Mandrakus, Giusy, Ferruccio, Stella y Lampo se dirigieron en fila hacia la sala que daba al túnel que conducía a la superficie, Ferruccio, que iba en la retaguardia, volteó para reñir a Cestín. - ¡Hey! ¡Tú no puedes venir al pueblo con nosotros! ¡Quédate aquí! -
Cestín hizo finta de dar la media vuelta, pero en cuanto Ferruccio reanudó la marcha volvió a pisarle los talones. - ¡Te he dicho que te quedes! - le gritó realmente fastidiado.
Esta vez Cestín comenzó a saltar de indignación y le propinó una fuerte patada a Ferruccio en el tobillo que lo hizo enfadarse y soltar una serie de palabrotas y maldiciones. - ¡Largo! - le ordenó con voz enérgica y Mandrakus tuvo que intervenir. - ¡Oh, vamos Ferruccio! Déjalo venir con nosotros, ya sabes que cuando se le pega la gana seguirte los pasos no hay quien lo haga cambiar de idea. -
Al llegar a la puerta, Mandrakus, que iba al frente de la comitiva, se detuvo y golpeó tres veces la estrella con el báculo y ésta se abrió lentamente revelando el largo túnel iluminado por la luz rojiza de las lámparas perpetuas. Siguieron adelante hasta llegar donde se encontraba el tobogán de piedra por donde habían resbalado ayer por la noche al traer a Stella por primera vez al Palacio Subterráneo.
El anciano aplaudió una vez y el tobogán de piedra se removió para formar varios escalones de piedra para poder subir y salir al aire libre. Cuando estaban por llegar al final de la escalera, Mandrakus les ordenó mediante señas que se detuvieran un momento y aguzó el oído por si escuchaba algo allá afuera. - Bien, todo me indica que es seguro - y golpeó el techo tres veces con la punta del báculo para dejar al descubierto la entrada secreta.
En cuanto terminaron de salir uno por uno, Mandrakus volvió a sellar la entrada que estaba oculta bajo una enorme roca e hizo andar a los demás a paso presuroso. Continuaron caminando silenciosamente riachuelo abajo siguiendo un estrecho sendero de tierra rodeado de árboles que conforme más iban avanzando se hacían más y más frondosos al grado que impedían que la luz solar se filtrara entre ellos.
Stella estuvo a punto de romper el silencio para preguntarle a Mandrakus cuánto faltaba para llegar a su destino, cuando éste los hizo detenerse en seco, escuchó atentamente y después se volvió despacio hacia ellos y les ordenó en voz baja. - ¡Escóndanse, rápido! ¡Atrás de aquellos árboles! - y señaló hacia unos viejos olmos.
Cada uno se escondió detrás del tronco de un árbol intercambiando miradas entre ellos sin atreverse a respirar siquiera, no comprendían qué era lo que había visto Mandrakus hasta que apareció un ave strige a la vista de todos revoloteando sigilosamente mientras enfocaba sus enormes ojos amarillos en busca de una presa para succionarle la sangre. Stella, que nunca antes había visto una criatura similar a esa, sentía que el corazón estaba a punto de saltar de su pecho por el pánico. El terrible pájaro comenzó a volar en círculos, al parecer había detectado que había personas escondidas en esa parte del bosque y buscaba desesperado.
Stella abrazó a Lampo y volvió la vista hacia su derecha para no seguir contemplando a ese animal y vio a Mandrakus que murmuraba unas extrañas palabras entre dientes desde su escondite mientras apoyaba sus nudosas manos sobre la espiral de su báculo, en medio de ellas surgieron unos rayos de un azul brillante como pequeñas descargas eléctricas y entonces el ave strige dejó de revolotear cerca de ellos y se alejó rápidamente de aquel lugar.
- Se ha ido - les dijo el anciano a los demás mientras se encaminaba de nuevo hacia el sendero.
- ¿Q... qué... qué era eso? - preguntó Stella sin parar de temblar por el miedo.
- Un ave strige - le respondió Giusy. - Se dice que son pájaros de mal agüero, pero eso no es lo peor ¿Habéis visto ese largo pico dorado que tiene? - Stella asintió moviendo la cabeza. - Bueno, pues lo usan para chupar sangre y machacar carne humana a picotazos. -
- Antes de que Lázarus se impusiera en el trono a esas aves únicamente se les veía cerca de la frontera con el reino de Terrafuoco, pero ahora merodean a sus anchas por donde quieren - comentó Mandrakus apoyándose en su báculo para subir por un montículo.
- Y... y dicen que, el... el Al... Alquimista Oscuro... - intervino Ferruccio que al parecer tampoco se había repuesto del horror que se había llevado - ti... tiene una de e... esas abominables aves como mascota... -
Giusy se detuvo a buscar algo debajo de su boina, sacó dos ampolletas llenas de otra fórmula burbujeante, sólo que esta parecía refresco de cereza. - ¡Tomen! - y les lanzó una a Stella y a Ferruccio. - Para que se les pase el susto. -
Los aludidos destaparon sus ampolletas, bebieron de prisa todo el contenido y al instante dejaron de temblar y se normalizó su ritmo cardíaco.
- Y recuerden... - les advirtió Giusy.
- "No deben abusar de ellas o las consecuencias podrían ser terribles..." - terminó Ferruccio la frase imitando el enérgico tono de voz de la muchacha.
- Me alegro que al menos lo tengas presente... - replicó Giusy fulminándolo con la mirada.
Después de andar por un buen rato llegaron a un claro donde el sendero se bifurcaba en dos caminos.
- De acuerdo... - suspiró Mandrakus al mismo tiempo que sacaba un pañuelo de su sombrero para secarse el sudor de la frente - ... aquí nos separamos. -
Stella se volvió por todos lados esperando ver una choza o algún otro sitio que pudiera ser la residencia del famoso nigromante, pero no vio nada más aparte de los árboles que bordeaban el camino.
- ¿Aquí es dónde vive ese Estéfanos? - preguntó algo desconfiada.
- No exactamente - respondió Mandrakus con suma tranquilidad.
- Bien... - dijo Giusy. - Esperamos no tardar demasiado en el pueblo, nos veremos luego aquí en el cruce. -
- Buena suerte... - les deseó Ferruccio a la princesa y al mago mientras él y Cestín seguían los pasos de Giusy que ya doblaba por el camino de la derecha.
Cuando los dos jóvenes se perdieron de vista, Mandrakus se metió entre la espesura del oscuro bosquecillo que estaba del lado izquierdo.
- Seguidme, alteza... no tenemos tiempo que perder. -
Stella obedeció y se adentró en medio los árboles con los nervios nuevamente a flor de piel.

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