Menudo aburrimiento. Llevamos horas en movimiento desde la mina, sin nada que hacer excepto mirar alrededor en busca de una amenaza que no va a aparecer. Al alistarme en el Ejército de Tierra pensé que mi vida sería más emocionante, luchando contra salvajes, viendo el mundo y formando enlaces de camaradería con mis compañeros de armas, incluso tener algún romance con una exótica mujer de otra raza, con un poco de suerte. Pero no, me destinan a una puñetera mina en mitad de la nada, rodeado de idiotas que están ahí como castigo y otros novatos como yo, vigilando a un puñado de criminales de pacotilla extraer materiales de la tierra y vigilar el transporte de estos. Menuda decepción. Debería haberlo pensado mejor antes de alistarme y no tenerlo idealizado. Un grito surge en las cercanías y, después de unos segundos, el artillero del camión transmite las órdenes del oficial al mando, ordenándonos con un gesto a investigar, dándome una alegría por fin.
El conductor del triciclo todoterreno gira en dirección al origen del ruido y preparo la ametralladora montada, comprobando que las baterías colgadas por un lado están bien colocadas, evitando así que se encasquille y quedemos sin protección. El vehículo de tres gruesas ruedas, dos delante y una detrás, atraviesa el irregular terreno sin dificultad hasta alcanzar el destino, encontrando a un orco encima de una mujer humana, sujetándole los brazos mientras se resiste sin éxito, chillando y pidiendo ayuda. El piloto levanta la cabina y sale con un rifle entre las manos, la chaqueta del uniforme arremangada y abierta, gafas de sol y sin el gorro para protegerse del Sol de verano, y apunta al orco con el arma.
- ¡Eh, maldito cerdo, levántate con las manos en alto o te refresco la tripa con un agujero!
Desde el hueco de la ametralladora veo al orco obedecer y levantarse despacio, revelando el aspecto completo de la mujer, una joven pelirroja de pelo corto y ropas de tela, algo raro en una humana, pero seguro que hay un motivo para ello, aunque tengo la sensación de haberla visto antes. Mientras mi compañero está ocupado con el orco, detecto movimiento por el rabillo del ojo, y un segundo después algo me ha alcanzado en el hombro, una pequeña flecha, y veo a una orsiu sujetando una ballesta y cubierta con un manto del color de la hierba para camuflarse. Apunto la ametralladora hacia ella, pero al intentar apretar el gatillo mi brazo no responde, y en su lugar empieza a temblar. Siento que pierdo la fuerza de mi cuerpo y caigo sobre la hierba, temblando e incapaz de moverme. Desde el suelo puedo ver al conductor girándose para comprobar el ruido que he causado al caer, y cuando se da cuenta de la situación, la mujer ya le ha atravesado con una flecha lanzada con otra ballesta, haciendo que se desplome.
- Me disculpo si he resultado brusco.
Dice el orco mientras le ofrece la mano a la mujer, quien la acepta.
-Tranquilo grandullón, estoy perfectamente.
Una chispa se enciende en mi cabeza y recuerdo la razón por la que me suena. Se trata de la mujer que evitó la ejecución del criminal Tantalius y escapó junto a él de la Ciudadela, dos de enemigos públicos más buscados del Imperio. Maldita furcia traidora.
Una sombra me cubre y veo a la orsiu que me disparó encima, apuntándome a la cabeza. Mi cuerpo sigue sin responder a mis órdenes, no puedo escapar. Soy incapaz de contener las lágrimas mientras veo la flecha posada en la ballesta, sintiendo que el tiempo se ralentiza. Soy demasiado joven para morir, todavía hay mucho que quiero hacer. No quiero acabar así, no quiero morir. Por favor…
La respiración se nos hace pesada a todos mientras esperamos la señal para atacar el camión, tumbados en el suelo y cubriéndonos con los mantos, camuflándose así con la hierba que nos rodea, evitando movernos lo máximo posible para no llamar la atención de los soldados que están protegiendo el transporte. Oímos un fuerte ruido y una bengala brilla en el cielo. Lo han conseguido. Abandonamos nuestro escondite y emprendemos el ataque, aprovechando que los soldados se han distraído con la fuente de luz proveniente del vehículo de los exploradores. Los primeros en actuar son los arqueros, que revientan las ruedas del camión con sus flechas y matan a uno de los artilleros. El artillero restante reacciona y utiliza el escudo frontal del arma para cubrirse, mientras que mira a través de la abertura en él para apuntar. Antes de que pueda hacer nada, acciono el gatillo de la lanza y el rayo le atraviesa junto al escudo, dispersando restos humanos y de metal por el aire.
