—Buenas tardes, Leo, toma asiento —dijo mi psicólogo de ese entonces, William, un señor ya mayor y robusto, con una bata como de médico y unos enormes y redondos anteojos que hacían resaltar sus ojos verdes y brillantes. Unos enormes cuernos resaltaban de su cabeza, cuernos que, por su desgaste, hacían notar aún más lo viejo que era.
Estaba en su consultorio, un consultorio muy hogareño, con el aire acondicionado al máximo y unos muebles marrones de cuero. Yo estaba sentado en uno de ellos y mi mamá, en el otro, mientras que mi psicólogo estaba en su escritorio, en una silla de oficina.
Todo estaba muy ordenado y precioso. A través de una ventana, se podía ver la lluvia caer, ya que estábamos en temporada de lluvias fuertes y apenas estaba comenzando.
Volví a mirar al señor William, y él sostenía un fólder sellado.
—Buenas tardes, señora Rodríguez. ¿Cómo han sido estas semanas?
—Han sido semanas muy tranquilas.
—¿Y cómo ha sido Leo con su medicación?
—Se la empezó a tomar el jueves pasado. No ha presentado mucha dificultad.
Giré la cabeza para ver a mi mamá, y recordé que ahora consumo unas pastillas. Según ella, son para que no sea tan hiperactivo y ver si me tranquilizo un poco más.
—Bueno, Leo —dijo William, haciendo una pausa—, según lo que pude ver, solo vives con tu madre y eres alguien relativamente callado. ¿Crees que el divorcio de tus padres pudo influir en tu comportamiento?
—La verdad… —pienso en mis palabras— no sé.
Él hace otra pausa, agarra el fólder y lo abre, sacando de él un par de hojas. Las analiza, moviendo sus labios para leerlas mejor, y luego las coloca sobre el escritorio.
—Mire, señora Breth, no veo que su hijo tenga algún tipo de retraso mental. Lo que más veo es que tiene Trastorno del Espectro Autista… —le respondió a mi mamá con seguridad.
¿Pero qué quiere decir todo esto? ¿Trastorno del Espectro Autista? Ya lo he escuchado antes, sobre todo en internet y algo en televisión. Mirando series de televisión, como de doctores o abogados que lo son. Siempre me pareció interesante eso, pero ¿de ahí a considerarme uno? Es algo que nunca me he puesto a pensar, imaginar y, sobre todo, a cuestionar.
Y ahora que me doy cuenta… ¿las pastillas, para que me controle… son algo así como una especie de nivelador? ¿Para que se me disimule o para que me pueda controlar?
Todo esto es tan confuso. Todo esto no tiene sentido. O, mejor dicho, ya tiene sentido.
Leo es un león de 17 años en su último año de cecundaria, con una vida muy simple y para nada preocupante. Pero una tarde, en una consulta psicológica, descubre que padece del trastorno del espectro autista, lo que lo hace cuestionar desde el minuto uno que nació, y cambiará su manera de ver el mundo para siempre.
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