La sala de baile estaba llena de personas ansiosas por saber su decisión. Durante años los reyes habían ocultado la verdadera identidad de su descendencia por temor a dos cosas: la primera era que alguien pudiese asesinar al único portador de la sangre real y la segunda que supieran que esta persona no tenía sexo biológico definido.
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Arnth de Rineth portaba la sangre del rey Breneth del norte y la reina Drism del sur, una pareja de la cual se especulaba nunca podrían tener hijos después de haber sido secuestrados el día de su boda. Lo que había iniciado como una rivalidad entre las dos regiones principales del planeta Rineth se había convertido en una guerra que duraría siglos y culminaría de forma curiosa con la unión de los dos linajes e una unión matrimonial arreglada.
Para ese entonces ya habían pasado diecisiete generaciones y luego de que los reyes regentes del norte y el sur decidieran que habían destruído demasiadas vidas, se firmó un acuerdo de paz en el cual se negoció no solo el matrimonio de sus primogénitos, también el futuro económico, político, social y militar de los dos polos. Fue así que dejando pasar un tiempo prudencial Breneth y Drism se convirtieron en la primera generación de reyes de un Rineth unificado.
Sin embargo no todos estuvieron conformes con el final de la guerra. Debido a otros intereses, alguien planeó el secuestro de la pareja real. Después de haber sido inyectados con soluciones químicas capaces de dejarlos estériles, Breneth y Drism fueron liberados en una región lejana y potencialmente peligrosa conocida por ser la morada de los Niños del Desierto.
Convencidas ambas familias de que ninguno de ellos había planeado este intento de golpe de Estado, se unieron una vez más para buscar a los dos reyes. Por fortuna los encontraron con vida, de hecho se especuló que el perpetrador del crimen no tenía intenciones de asesinarlos pero sí de ver lentamente a las dos familias perecer.
Cuando Breneth y Drism despertaron con lo primero que se encontraron fue con un grupo de familiares unidos y asustados. La pareja habló sobre el secuestro con tantos detalles como les fue posible. Al llegar a la parte de las vacunas de esterilización, los antiguos reyes llamaron a todos los investigadores y especialistas de los dos polos de Rineth para intentar buscar una forma de revertir la esterilización.
Mientras Breneth y Drism eran analizados, sus respectivos padres de nuevo tomaron el papel de regentes y juzgaron a cada integrante de las dos cortes que tuviesen más potencial de obtener beneficio de la disolución del tratado de paz. Los líderes de cinco familias declaradas culpables perecieron colgadas de la torre más alta mientras que sus hijos serían liberados en el desierto sin recursos para sobrevivir y con la advertencia de que si regresaban les esperaba un destino igual al de sus padres. Con suerte también se convertirían en Niños del Desierto si es que el clima inclemente no los destruía primero.
El equipo de investigación concluyó que el proceso de esterilización era irreversible y aconsejaron a los regentes no comunicar al pueblo las malas noticias hasta encontrar una alternativa.
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Gowell, el anciano de las montañas había escuchado las noticias de los dos reyes estériles gracias a la voz. Convencido de tener la respuesta, inició su trayectoria desde los bosques del oeste hasta la capital de la nueva Rineth. Consigo llevaba un barril lleno de instrumentos, un bastón y en su costado un morral lleno de hierbas y frutos del bosque para sobrevivir.
A pesar de que Gowell ya era demasiado viejo podía andar por el bosque con gran agilidad y familiaridad. Tal vez habían sido todos los años que tenía viviendo en soledad o su sabiduría pero era casi como ver a un explorador que conocía todos los rincones del Amazonas o como cuando niño se sabe de memoria la ruta para ir de la escuela a su casa.
Al llegar al río Cresyd hizo a un lado sus artefactos y navegó río abajo dentro del barril para llegar más rápido al palacio. Para el atardecer de su sexto día de viaje, Gowell ya se encontraba en las puertas de la ciudadela de Rineth pidiendo a base de señas una audiencia con los reyes regentes.
Los guardias se divertían con el viejo, no solo se burlaban de sus harapos, también le aventaban comida putrefacta en base a un sistema de puntos: las extremidades equivalían un punto, en la espalda eran cinco y en la cabeza eran veinte.
Gowell, fastidiado de intentar hacerse entender con un grupo de lo que él pensó eran orangutanes terrestres, planeó una forma de cruzar las puertas sin ser visto. Lo único que se le ocurrió en ese momento fue intentar colarse por la abertura que tenía la fortaleza para dejar pasar el agua del río Cresyd. El problema era que tendría que ir aguantando la respiración entre tres y cinco minutos en lo que retiraba las rejas que funcionaban como filtros. Para la décima reja del acueducto ya no tendría la suficiente fuerza para retirarla, peor aún, solo tendría un margen de cinco minutos antes de que la tubería se llenara por completo para luego asfixiarlo.
