- No puedo soportar esto durante más tiempo. – Tecleo en el ordenador.
No espero la respuesta de Santi, de un salto me pongo en pie y me calzo. Al salir de la habitación me cruzo con su mirada, esos ojos oscuros que hace tanto tiempo me encantaba mirar. Ahora me aterran. Desde que me diagnosticaron la depresión y la ansiedad todo se ha convertido en oscuridad, de alguna manera él es una cadena que tira más y más de mí, tratando de hundirme por completo. Necesito salir de aquí.
- Espera, vamos a hablarlo. – Dice cargado de amor.
O al menos eso es lo que parece. Sus palabras son de seda pero sus actos están bañados en el peor de los venenos. No cedo, hace mucho que dejé de creer en sus palabras. Le observo durante un segundo, dolida por todo lo que hemos perdido pero sé que la persona que ha aparecido vale mucho más. Lo vale absolutamente todo.
- Voy a dar una vuelta con el coche. – Digo muy alterada.
La ansiedad se ha acurrucado en mi pecho y me impide respirar con normalidad.
- De eso nada. – Me quita las llaves de las manos. – Mira cómo estás, podrías matarte si te pones a conducir.
- Deja de decirme lo que puedo hacer. Esto se acabó hace mucho tiempo y sigues ahí, rompiendo cada puto pedazo de mí. – Chillo. – Estoy harta. Llevo casi tres años intentando arreglar esto pero ¿Sabes qué? ¡Ya no quiero!
Se mantiene en silencio y me lanzo hacia la puerta principal. Hace meses que me mudé lejos de la ciudad, al pie de una gran montaña. Las casas de alrededor están vacías y hacia el otro lado solo está el océano. De alguna manera se las ha arreglado para aparecer de nuevo, colarse aquí, a vivir e intentar destruir mi relación. Cada día es un infierno, un sufrimiento que parece no tener fin. Es como si tuviese un doctorado en manipulación emocional pero no pienso permitírselo. Nunca más.
- Vuelve, por favor. – Dice sin siquiera moverse del sitio.
- Si te preocupase te molestarías en deternerme. – Río histérica.
No se mueve y yo abandono la casa en plena noche. Echo a correr sin pensar. No he traído nada de abrigo, no he cogido el teléfono y el frío rompe contra mi piel. Corro sin parar, no miro atrás porque sé que no me sigue. El cemento del camino principal se convierte en tierra húmeda, el olor a mar mezclado con el perfume del bosque me hipnotiza. Aparto ramas y esquivo piedras y troncos. El corazón se acelera pero la ansiedad se va disipando. Sonrío y continuo sin dirección fija. Los zapatos se entierran en el barro, la naturaleza forma una barrera a mi alrededor y me siento en una gran piedra. Todo está oscuro, no se distingue nada. Cierro los ojos y empiezo a cantar Eyes on fire de Blue foundation. De alguna manera necesitaba esto, huir, escapar de él y las heridas que causa sin miramientos. La mirada de Santi aparece en mi cabeza, esos preciosos ojos verdes, tan profundos que podría ahogarme en ellos. Al sol, este bosque debe tener los mismos destellos que su mirada, verde, verde vida. El sonido de una rama rompiéndose me pone alerta. ¿Animales? Dos ojos amarillos surgen de entre la nada, observándome atentamente. Dejo de cantar, debo haberles atraído hasta mí. Al principio no siento miedo y me pongo en pie. La criatura que se esconde en la penumbra me imita hasta quedar a la altura de mis ojos. Es increíblemente alta. La respiración se me entrecorta. El bosque no me protege, quiere acabar conmigo.
- Increíble ¿Verdad? – Dice una voz masculina cerca de mí. – Es las más grande de todos nosotros. Un ejemplar único.
Una especie de perro enorme sale de entre los árboles. La luna le ilumina el pelaje del color de la sangre.
- ¿Es tuyo? – Digo todavía asustada.
- ¿Mío? – Se ríe en voz alta. – Nosotros no le pertenecemos a nadie. Lleva mucho tiempo buscándote.
- ¿Qué? – Balbuceo.
- Supongo que ha llegado el momento. – Saca un cuchillo y se hace un profundo corte en la palma de la mano.
Alguien me sujeta los brazos por la espalda. Tiene una fuerza demoledora, por mucho que forcejeo no consigo nada. La ansiedad vuelve a hacerse hueco dentro de mí y empiezo a hiperventilar.
- Bebe. – Dice obligándome a abrir la boca.
Me resisto tanto como puedo pero, al final, consigue su objetivo. Su sangre recorre mi garganta, está muy caliente, demasiado. La lengua me arde y un extraño dolor recorre mi cuerpo.
- Ahora. – Dice mirando a la bestia de ojos amarillos.
El animal gruñe y se abalanza sobre mí. Durante un instante nos miramos a los ojos. No veo ira en ellos, de hecho, casi parece que lamenta lo que hace. ¿Los animales son capaces de tener remordimientos? Levanta una de sus enormes patas y abre una gran herida a lo largo de mi mejilla.
- Si mañana sigue viva, sabremos que es ella. – Dice el hombre.
- Según la leyenda, reaccionará a la sangre y se activará el gen. Si es que lo tiene. – Dice una mujer adulta. – Si no, morirá.
Sus palabras no me asustan. Al oírlo algo se calma en mi interior. He intentado acabar con mi vida varias veces, no temo a la muerte. El animal sigue haciéndome presa de su peso y empiezo a perder el conocimiento. Lo último que veo son su sonrisa y sus ojos verdes.
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