Esther es de esos individuos nihilistas que difícilmente considera real las circunstancias que no pueden comprobarse con hechos o pruebas, pero que, paradójicamente le tiene favoritismo a las cuestiones paranormales o fantasiosas. No puede asegurar si se trata de un verdadero suceso sobrenatural lo que aquí mismo se suscita o si era que el miedo la sugestiona; el caso es, parece que debe morir sí o sí.
Rebobinemos los hechos al preámbulo de esta supuesta tragedia. Ya todos conocen a Esther, de nombre solamente, por supuesto. Como has de suponer es una chica, sí; de esas adolescentes incomprendidas con audífonos enormes mientras reproducen su playlist abarrotado de guitarras, gritos y letras resentidas al mundo. Ella tiene unos tiernos dieciséis años, nunca le hicieron su “quinceañera” y se enorgullece por ello; es una persona chaparrita que no llega ni al metro sesenta, de cabello negro como el iris profundo de sus ojos, piel bronceada y manos de niño de primaria (de esas que tienen las uñas sucias, pequeñas y con cueritos molestos).
Si ella tuviera que decir el motivo del porqué, aunque sea escéptica, no puede evitar pensar en esas mismas circunstancias anómalas, la respuesta sería: a donde quiera que vaya siempre alguien, algo muere o está cerca de morir; y no es un dulce fortuito, son más bien coincidencias poco rutinarias y casi violentas.
Esther recuerda que la primera vez que se volvió consciente de esta condición fue mientras hablaba animadamente con su mejor (y único) amigo, mientras esperaban el autobús en una parada. Ignora si el tema de discusión era sobre traseros o películas ochenteras, pero Jacobo, su amigo, se detuvo de repente y la jaló del brazo tan fuerte que la azotó contra el letrero de “alto”. Al parecer el conductor del autobús tuvo un paro cardíaco que le impidió mantener el volante y perdió la consciencia, por razones extrañas le ocurrió esto cuando estaba a varios metros de bajar la velocidad para recoger a sus siguientes pasajeros. El autobús subió un metro sobre la acera, no iba a golpear a nadie, sólo a Esther, quien le daba la espalda.
Tras esa situación su ansiedad comienza a darle alertas cada vez que algo 'fuera de lo normal ocurre', y ella no podía evitar, entonces, observar atentamente.
Sin embargo, lo diferente y peligroso se le estampó contra la cara una noche. Las exploraciones urbanas estaban en pleno apogeo, Jacobo le insistió por toda una semana explorar de noche la casa abandonada que estaba a dos cuadras de su vivienda. Esther no estaba segura, no creía en fantasmas, pero si se encontraban con un drogadicto abstemio corrían peligro de salir heridos. Los motivos de Esther le importaban poco o nada a Jacobo, pues él sabía que tarde o temprano cedería por su propia curiosidad. Dicho esto, ya después del séptimo día de insistirle Esther ya había conseguido una mochila con linternas, navaja suiza y sal pimienta.
La noche acordada llegó, pero hubo un gran inconveniente: el día anterior Jacobo rompió con su novio, y cuando Jacobo rompe sus relaciones se encuentra inconsolable. Sacar a Jacobo de su depresión es una hazaña que Esther aún no había logrado, y que de intentarlo le tomaría casi el mes. Por ello, y con el miedo escalándole por la garganta, tomó su mochila y una linterna.
Con intención de tranquilizarse a sí misma, y al golpeteo violento dentro de sus costillas, se recita algunos comentarios sarcásticos en su mente, mientras camina sobre el piso de madera crujiente y esquiva los objetos no identificados de la penumbra.
—Bueno, esto pudo haber sido peor, como una muñeca de porcelana sobre una silla mecedora o repentinos cánticos satánicos provenientes del sótano— Como si alguien le hubiese querido hacer la broma, Esther escucha murmullos viniendo de una puerta entreabierta. Se percibe de su interior una luz muy débil que parpadea erráticamente, posiblemente proveniente de velas.