Han inutilizado las ruedas del triciclo restante, pero el piloto ha bajado y dispara utilizando el vehículo como cobertura, mientras que el artillero dispara ráfagas de energía, lentas pero letales, acribillando a todo el que alcanza. Unos soldados bajan del camión portando unos rifles con bayonetas acopladas, siendo recibidos por un grupo de guerreros que les atosiga a corta distancia para evitar que disparen las armas, pero estos también son duchos en el cuerpo a cuerpo y la pelea se encarniza. Decido acabar con el soldado que maneja la ametralladora antes de que cause más daños, eliminándole de un disparo. Al poco de disparar, uno de los soldados ha escapado y me apunta con su rifle, así que reacciono con rapidez y empiezo a correr, cambiando de dirección para dificultarle el disparo, a medida que también me preparo para dispararle. Él ataca primero al verme actuar, fallando el tiro, y utiliza el caos para cubrirse y evitar que le dispare, sin embargo, una flecha le atraviesa el cuello antes de que pueda volver a intentarlo. No puedo permitirme parar en esta pelea, así que utilizo el último disparo que me permite la batería equipada para salvar a uno de mis compañeros, expulsando el cilindro inútil al pulsar un botón. Otro enemigo se me abalanza con la intención de atravesarme con la bayoneta, pero la armadura para sin dificultad el ataque, quedando como evidencia el agujero que se ha formado en la tela que me cubre y oculta mi aspecto. Aprovecho la sorpresa de mi adversario para darle un codazo en la mandíbula y atacarle con la lanza cuando ya tengo suficiente espacio para manejarla, ensartándole. Después de acabar con el soldado la pelea continúa unos minutos más hasta que todos los enemigos han muerto, junto con algunos de nuestros compañeros. Miro los cadáveres que me rodean y vuelvo a pensar en esa palabra, “compañeros”. Hace dos meses estaba dirigida a gente como a la que hoy acabo de combatir, y ahora me veo en el otro lado del conflicto, peleando al lado de mis antiguos enemigos, y ese estigma tiene un gran efecto. La mayoría no confían en mí, aunque son un poco más abiertos con mi hermana, y el resto valora la información que poseo y me otorgan una pequeña dosis de confianza. Mi afiliación no ha sido lo único que ha cambiado, sino también mi aspecto, teniendo ahora un pelo un poco más largo que casi me cubre la nuca, por lo que me lo ato con una cinta en una pequeña coleta, y una barba corta y desordenada por la falta de regularidad al afeitarme.
- ¡Muy bien, coged la carga del camión, las armas y marchémonos antes de que aparezcan más soldados!
La mayoría se muestra reacia ante la orden, pero finalmente ceden y, con diligencia, empiezan a extraer el contenido del vehículo y recoger las armas junto a las baterías que necesitan para su funcionamiento. Salen por grupos con cajas que contienen distintas menas de metal destinadas a ser refinadas para su posterior utilización, pero ahora no van a llegar a su destino. Mientras siguen con la tarea entro en la cabina en busca de cualquier cosa que nos sea útil, comprobando todos los compartimentos, encontrando finalmente un mapa con indicaciones e informes. Cuando termino salgo y disparo contra la cabina, destruyéndola.
Mi hermana y los demás no tardan en llegar, y una vez todos juntos, nos marchamos a una granja abandonada para montar en nuestros caballos y liargos, unos enormes y dóciles lagartos capaces de adaptarse a varios medios con alimentación principalmente herbívora, aunque también consumen insectos y pequeños mamíferos. Hacemos avanzar a las bestias a gran velocidad por el terreno, sorteando los obstáculos ágilmente y machacando la hierba debajo. Mi hermana se acerca con el caballo que comparte con Lorse, una mujer orsiu que la acompañó en la emboscada y con quien ha formado cierta amistad, al reptil que monto.
- ¡¿Cómo ha ido?!
- ¡Bien, hemos sufrido pocas bajas y he encontrado un mapa y documentos que podrían ser útiles!
Tenemos que hablar a base de gritos para superar el ruido que hacen los animales al moverse. Lorse desvía parte de la atención que pone en controlar el caballo para unirse a la conversación.
