Después de haber estado esperando esta fecha, durante poco más de 5 años, por fin te iba a ver por primera vez. Había estado tachando, las fechas en mi calendario, como si así, de alguna manera, el tiempo fuera a volar más rápido. La emoción y el pánico al mismo tiempo me consumían. Tenía demasiadas ganas de verte, de sonreírte, abrazarte, sentirte y poder al fin besarte. Tenía ganas de llegar a esa estación de tren ese día de primavera y correr hacia ti, pero el miedo me paralizaba. ¿Y si no era suficiente? ¿Si solo eran fantasías como la correspondencia febril de Florentino Ariza y Fermina Daza? Quizás, cuando pisaras la estación me buscarías con la mirada, y tal vez; solo tal vez, te decepcionabas al ver una chica tan pálida y menuda. Tenía miedo, mucho miedo de no ser suficiente para ti. Te fui a buscar en la estación, Con ese vestido que tanto te gustaba, ese vestido blanco que según tú hacía resaltar mi cabellera castaña y mis ojos café, junto a los lunares de mi rostro. Tenía trozos de ti, dispersos por mi cuerpo. Tus estrellas en mi cuello, tu pañuelo blanco en mi muñeca, tu brazalete en mi brazo. Te esperaba ansiosa, soñando despierta, con que por fin cara a cara te vería, apoyada en el cuerpo del grandioso reloj dorado de la estación. Al cabo de un rato, me dirigí hacia el andén, donde se supone que nos íbamos a encontrar. Miraba hacia los lados, me sentía sola en una marea de gente. Buscaba tus ojos café junto a tu piel canela, y no la encontraba. Mientras que te buscaba con la mirada, alguien me vino por detrás y puso sus manos sobre mi cintura, junto a su cabeza en mi hombro. Me puse alerta, me dí la vuelta preparándome para embestir a quien me había cogido. Pero cuando alcé la vista, lágrimas en mis ojos, fue lo único que pasaron. Con la boca abierta aún lo intentaba asimilar. Mis sollozos aumentaron, y escondí mi rostro en tu pecho, dejando que el aroma de tu colonia me perteneciera. Por fin estabas aquí después de más de 5 años sin vernos. Era nuestro primer encuentro después de tanto tiempo. Me aparté un poco para mirarte bien, estabas despeinado, los dos primeros botones de tu polo negro desabrochados que dejaban a la vista la cadena de tu madre, y la pareja de mi brazalete en tu muñeca. Tus ojos irradiaban alegría, emoción. Tú me estudiabas en silencio, al igual que yo te estudiaba a ti. Dibujaste una tímida sonrisa.
- Después de tanto tiempo, de tantas llamadas, de tantos escritos, de tantos besos lanzados al aire. Por fin estás aquí, por fin puedo abrazarte.
- Después de aquella primera llamada tan desastrosa, ¿te acuerdas? En esa en la que estallamos entre risas porque ninguno de los dos se atrevía a hablar.
- Y las otras miles en las que te quedaste dormido. Tienes una cara muy tranquila cuando duermes ¿sabes?
- Cállate anda. - Miraste tu mirada hacia abajo y tus ojos brillaron. - Por fin dejas al descubierto tus cicatrices, son hermosas. Me has hecho esperar demasiado para conocerlas…. Por cierto, yo creía que habíamos dejado el blanco para la boda.
Me reí.
- ¿Acaso me pediste matrimonio?
- No, pero créeme, no tardaré mucho. No quiero que me arrebaten al amor de mi vida.
- Aún sigues ciego.
- No, solo soy un pobre intento de poeta, enamorado de su mejor poema.
Juntaste tu frente con la mía, y con una sonrisa enamorada me robaste un beso.
- Te amo.
- Yo tambien te amo cariño.
Por fin pude sentir tu sonrisa de cerca, por fin pude fijarme con más exactitud en tus hoyuelos y en ese fantasma de la brecha que te hiciste hace tanto tiempo por andar haciendo el cafre. Quería, que el tiempo se detuviera, que hiciera inmortal ese primer encuentro con mi amor entre letras. Entonces fue cunado nos dimos cuenta, que los dos siempre seríamos inmortales. Yo siempre sería la musa de sus poemas, y él sería el protagonista de todas y cada una de mis historias. Sería un amor inmortal entre tinta y letras.
De ahí, tanto él como yo solo recordamos las sonrisas del otro, y el sonido del bullicio procedente de la estación.
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