de mantener la compostura a pesar de que aquella noticia también lo había inquietado bastante.

- Las personas en el pueblo no paraban de hablar de eso, al parecer la noticia corrió como un relámpago, dicen que colocaron su cráneo sobre una estaca allá en la Plaza Mayor con una advertencia para todos aquellos que se atrevieran a prestar oídos a los rumores del retorno de la princesa. -

Giusy dejó escurrir un hilo de leche que caía de su cuchara llena de cereal. Ferruccio se quedó con los ojos abiertos sosteniendo su pan sin llevárselo a la boca, estaba tan absorto escuchando lo que la Pajarraca les contaba que ni siquiera reparó cuando Marranghino se lo arrebató de entre las manos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Stella, el hombre que supuestamente había ayudado a Lázarus a quitarles la vida a sus padres ahora estaba muerto. Pero cabía la posibilidad de que él fuera inocente, de ser así entonces había sido encarcelado y asesinado injustamente.

Mandrakus se quedó pensativo un momento con una expresión de completa angustia dibujada en el rostro. - Esto no pinta nada bien, nada pero nada bien. Tal como lo temía, Lázarus hará cosas aún más terribles de las que ha sido capaz de hacer en todos los años que el reino ha estado bajo su dominio. -

- Pero... ¿por qué? - preguntó Stella alarmada.

- ¿Por qué?... - prosiguió Ferruccio a responder. - Porque sabe que cuando los rumores de vuestro regreso se difundan por todo el reino muchos de los que hasta ahora se han sometido a su yugo sin oponer resistencia comenzarán a levantarse en contra suya. Él sabe perfectamente que todos tienen muy claro que él mandó envenenar al rey Romeus y a la reina Cinzia para quedarse con el trono, aunque el muy cínico se empeñe en negarlo. -

A Laureano le tembló todo el cuerpo y dejó caer al suelo una copa de vidrio que sostenía entre las manos. - ¡Inepto! - le gritó Avellino al mismo tiempo que lo empujaba de vuelta a la cocina y la Pajarraca los siguió murmurando entre dientes algo que parecían plegarias.

Cuando los criados desaparecieron de la vista, Mandrakus volvió a sentarse en su lugar. - ¡Apresúrense a tomar el desayuno, no debemos perder más tiempo! Debemos salir en busca del scrixoxiu lo más rápido posible, pero antes, vuestra alteza deberá consultar a Estéfanos. -

Giusy y Ferruccio asintieron con la cabeza y se apresuraron a terminar sus cuencos de cereal.

- Bueno y... - inquirió Stella que a esas alturas estaba realmente asustada y preocupada - ¿Y quién es ese hombre al que tengo que ver? ¿Qué es lo qué debo que hacer? ¿Dónde puedo encontrarlo? -

- Estéfanos es el nigromante más poderoso de todo el reino, él os ayudará a contactar con el espíritu de vuestro padre y entonces él os revelará el escondite del scrixoxiu. -

- Pero.. - interrumpió Stella que a estas alturas del partido se encontraba totalmente desmoralizada - ... Yo no conozco el reino, no tengo ni idea de en dónde puedo encontrar a ese nigromante, no sé a dónde debo ir. A decir verdad... no creo que yo pueda hacer algo... tal vez ni siquiera logre encontrar esa espada escondida. -

- No debéis angustiaros, esta empresa no tiene porque fracasar si os preparamos bien para recorrer el largo camino que tenéis por delante. Así que, será mejor que nos encaminemos hacia la guarida de Estéfanos que no está muy alejada del pueblo más cercano - y después se dirigió a los demás. - ¡En marcha! -

- Esto... ¿Mandrakus? - preguntó Giusy titubeante.

- ¿Sí? -

- Mientras usted y su alteza van a visitar a Estéfanos ¿Podríamos Ferruccio y yo ir un momento al pueblo? Necesito con urgencia encontrar un sitio donde pueda conseguir heces de caradrio. -

- ¿Heces de caradrio? - preguntó Stella arrepentida de haber tomado un poco de pan para comer en el camino, pues ahora que había escuchado a Giusy hablar de excrementos se le había ido el apetito.

- Sí, alteza; veréis, los caradrios son unos pájaros blancos que viven en los jardines del Castillo Real, tienen la particularidad de que defecan mientras comen y para nosotros los médicos alquimistas sus desechos son muy valiosos porque tienen grandes propiedades curativas para la inflamación de ojos, esas aves también nos ayudan para diagnosticar si una persona tiene una enfermedad mortal o no. Pero desde que Lázarus está ahí es imposible entrar a los jardines del castillo porque no nos lo permite, hace un par de meses hubo una epidemia terrible de conjuntivitis y no pudimos elaborar suficientes medicamentos porque tuvimos que esperar a que nos trajeran las heces de contrabando desde algún reino vecino. -

- Pero si acaso alguien del pueblo llegara a tener heces de caradrio te las venderá a un ojo de la cara - comentó Mandrakus desanimado.

- Nada pierdo con ir a buscar - replicó Giusy esperanzada.


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Lilith Cohen

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