El pánico se apodera de ella, ¿y si se dan cuenta de que ella está ahí? ¿y si la atrapan para convertirla en sacrificio para sus rituales?
Piensa entonces que debería traer a la policía si es que están efectuando un homicidio, pero el cuerpo policial no le creerá una palabra sin pruebas fidedignas. Ella no contaba con que necesitaría grabar el recorrido, puesto que estaba yendo sola para una exploración superficial. Apaga su linterna por unos instantes para acomodar su mochila y buscar su teléfono celular. Los escasos segundos a ciegas le hacen temer por una repentina aparición de algún ente deforme a escasos centímetros de ella o de sorpresivos pasos a su dirección. Con dedos temblorosos saca su celular, deja que la luz del móvil encandile sus ojos, prende ahora la linterna que tiene el aparato y comienza a grabar.
—Jacobo, gran idiota— Dice en voz baja mientras se acerca con precaución a la puerta, cuidando de que la luz ilumine sus pasos y no alerte a posibles terceros.
No obstante, un detalle en el suelo la obliga a detenerse.
—¿Qué es esto? —Parecía que alguien había garigoleado el suelo con tiza blanca. No eran marcas aleatorias, sino formas perfectamente geométricas y ordenadas— Parece un mandala.
Algo confundida y temerosa por su futuro incierto, inspecciona con cierta urgencia el diámetro y tamaño del trazo.
—Creo, creo que es un círculo de invocación o algo —Esther de repente se siente mareada, abrumada por el temor y lo potencialmente peligroso que se ha vuelto su situación—. Deben ser satánicos, pero no veo las cruces invertidas u otra cosa. No sé porque sigo aquí, ya tengo que irme— El desacierto la obliga a respirar con fuerza y agitación, se aleja del extraño símbolo mientras se aproxima a la puerta principal.
Escucha un bufido y siente un tibio soplo por debajo de su oreja. La sensación provoca que dé dos grandes zancadas hacía la puerta y jalonee la manija, percatándose de que el seguro está atorado.
Entonces el recinto se ilumina de una luz pálida, inexplicables hilos de bruma y humo forman un tornado sobre el símbolo. Esther observa el acontecimiento sin procesar ni dar palabra a lo que es testigo.
En el centro del remolino una amorfa masa de humo y batido de crema se acrecienta, da la impresión de que se trata de un cuerpo doblado sobre si mismo. Lo que parece ser su cabeza se alza, Esther ve con terror que hay cuencas vacías, orificios triangulares y dientes descubiertos, parece que sólo le ha quedado el cráneo desnudo, pero dado que su materia es más bien nubosa y traslúcida no hay modo de especificar su naturaleza.
La masa parece tomar carne y color, se trata de un individuo de piel pálida, de cabellera rubia platinada y unos ojos caoba. El ser, cosa o criatura humanoide no parece percatarse de su visitante, y Esther olvidó dejar de grabar en su celular, pero de tiempo se requería una pizca minúscula para que ambos fueran conscientes el uno del otro.
—Tú, ¿tú viste todo? — La voz de este ser, vestido de chico, parece sobrehumana y antiquísima de un modo que ella no encuentra como describir. Su voz, antes delgada y con indicio de sorpresa, cambia bruscamente a un tono amenazante y ronco— No debiste haber venido, tendremos que llevarte con nosotros.
Esther no recuerda con claridad lo que pasó a continuación, le parece que aquel ente llama a los demás con un bramido o graznido, estos se materializan del mismo modo que su antecesor. En algún momento de la materialización de los otros seres la puerta se logra abrir, y Esther corre con un frenesí que desconocía, corre lejos de esa casa, lejos de la suya, lejos de las siguientes diez calles y antes de percatarse ya se encontraba en el umbral, con la respiración acelerada, las piernas acalambradas y las manos de Jacobo sosteniéndole de los hombros.
Comments (0)
See all