El Bisso Galeto comenzó a aumentar paulatinamente de tamaño hasta llegar a ser más alto que una avestruz y su aspecto se hizo aún más aterrador que antes. Dos incautas mujeres se dejaron llevar por el terror y corrieron desesperadas fuera del círculo para tratar de escapar de aquel monstruo. - ¡Regresen! - les gritó Mandrakus - ¡Aquí están seguras! - pero fue en vano, en cuanto cruzaron los límites del monumento, el animal las fulminó con su letal mirada y cayeron muertas instantáneamente.
Mientras tanto, Stella trataba de concentrarse con todas sus fuerzas en las Tres Hadas recordando lo que Fata Farfalla le había dicho antes de salir del bosque: "Si os encontráis en un apuro y necesitáis de nuestra ayuda, tomadlo entre vuestras manos y llamadnos con el pensamiento, si estáis conectada con la Madre Naturaleza también lo estaréis con nosotras." Ellas eran su única esperanza, ya que ni siquiera el sabio Mandrakus tenía idea de cómo acabar con aquella mortífera criatura. - ¡Por favor, hadas protectoras! ¡Necesitamos urgentemente de su ayuda! - les imploró Stella ya que cada vez era más difícil tratar de mantener la calma.
Tres refulgentes luces surgieron repentinamente de la nada y aparecieron Fata Uccellina, Fata Fiorella y Fata Farfalla. - ¿Qué es lo que ocurre, princesa? ¿Por qué causa nos habéis llamado? - preguntó esta última.
- Sucede que esa chica... - se explicó Stella apuntando con la cabeza a Loretta que acariciaba al monocero para tratar de tranquilizarse - ... ha venido desde el Castillo Real para advertirnos de que Lázarus nos enviaría algo maligno para atacarnos y no sabemos qué podemos hacer ¿Cómo lograremos salir de esta? -
Fata Uccellina intervino. - No debéis asustaros, esta criatura es ciertamente muy peligrosa, más no es invencible, sólo hace falta conseguir un instrumento muy simple para poder derrotarla. -
Después se volvió a sus hermanas y éstas, como si le hubieran leído el pensamiento, se acercaron a ella, las tres se tomaron de las manos formando un círculo y cerraron los ojos muy concentradas mientras el resto las observaban confundidos. Y entonces, comenzaron a elevar una plegaria especial:
Llamamos por las fuerzas de la Madre Naturaleza y del Padre Cosmos...
Llamamos por las fuerzas de la Tierra, del Aire, del Fuego y del Agua...
Llamamos por el Sol, por la Luna y las Estrellas para que provean lo que necesitamos para obtener la victoria.
En medio del círculo que habían formado las hadas, se materializó el espejo más grande que Stella jamás había visto en su vida. El Bisso Galeto lanzó un chillido de terror al darse cuenta de que ahora era él quien se hallaba en peligro mortal y trató inútilmente de escapar, pero las hadas fueron más rápidas y lo atraparon en un campo de fuerza mágica que le impidió la huida. Mágicamente, el espejo se volteó hacia donde estaba el monstruo y éste, al ver su propio reflejo sobre la brillante superficie, se desintegró instantáneamente. Todos suspiraron y gritaron de alivio.
- ¿Pero qué ha ocurrido exactamente? - preguntó Ferruccio totalmente estupefacto a Fata Uccellina.
- La mirada del Bisso Galeto es letal inclusive para él, nada más bastaba con obligarlo a mirar su propio reflejo para aniquilarlo - le respondió.
- Muchas gracias por acudir a mi llamado y sacarnos de este apuro - les dijo Stella con lágrimas en los ojos.
- Y yo también quiero agradeceros por enviar al monocero en mi ayuda. Sois vosotras unas hadas muy benevolentes... - interrumpió Loretta dirigiéndoles una respetuosa reverencia. - Pero, ahora tengo otro gran problema: no puedo volver al castillo. A estas alturas Lázarus ya debe haber descubierto que escapé y si regreso con toda seguridad me matará. -
- No te preocupes, noble muchacha - la tranquilizó Fata Farfalla. - En el Bosque de los Sauces Danzantes podrás refugiarte con nosotras hasta que pasen las dificultades. Y ustedes... - dijo volviéndose a los demás - ... será mejor que regresen a sus respectivos hogares y se pongan a resguardo, Lázarus podría enviar más amenazas hacia aquí. -
- Así es... - la apoyó Mandrakus - ... nosotros también deberíamos irnos y buscar un sitio seguro para acampar. -
Loretta se acercó inesperadamente a Stella y le dio un caluroso apretón de manos. - ¡Buena suerte, princesa! Espero de todo corazón que pronto logréis recuperar vuestro sitio. -
Sin saber por qué, Stella sintió el impulso de estrechar en sus brazos a esa chica que hace apenas un momento había conocido pero que ya la sentía tan cercana, como si la conociera desde siempre. - Gracias... y yo deseo que volvamos a vernos cuando corran tiempos mejores ¡Cuídate mucho! -
Loretta se separó de Stella y corrió a reunirse con las hadas y las cuatro agitaron sus manos para despedirse y desaparecieron llevándosela junto con el monocero. Los caminantes también se prepararon para retirarse.
