—¡Y espero no verte por aquí de nuevo, idiota!— Grita un varón que aparenta algunos treinta años, delgado y de cabello café aunque su tono no se le distinguía muy bien en la oscuridad, a uno un tanto más joven que él.
Los ojos amarillos del segundo brillaban con la luz de la luna y la molestia que le había provocado aquél que se deshizo de éste.
—¡Ni quién quiera entrar a esa pocilga!— Se dedica a responder de la misma manera el de cabello que se confunde con el cielo nocturno que le hacía compañía, mientras que el de baja estatura cerraba la puerta del lugar bruscamente.
—¿Cómo se le ocurre correrme después de todo lo que gasté en su bar?— Dice el menor al darse la vuelta para tomar camino a casa.
—De cualquier modo no volveré. Ni siquiera tienen Long Island Iced Tea… No vale la pena si no puedo beber mi favorito ¡Maldito demonio enano!— Continúa refunfuñando al caminar por la vereda antes de entrar al bosque.
Termina por dar un suspiro y adentrarse entre los pinos… Después de tanto alcohol, ese aroma realmente le parecía reconfortante, al igual que siempre.
Al pasarse la rabia que tenía, vio a lo lejos una silueta que no lograba distinguir muy bien al principio, para luego notar que era nada más y nada menos que su padre, a quien encontraba entrenando allí casi siempre al volver a casa.
Por unos momentos sólo se queda observándole y después decide dirigirse hacia él y saludarle aunque realmente no habla muy seguido con él en casa pues tienen muchas diferencias, incluyendo que el mayor es más calmado que su hijo, quien se la vive en el alboroto, las peleas y el licor pero aún así se importan el uno al otro.
Cuando se le acerca, su padre le mira de reojo, notándolo pero sigue en lo suyo y el más joven simplemente lo observa un poco más, pues sabe lo peligroso que podría ser interrumpirlo. En cualquier descuido pudiera caerle agua hirviendo si lo distrae. Por suerte, ya la estaba temperando para regresarla a la laguna que se encontraba a algunos metros.
- - -Continuará- - -
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