“Sé dónde estás y se lo que piensas” le dijo la voz femenina que desde hacía mucho se comunicaba con su mente “solo hazlo, es necesario, si debes morir que sea luchando”.
Esa voz era la misma que le había hablado de la noticia de los reyes, como un susurro entre los árboles. Era demasiado familiar, la voz de un tiempo distante, incluso si cerraba los ojos podía ver que venía del este. No era momento de pensar en ello sino de hacer lo correcto y si él, Gowell, un anciano mudo e insignificante debía morir entonces que así fuera.
Tomo de su barril una navaja, luego metió algunas piedras en su equipaje para evitar flotar, esto añadía un nivel más de dificultad al reto de retirar los filtros, aun así no podía dejarse atrapar. Por un segundo lo pensó, en dejarse capturar por los guardias y entonces tuvo la respuesta correcta.
La voz tenía ese efecto, era como tener cerca a alguien que lo alentaba a hacer las cosas a su modo pero luego le implantaba la semilla de otra idea. Gowell quitó algunas de las piedras hasta obtener un nivel de flotación que no levantase sospechas de querer ser atrapado.
-¡Miren al viejo! ¡El idiota se quiere matar!- gritó uno de los brutos mientras su traje de defensa captaba el primer sol violeta. Eran las tres de la tarde.
-Si se muere aquí va a ser un problema sacar el cuerpo, mejor llevémoslo a un calabozo.- dijo uno de los guardias menos idiotas.
Gowell aparentó estar furioso, incluso intentó gritar pero lo único que vieron los soldados fueron a un anciano ridículo manoteando en vano. Tres guardias le habían quitado su barril y se disponían a revisarlo pero lo que no sabían era que Gowell había escondido en el interior de sus pantalones su navaja, era el único instrumento que ahora necesitaría.
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Arnth veía con cuidado un adorno para el cabello y una espada en la mesa. Todos los ojos estaban en su rostro en ese preciso instante, el silencio era casi mortal y solo se rompería con el roce de su mano en cualquiera de los cojines que tenían esos artefactos. Uno prometía vestidos hermosos, fiestas cada noche, un séquito de doncellas cuidando de su aspecto y claro, y la unificación con otros reinos cuando se convirtiera en reina. El otro prometía un uniforme militar de cromo violeta, un matrimonio con una dama de otro territorio, aventuras colonizando nuevos sitios en nombre de la nueva monarquía de Rineth, la unificación de los reinos siendo un rey.
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Llevaron a Gowell con los regentes, de nueva cuenta intentó hacerse entender con señales. Tras varias horas en las cuales los reyes regentes habían comenzado a hartarse de tan ridícula audiencia optaron por proporcionarle al viejo herramientas para dibujar, las cuales usó para explicarles el motivo de su llegada.
-¿Nos está diciendo que usted tiene una solución ante la esterilización de nuestros hijos?- dijo el padre de Drism. El ermitaño asintió.
-¿Está consciente que hemos tenido especialistas buscando una forma de ayudar a nuestros hijos? Si acaso usted nos engaña las consecuencias serán mortales.- habló el padre de Breneth. De nuevo el anciano del bosque asintió.
-Tomando en cuenta sus respuestas accedemos a que usted ayude a nuestros hijos pero con algunas condiciones.- el regente del norte empezó a leer de una tableta de cristal negro – Primera: el rey Breneth y la reina Drism serán vigilados por un grupo de quince guerreros seleccionados por los regentes esto en caso de que usted tenga las intenciones de atacarlos o hacer algo impropio con ellos. Segundo: usted solamente cuenta con un periodo de dos soles a partir de que lo dejemos en la habitación con sus majestades y los guardianes. Tercero: Si requiere algún equipo o asistencia nosotros se la proporcionaremos con previa revisión. Cuarto y último: Si usted intenta violar nuestra hospitalidad, no logra cumplir con su cometido en el periodo de tiempo asignado o intenta asesinar a sus altezas, usted será ejecutado a la salida del cuarto sol violeta, se le colgará a la torre y se le dejará a merced del eclipse ¿está de acuerdo con estas condiciones?
Gowell aceptó. Lo forzaron a firmar colocando su mano sobre la tabilla la cual emitió un brillo color azul y guardó toda su información biológica. Antes siquiera de llevarlo frente a Breneth y Drism, un grupo de asistentes de los regentes llevaron al anciano a los baños de la servidumbre para limpiarlo y cambiarle la ropa.