- ¡Adiós queridos hermanos! Tengo la esperanza de que volvamos a reunirnos todos juntos y celebrar sin temores el próximo Solsticio de Invierno - les dijo el anciano de la máscara para despedirse, y entonces, él y su grupo dieron la media vuelta. Mandrakus hizo un movimiento con sus manos y apagó la hoguera que se había quedado encendida para así poder caminar completamente protegidos por la oscuridad de la noche.
El grupo se instaló en un valle desde donde se podían apreciar las montañas de la Cordillera Sur a lo lejos. Aunque trataban de evitar los poblados por temor a los soldados de Lázarus, esta vez no tuvieron más remedio que dormir a las afueras de una aldea.
Stella se despertó muy de madrugada cuando el cielo comenzaba a clarear, con mucho cuidado de no despertar a los demás, se dirigió a un pozo que había ahí cerca para lavarse la cara, cuando se acercó se dio cuenta de que había una diminuta anciana de mal aspecto que llevaba un viejo vestido remendado y maldecía mientras trataba de desenredar su espeso cabello gris con sus larguísimas uñas que medían más de treinta centímetros cada una y al verla no pudo evitar soltar una exclamación de susto.
- ¡Vaya! - dijo la mujer para sí - ¡Otra humana que se aterroriza nada más verme! -
Stella estaba a punto de salir pitando, pero la mujer la detuvo.
- ¡Oh, por favor! ¡No creas todas esas tonterías que se dicen sobre mí! "La Pettenedda es una bruja malvada", "Niño: no te acerques demasiado al pozo o la Pettenedda te llevará al fondo, te encadenará y te convertirá en su esclavo." -
- Yo... - trató de excusarse Stella - no... no creo que usted sea una mala persona, no, para nada... -
- ¡Créeme querida! ¡Estoy harta de la gente que me juzga por mi apariencia! Si tú tuvieras el cabello tan enredado como el mío también estarías siempre de mal humor, pero jamás me atrevería a hacerle daño a un inocente e indefenso niño, así que déjame que te dé un consejo: Nunca juzgues a una persona por su apariencia, hay personas que pueden aparentar ser tontas y no serlo en absoluto y también hay quienes pueden parecer de buen corazón y estar completamente podridos por dentro. -
Stella asintió mientras caminaba lentamente hacia atrás para volver al campamento. - Recuérdalo, no debes fiarte de las apariencias... - le dijo la Pettenedda antes de desaparecer.
Cuando los otros despertaron, por alguna extraña razón, Stella decidió no contarles nada acerca de su encuentro con la misteriosa anciana.
Siguieron caminando hasta que llegaron a las faldas de las montañas, como allí parecía haberse adelantado el Invierno, se pusieron abrigos de pieles para calentarse. Decidieron hacer un alto para comer y descansar cerca de un riachuelo, en cuanto se acomodaron sobre la hierba, vieron descender por una ladera a dos mujeres que caminaban con expresión altanera e iban ataviadas con sendos peinados y vestían con vestidos elegantes pero ligeros, al parecer eran completamente inmunes al frío.
La más soberbia de las dos era una mujer mayor que tenía el cabello completamente blanco y lo llevaba apretado en un chongo, sus ojos eran de un tono azul glacial mientras que la otra era una mujer de mediana edad de cabello castaño y ojos de color verde esmeralda.
Stella estuvo a punto de preguntar quiénes eran ellas, ya que le parecía que eran demasiado refinadas para ser personas de montaña, cuando Giusy comentó bastante sorprendida - ¡Miren! ¡Son un par de mascas! -
- ¡Oh no! - murmuró Mandrakus para sí en cuanto reconoció a las mujeres. - De todas las mascas con que podíamos toparnos ¿por qué teníamos que encontrarnos precisamente con ellas dos? -
En cuanto las mujeres los vieron de cerca, sus ojos se encendieron de ira y esbozaron muecas de absoluto desprecio, el mago les ordenó a los jóvenes que se pusieran en pie y reanudaran el paso lo más rápido posible, pero la masca mayor se apresuró para bloquearles el paso.