- ¡Es una lástima que haya habido muerte, por ambas partes, pero al menos muchos de los nuestros han sobrevivido! ¡¿Pero qué vamos a hacer con las menas?!
El orgullo de Volmia surge al terminar la oración.
- ¡Si tuviera el equipamiento adecuado podría darles un buen uso en vez de tener que hacer de damisela en apuros y fabricar arcos y ballestas de madera!
- ¡Ya te he dicho que en el desierto tenemos una forja en condiciones!
Lorse responde inmediatamente en su bravata, pero mi hermana cuenta con otra objeción.
- ¡Eso espero, aunque desconfío de lo que consideréis una “forja en condiciones”!
Al atardecer alcanzamos el campamento, situado en unas cuevas al fondo de un barranco. Detenemos a los animales, bajamos y, al igual que otros, le doy a Argo, mi montura, una manzana que devora enseguida, además de responder a la exigencia de caricias que expone al frotar su cabeza contra mi pecho. Abandono al enorme reptil y me dirijo a hablar con Ánakam, seguido de Lorse, que ha sido asignada como mi acompañante para asegurarse de que no miento y resulte ser un agente infiltrado, ya que cuenta con el increíble talento de saber si alguien dice o no la verdad mediante su “instinto”, como dice ella.
- El grandullón debe de estar ahora descansando.
Comenta ella a medida que avanza silbando y dando pequeños saltos con sus pies descalzos. Tiene el pelo corto marrón recogido en la parte de atrás con cinco pequeñas trenzas finalizadas en un fino aro plateado de poco tamaño, y viste con unos pantalones largos y anchos de tela de color marrón claro, acompañados por una camisa sin mangas blanca ceñida al cuerpo, mostrando el contorno de sus pechos, libres de la opresión de un sujetador. Su piel morena se encuentra acompañada por las características propias de una orsiu, lunares, ojos claros y una duradera sonrisa, además de una serie de tatuajes tribales en brazos y cara. Su apariencia podía llevar a uno a subestimarla, pero como el resto de los renegados, era una guerrera valiente que luchaba sin dudar por un propósito.
Mientras andamos veo a una niña pequeña envuelta en vendas y con una capucha, observándome escondida. Creo recordar que se llama Nau, y su comportamiento se ha repetido desde que llegamos al campamento. Nikeila me dijo a modo de acusación que vivía en un pequeño pueblo agrícola, y que los humanos lo destruyeron, matando a su familia y causándole graves quemaduras en el proceso.
Como bien dijo Lorse, el orco se encontraba descansando, queriendo esto decir que había abandonado sus labores como líder del grupo y practicaba con su enorme espadón, batallando contra un enemigo imaginario. Ya le había acompañado en sus ejercicios en alguna ocasión, e incluso habíamos combatido el uno contra el otro con palos de madera, demostrándonos nuestra habilidad y fuerza con las armas. Al vernos acercando, el orco se detiene y deja el espadón en el suelo, relajando su cuerpo lleno de sudor.
- ¿Qué tal os ha ido?
- Bien, nos hemos hecho con el cargamento y lo tiramos al rio antes de llegar, sufriendo pocas bajas. También nos hicimos con algunas armas que enseñaré a usar a los demás.
Ánakam frunce el ceño al oír mi respuesta.
- Es todo un logro, pero en cada ataque perdemos a gente, y muy poca se nos une. El Imperio cuenta con muchos más soldados, mejor entrenados, y una gran abundancia de recursos.
Demuestra pena en su tono de voz, borrando la sonrisa de Lorse con sus palabras. Ha luchado mucho y duda de si vale para algo.
- Tengo algo con lo que podemos solucionar el problema de nuestros números y asestar un golpe mayor al Imperio.
Levanta la cabeza con rapidez mientras saco el mapa y los documentos que encontré, con los ojos abiertos al límite.
- Este mapa muestra la localización de la una mina oculta adonde envían a soldados como castigo y a novatos para entrenar. Sabía de ella, pero no conocía su localización. Cuenta con varios prisioneros, y apuesto a que muchos estarán dispuestos a unirse a nosotros, aunque se trate tan solo de criminales menores. Los documentos también tienen información que nos puede ser útil, como las rutas de transporte.
Ánakam enseña sus dientes con una sonrisa y el brillo vuelve a sus ojos.
- ¡Está decidido, mañana mismo comenzaremos a planificar el ataque y a recabar información! Vete a descansar, que mañana tenemos trabajo.
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