—¿Así que sólo la apuñaló? ¿Así como así? ¿No tuvieron qué convencerla?— Retumbó la voz chillona de aquella niñata consentida en toda la habitación.
Para el señor de la casa y los dos menores de ese lugar, era desesperante. Sin embargo, parecía que Rina sólo dejaba a la pelirosa entrar para fastidiarles. Por suerte, la casa se había despejado antes de su llegada.
—Pues... verás, mi querida Sara. En realidad, no fue nada difícil.— Se mofa la rubia ojiazul, sosteniendo su copa de vino blanco entre el dedo índice y el medio, mezclando el líquido con movimientos circulares provenientes de su muñeca derecha. —Lo único que se necesita para hacer a tu enemigo caer, es conocer su punto débil.— Sus labios carmesí dibujan una sonrisa macabra para dejar de mover la copa y tomarla con gracia por el tallo y luego sentarse al lado de la amante del color rosa, quien llevaba cruzadas sus piernas.
—Si Peny muriera, su familia dejaría de existir. Ya que aún no tenía hijos con Anton, habría sido imposible continuar esa línea.— Da un sorbo a su bebida la que lleva el cielo en sus ojos pero también al mismo infierno dentro, admirando la pintura en la pared frente a ella, en donde se le veía con su familia, disfrutando de la brisa del mar... ¡Cómo le traía recuerdos esa imagen! Al fijarse en su perdida mirada era fácil saber que quería revivirlo pero no era el momento para eso.
—¿Por qué Anton debe estar atado a ella? ¡No es justo!— Se levanta con enfado y la vista nublada, aquella de ojos contrastantes con su cabello, reclamando a su anfitriona.
Rina mira directamente a la chica, frunciendo el ceño y ésta se levanta de su asiento y avanza en retroceso y dirección contraria a su ubicación con su rostro pasando de enojo a terror mientras la primera se alza, convirtiendo el apacible ambiente que había, en uno casi tétrico.
—No sabía que te interesabas en alguien que no fueras tú.— Dice con desgano y una ceja arriba, caminando con lentitud hacia la menor de la familia Komori quien se encontraba a punto de caer en llanto, evitando una mesa de centro tras de sí aunque en consecuencia se encontró con algo peor, el fin del camino. —¿Acaso gustas de Anton?—
La más joven queda acorralada. Está entre la señora Hijirikawa y la pared. No tiene salida y ambas lo saben. A pesar de ello, Sara busca desesperadamente con la vista un punto de escape, pero al estar situada entre una esquina y el brazo de la dueña del lugar, se vio obligada a redimirse.
--- Continuará ---
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