Andrew sabía perfectamente a lo que sabía el caviar, los vinos de mayor prestigio y solomillos provenientes de las vacas más prestigiosas del planeta Tierra.
Andrew sabía lo que se sentía cuando la seda de más alta calidad rozaba tu piel, la reacción que causaban en tu organismo las drogas de diseño de moda entre la clase acomodada y por qué dormir en una cama de agua no era la mejor idea del mundo.
Andrew había visto tantas veces actuar a las mejores bailarinas de variedades como para imitar a la perfección sus coreografías, tenía tanta experiencia contando cartas que incluso podía permitirse perder de vez en cuando sin que su bolsillo lo notara al final de la noche y reconocía de memoria todos los coches fleteados por cada uno de los más importantes casino-hoteles de Las Vegas.
Lo único que Andrew no sabía sobre la ciudad que habitaba era cómo ésta afectaría a su propio cuerpo.
Otra noche, otro incauto que se acercaba demasiado al enchufe de su habitación, recibiendo un calambrazo que, en un primer momento, no le haría sospechar que nada iba mal.
¿Se oía una voz proveniente de algún punto recóndito de la habitación? Puede ser, pero las paredes no estaban precisamente insonorizadas; seguro que es un vecino que habla más alto de lo que debería.
Entonces, la pobre víctima empezaría a notar que sus propios gustos e instintos le eran ajenos…y, extrañada, caería en la cuenta de que estaba equivocada: siempre le había gustado beber hasta el borde del coma etílico, jugársela quitándole la cartera a alguien claramente más pudiente que ella misma y vestir camisas chillonas que no valían el precio de tres cifras que se pagaba por ellas.
Cuando el final de la noche llegara, cuerpo tan extenuado que la muerte por agotamiento era cuestión de la estamina personal de cada individuo, la carcasa de Andrew ya habría empezado a metamorfosearse a un joven de rostro chupado y canas prematuras por una vida plagada de momentos tan terribles que el propio chico los había borrado por completo de su propia memoria.
La leyenda empezó a crearse; gente de bien actuando como poseída en noches de excesos de toda clase y variedad que acababan irremediablemente en la muerte del implicado…y cada vez eran más.
Hasta el apagón.
Andrew se encontró de golpe de vuelta en su cuerpo; un cuerpo que sólo se mantenía vivo a través de la energía robada a otros.
Y de la corriente eléctrica a la que había unido sus venas en sentido totalmente ligeral.
En sus últimos momentos, mientras la oscuridad ahogaba a quien ya apenas era capaz de usar sus ojos, Andrew profirió una carcajada que se extendió por todo el planeta, como una enfermedad vírica extremadamente contagiosa.
Su última voluntad.
La razón de que tus padres deberían enseñarte que, si al levantarte por la mañana la luz centellea aunque sea un segundo, no te debes acercar a ningún enchufe.
Exactamente como acabas de hacer.
Te doy la bienvenida a mi última voluntad.
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