El centro nocturno estaba lleno en esa ocasión y el aire acondicionado había pasado por serias averías.
Las personas se acumulaban en lugares abiertos para no sofocarse unos con otros.
Ella estaba en la puerta, se limpiaba el sudor que escurría de su frente y el pecho con una servilleta que había tomado de la mesa de al lado.
-¿Que tal el sauna?
Le dijo una de sus amigas quien venía acompañada de las demás, juntas parecían refugiarse de la hoguera que se formaba con la muchedumbre.
De repente, ella cerró su celular de un golpe, como dando la orden de que todas iban a regresar a la mesa.
En ese mismo momento, se escuchó un motor en marcha que se detenía en seco en frente del centro nocturno, todos los que estaban en la puerta voltearon al instante; las ventanillas se abrían pero adentro se vislumbraba silueta humana alguna, solo un manto negro que cubría la cabina del conductor.
Todos absortos al suceso, especulando la clase de petulante que se había estacionado ahí solo para llamar la atención y la decepción que se llevaría cuando viera el infierno que azotaba el lugar.
Sin embargo, la puerta no se abrió, nadie salió de ahí, en su lugar, una bolsa de plástico fue arrojada desde el interior, con la fuerza suficiente para llegar a los pies de los mirones.
La bolsa parecía inofensiva, a no ser por la forma abultada, el rastro de color rojo que dejó a su paso, el logotipo de super mercado y el rostro cadavérico que se asomaba como queriendo respirar.
Ni siquiera se escuchó la aceleración de la camioneta que huyó como alma que lleva el diablo, el grito de las mujeres histéricas era más ensordecedor que el mismo equipo de sonido.
En cuestión de segundos el caos se apoderó del lugar, gente corría para un lado, muchos más para el otro; las puertas eran muy pequeñas para la estampida humana que se había formado, los golpes, tropiezos y pisotones estaban a la orden del día.
Una chica se fue de boca al suelo, como queriendo besar el piso, Lucía y sus amigas pasaron sobre de ella para poder avanzar hacia la puerta.
La salida es encarnizaba codo por codo, diente por diente, solo para pasar al otro lado.
Lucía una vez afuera corrió con todos sus fuerzas sin voltear atrás, lo más lejos posible, sin darse cuenta de que ya había perdido los tacones de su calzado.
Una vez que había alcanzado las dos cuadras y media, se dio cuenta que los demás le seguían a ella, pero alguien faltaba, su novio, se había perdido entre el ajetreo y la muchedumbre.
A lo lejos se escuchaban las sirenas, los cuerpos policiales estaban en camino, las luces alumbraban el ya desértico lugar, pero ellos aún seguían ahí, haciendo llamadas al teléfono de Roberto sin éxito alguno.
-¡Me lleva la “Chingada”! ¡Ya se me acabó el saldo!-
-¡A mi ya se me acabó la batería!-
-¡Yo no tengo recepción!-
Se decían y se mal humoraban unos a otros dado que Roberto no daba señales de vida.
Mientras tanto Lucía experimentaba cambios de humores repentinos.
-¡Mi mamá me lo dijo! ¡Me lo dijo! ¡No salgas que el tiempo está feo! ¡Pero no! ¡Ahí está la pendeja saliendo! ¡Pero eso me pasa por pendeja…!-
-Tenemos que tomar un taxi rápido- Dijo uno de los jóvenes con desesperación.
-No tenemos que esperar a Roberto. No nos podemos ir sin él- Ella pasó de la histeria al llanto en cuestión de segundos.
-¿Y si lo agarraron los policías como sospechoso? ¿Como lo vamos a sacar? ¡No! ¡Que voy a hacer! ¡Que voy a hacer!-
-¡Ya cálmate Lucí!, no te preocupes, todo va estar bien-Y las tres chicas se unieron en un abrazo colectivo.
De pronto, a lo lejos se vio una silueta muy familiar, resplandeciendo bajo la luz de alumbrado público que parpadeaba, difícilmente se mantenía en pie pero llegó hasta ellos a duras penas.
-¡Donde “chingaos” estabas cabrón!-
-¡Nos tenías muy preocupados!-
-¡Te nos perdiste!-
Su gesticulación era muy exagerada y salto a la vista de los demás.
-¡Y todavía te ries! ¡“Wey” no tienes poca madre!-
-¡Pues como no me voy a reir!... ¡Si nos salimos sin pagar!- dijo con mucho orgullo mientras tiraba el papel higiénico con rastros de billet de otra mujer.
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