—¿Eso significa que decidiste rendirte con aquél a quien amas sólo por una regañeta, Sara?— Pregunta una mujer de morena piel y ojos azules cual cielo a la joven pelirosa que le hacía compañía estando sentadas lado a lado.
Por alguna razón su decoración del siglo antepasado le traía mucha paz a la amante del color pastel a pesar de la alfombra roja cómo sangre. Quizá ésta era el detonante de su tranquilidad cada vez que iba aunque esto último no fuera muy frecuente.
—Sabes que no es así...— replica la menor de los Komori a Adramelech, con sus ojos cristalizados y el ceño fruncido —Yo sólo quiero que él me tome de la misma manera. Yo debí ser su hermana, no Penélope.— Una lágrima rebelde corre por su mejilla derecha y su dueña la limpia inmediatamente.
—En ese caso te recomiendo una cosa.— Menciona la mayor a su acompañante manteniendo una expresión de completa seriedad mientras la segunda le mira de reojo con curiosidad y un poco de impaciencia —Haz el pacto sangriento.— Terminó por decir al notar cómo se encontraba la de ojos contrastantes con su cabello, quien dudaba.
—¿Eso hará que me ame?— Suelta finalmente Sara sin estar muy convencida de lo que decía su superior.
—No, pero ahora realmente tendrá la posibilidad de elegir. Y al no estar Penélope te será más sencillo cazarlo— Sonríe por fin Adramelech y se alza de su asiento, atravesando el pasillo hacia la puerta principal.
—No soy un animal salvaje para hacer eso...— Reclama la pelirosa a la ojiazul por el comentario anterior y la sigue con algo de molestia e incomodidad por las pinturas que se encontraba en su recorrido. Eran grotescas y le traían remordimiento aunque no supiera de qué.
Algún día le preguntaría el origen de tanto sufrimiento que se había plasmado en más de un solo lienzo y por qué le producía una sensación extraña el verlos a pesar de haber sido inmune desde siempre a la sangre, no cómo su hermano, quien sólo de saber al respecto terminaba en el suelo.
—¿Estás segura de eso, Sara?— Se detiene frente a su destino y abre para luego mirar, con la misma sonrisa de satisfacción que cuando comenzó su última discusión, a su invitada, quien ahora había sacado de sus pensamientos.
—¿A qué te refieres?— Deja de caminar cuando se encuentra junto a su anfitriona, quien le indica que salga haciendo ademán con su mano izquierda.
—Las cosas muchas veces pueden no ser lo que parecen, querida.— Dice por último la morena y cierra la puerta frente a la chica que le hizo compañía en su propia y solitaria casa, dejando a esta con la palabra en la boca.
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