- ¡Mandrakus! - le gritó con rabia - ¿Cómo os atrevéis a acercaros por nuestros dominios? -
- Salve, Monna Dora... - la saludó Mandrakus con sumo respeto y después se dirigió a su acompañante - ... y salve vos también Monna Russella, no os preocupéis, no era nuestra intención importunaros, tan sólo estamos de paso. -
La masca más joven posó sus ojos en Stella y dejó escapar una exclamación de sorpresa. - ¡Madre! ¡Mira! ¡Es... es ella! - le dijo a su acompañante.
Monna Dora escudriñó a Stella de pies a cabeza fulminándola con la mirada. - ¡No puede ser! - exclamó aún más enfurecida, apartó su vista de la princesa como si ella fuera algo indigno de ser visto y siguió riñendo con Mandrakus. - ¡Después de todo lo que habéis hecho... todavía tenéis el cinismo de venir aquí y traer con vos a esta..! - y señaló con la cabeza a Stella.
- ¡"Esta" es la princesa Stella! - le gritó Ferruccio - ¡Diríjase a ella con respeto! -
- ¡Nadie como tú me da órdenes! -
- Mi querida señora, ninguno de nosotros os ha hecho daño alguno para que nos guardéis un rencor tan grande como este - le dijo Mandrakus serenamente.
- ¡Por supuesto que sí! - vociferó Monna Dora. - ¡Vuestra simple existencia es un insulto para nuestra noble estirpe! ¡Vuestra madre, esa inmunda traidora que le dio la espalda a su sangre, maldita fue desde el momento en que abandonó el clan, se unió con un abominable Benandanti y engendró a un repugnante mestizo como vos! -
- ¡Cállese! - le gritó Giusy totalmente enfurecida. - ¡No le hable de ese modo a un anciano venerable como Mandrakus! -
- ¡Jamás vuelvas a gritarle a una masca, muchacha ajena! - le respondió Monna Russella al mismo tiempo que le propinaba una sonora bofetada. - ¡Nosotras no somos iguales a ti! -
Giusy cerró los puños enfurecida y trató de responderle a la masca con otro golpe, le habría acomodado un buen puñetazo de no ser porque Ferruccio la detuvo.
- ¡Es por eso que vos, Mandrakus, sois de la peor calaña que se podría encontrar! - continuó Monna Dora. - ¡No os habéis conformado con el sólo hecho de existir, también nos habéis robado toda nuestra sabiduría ancestral para enseñarla a esos otros asquerosos mestizos en vuestra Facultad! -
- ¡Yo no os he robado nada! - gritó Mandrakus mientras sus ojos despedían rayos por el enojo contenido. Stella, Giusy y Ferruccio se estremecieron pues nunca habían visto al bondadoso hechicero tan enfadado como en ese momento.
- ¿Ah no? - prosiguió Monna Dora - ¡Os habéis llevado el valioso Libro del Cinquecento! -
- ¡Mi madre era la dueña legítima de ese libro! ¡Su última voluntad fue que yo lo tuviera en mi poder! -
- ¿Y qué me decís del Libro del Comando y las botas de diez kilómetros? ¡Os los habéis robado vos también! -
- ¡No tengo la más mínima idea de quién os haya hurtado esas cosas, pero yo jamás me he llevado nada que no me pertenezca! ¡Dejad de levantar falsos contra mi persona! - vociferó dando un fuerte golpe con el báculo y el suelo tembló por un instante. Monna Dora se irguió cuan alta era y miró a Mandrakus con aires de suficiencia e hizo ademanes con las manos preparándose para lanzarle un maleficio.
- ¡Madre! - intervino Monna Russella - ¡Déjalo, no vale la pena! -
- Tienes razón, hija. No puede esperarse nada bueno de un mestizo de mala sangre como él. Todas las mezclas son malas pero hay dos que no podrían ser más que indeseables, como la de una masca y un Benandanti.
- ¡Madre, vámonos! - le dijo Monna Russella tomándola del brazo, antes de irse, las dos dirigieron furibundas miradas a Mandrakus y a Stella.
- Nosotros también nos retiramos - masculló Mandrakus y los demás lo siguieron andando a paso rápido y firme. - Vuestro padre tenía razón... - le dijo el mago a Stella - ... siempre que paséis por la Cordillera Sur más vale continuar adelante y no volver la vista atrás. Recordadlo siempre. -
Stella no supo qué decir, el odio que aquellas mujeres habían manifestado a Mandrakus la había impresionado demasiado, aunque tenía muchas dudas que ansiaba despejar, decidió que lo más sensato por el momento era no hacer preguntas.

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