Necesitaba algo más, un no sé que, que le hiciera sentir mejor. No una caricia, no palabras, no muestras de afecto. Había algo más que siempre necesitaba y que por más que pensaba y paraba de cabeza no lograba saber que era.
El recuento incapaz de ser recordado era mucho más largo cada vez que comenzaba a caminar de un lado a otro, en círculos y a ponerse de cabeza recargada de la pared. Tan sólo la veía discutir con su ser interno. Su adorado y pequeño <<Demonio>>. Así le gustaba llamarlo siempre que le preguntaban la razón de su locura. Ella no estaba loca. Todos lo sabían. Pero ¿quien se fiaba de que estuviera cuerda cuando se le oía hablar sola a todas horas, todos los días? Charlaba, debatía, gritaba y peleaba con un ser incapaz de materializarse o siquiera ser visto por todos aquellos que la veían gritarle al, sin duda, infeliz y desdichado demonio. Montones de ira y frustración descargada sobre la criatura invisible. Cualquiera hubiese salido corriendo y a mi me gustaba imaginar que aquel ser presente sólo a ella tenía un grillete atado al tobillo con una gran bola de acero que le impedía salir huyendo muy lejos de ella.
Jessamine Evans tenía un carácter muy particular, tan volátil y explosivo como gas natural. Sus peleas diarias con el demonio habían comenzado sólo unos meses atrás, siendo el consuelo y desquite de los arrebatos y penas de Jess. Su madre la había arrastrado al psicólogo afirmando que su hija estaba completamente desquiciada cuando un día la encontró llamando a gritos al demonio. Y para la señora Evans, quien tenía una devoción extremista a la iglesia, fue un completo escándalo encontrar a Jessamine completamente iracunda, roja y agitando los brazos mientras gritaba una y otra vez:
-¡Maldito! ¿Donde estás, demonio estúpido?- Un nuevo aspavientos con su brazo por demás exagerado que agregaba aun más dramatismo y sus gritos subían de tono-. ¡Demonio cabrón, ven en este mismo instante. No voy a invocarte de nuevo!
Sin duda la parte que más escandalizó a la pobre mujer fue aquella, imaginándose la escena de una mala película de ritual satánico protagonizada por su hija -algo completamente descabellado- fue la pauta para tenerla en una gran silla de cuero negro que apestaba a plástico industrial recién fabricado mientras la pobre Jess respondía aburridas preguntas sobre su evidente conflicto de desordenes mentales. Y mientras explicaba como había obtenido a su demonio, su madre nombraba a Jesús en cada puñetera oración que decía, y a Jessamine claro, le encantaba fingir ser exorcizada y era un espectáculo digno de un Oscar. La menuda chica se retorcía en la silla, revolvía los ojos poniendo su mejor expresión psicópata y comenzaba a gritar montones de frases en arameo, el cual en realidad eran un montón de palabras elficas que había aprendido en El señor de los anillos combinadas con parcel producto de su afición a Harry Potter.
¡Era un gran espectáculo!
Yo siempre estuve en primera fila completamente encantado del talento de mi Jess, aunque su madre no tomara la broma cuando ella comenzaba a reír siendo reprendida por la señora Evans y por el psicólogo quien parecía más asustado que enfadado.
Y al igual que ella, yo sólo reía. Reía y reía. Porque pocas veces un demonio se ríe junto a un alma que estaba dispuesto a atormentar.
Comments (1)
See all