En el trayecto, Gowell se dio cuenta de cómo los sirvientes estaban a punto de quemar su ropa junto con el contenido de su barril y su morral. Corrió directamente hacia el grupo en bata de baño mientras agitaba los brazos como histérico. La escolta del ermitaño, un espadachín joven llamado Grent, inmediatamente fue a recuperar al extraño prisionero que tenía a su cargo (aunque desde su punto de vista era más un invitado que un preso como los que estaban debajo de las mazmorras).
-No puedo creer que tanto alboroto suyo sea por un barril, bueno cada quien tiene sus excentricidades.- dijo Grent mientras Gowell le ofrecía una sonrisa con sus dientes verdes a pesar de haber sido lavados a conciencia.
Gowell tenía ropa nueva, lo habían intentado peinar pero su cabello estaba tan enredado como alambres que ni los mejores cepillos podían acomodarlo y únicamente a base de cortarle pedazos de melena lograron hacerlo ver un poco más normal. Sin embargo, los dientes verdes eran tan peculiares que en definitiva Gowell no se parecía a ningún anciano que se pudiese encontrar en la ciudadela de Rineth.
Grent lo escoltó hasta una habitación bien iluminada donde sus altezas, el rey Breneth y la reina Drism se encontraban vestidos con trajes ostentosos. A los dos les habían aplicado algo de maquillaje para aparentar que estaban en perfecta salud pero intentando que Breneth tuviese la menor cantidad posible para conservar su aspecto masculino.
Gowell hizo una reverencia mientras sus majestades hicieron lo mismo por educación. A diferencia de sus padres, ellos no sentían aversión por el ermitaño, en realidad tenían curiosidad por saber cuál era la solución que este aportaría.
-Señor puede acercarse a nosotros si lo considera pertinente y si los guardias están de acuerdo.- dijo Breneth mirando a los quince soldados intimidantes que rodeaban a los tronos y al viejo. Gowell buscó en su parcialmente chamuscado morral un par de hojas del bosque (las pocas que habían sobrevivido a la fogata) y se las colocó a los reyes en sus manos sin dejar de sonreír.
Algo desconcertados, los reyes no dejaban de mirar la planta y al sujeto extraño que intentaba ayudarlos con la intención de entender su plan. Gowell tomó otra hoja del morral, señalando primero la hierba y luego a su boca.
-Quiere que comamos la planta.- dijo Drism con calma.
-¿Y si es venenosa?- replicó Breneth.
Gowell volvió a mostrarles los dientes.
-Ya la ha comido antes, por eso sus dientes son verdes.- comentó Drism. Por alguna razón desconocida ella era la única capaz de entender al ermitaño.
-La comeré yo primero.- contestó el joven rey. Gowell le dijo que no y los señaló a los dos hasta que comprendieron que esas hierbas debían ser consumidas al mismo tiempo.
Con temor, Breneth y Drism colocaron las plantas en su boca para luego masticarlas. No tenían sabor, probablemente todo eso era un engaño o el viejo estaba tan mal de la cabeza que se quería morir jugando al médico con los reyes.
Gowell después sacó su navaja, los guerreros prepararon sus rifles y sus espadas en caso de que el ermitaño atacara pero al final el viejo solo tenía la intención de colocar el instrumento en el piso para deslizarlo con un ligero movimiento hasta los pies de Drism.
La doncella tomó el cuchillo y lo examinó, lo que aparentemente era cromo en realidad era una piedra en forma de punzón. El metal era tan reluciente que daba la impresión de ser un arma como las del ejército.
-Es de los Niños del Desierto.- dijo Drism- Piedra del sol muerto.
Los guerreros susurraron entre sí, algo en esa declaración les había hecho romper con la pantomima de orden que tanto les habían enseñado en la academia militar. Gowell por su parte les mostró con mímica cómo debían de pincharse uno de sus dedos.
Con tiento, Drism fue la primera en provocarse una pequeña incisión en la yema de su pulgar dejando por marca un triángulo hacia abajo. Mientras le pasaba la rudimentaria navaja a su esposo, ella se percató de que la herida no le dolía, tal vez la hierba era una especie de analgésico natural.
Breneth quiso terminar pronto con el extraño ritual, se pinchó el pulgar y le intentó entregar a Gowell el cuchillo. Antes de poder tomar su herramienta, el ermitaño sonriente juntó los pulgares de su mano para enseñarles que ellos debían hacer lo mismo con sus dedos sangrantes.
Unos meses después Drism daría a luz un bebé sin sexo biológico.
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© 2017 M. Rebeca Pintado. Todos los derechos reservados.
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