Aún no había amanecido cuando atravesé la puerta de la oficina. A pesar del frío, hacía un hermoso día en la ciudad. Aun así, no tenía muchas ganas de trabajar. Si no había nada nuevo, me tocaría redactar el informe de la detención de la banda del Rata. La verdad, fue un golpe afortunado el que me permitió capturar a aquella temible organización criminal. Pero Asuntos Internos siempre investigaba los procedimientos y había que tener todo documentado. En cualquier momento podrían declarar una declaración ilegal si no seguías el procedimiento. Los criminales no seguían ningún código, pero nosotros no podíamos saltarnos un solo ápice del manual o algún abogado listillo echaría por tierra todo nuestro trabajo de meses amparándose en algún tecnicismo. ¡Asco de país! Muchas veces tenía que contenerme para no terminar cagándome en el manual. Me hervía la sangre ver pasar delante de mi criminales que se reían de nuestro blando sistema de justicia. Parecían conocerse los trucos legales al dedillo, a un nivel que ni el mejor de los abogados. ¿Pero por qué pensaba tanto en ello ahora? ¿No debería estar celebrando la detención de la peligrosa banda del Rata? Estaba claro, nada me ponía de peor humor que el papeleo. Ni siquiera las largas noches fuera de casa vigilando sitios sospechosos, ni el disfrazarme para averiguar información en los suburbios, ni los tiroteos persiguiendo gentuza... Ojala hubiera algún caso nuevo interesante que me permitiera endilgarle todo este marrón a alguno de mis subordinados. Cuando de niño soñaba con ser poli, frente a la tele, viendo al gran teniente Colombo resolviendo homicidios en la calle, nunca supuse que un oficio tan interesante pudiera tener también una parte que fuera tan tremendamente aburrida.
- ¡¡¡¡Gutiérrez!!!!
Vaya. Parece que mis oraciones habían sido escuchadas. Hasta la voz del horrible comisario García sonaba angelical comparada con el trabajo que tenía. Dejé la labor a la agente Paniagua y entré en el despacho del comisario. Nunca le había caído en gracia, aunque siempre creí que pagaba conmigo la frustración de no poder encarcelar a una banda de timadores que pululaba por el barrio y campaba a sus anchas. Al final, les soltaban a los dos días por falta de pruebas o cosas similares. No siempre se ganaba.
- Gutiérrez, venga aquí. Quiero que investigue esto.
Me pasó un recorte de periódico. Una niña se había arrojado por la ventana de un hospital. La noticia no daba muchos detalles. Hablaba de la tragedia de haberse quedado huérfana y no encontrar una familia de acogida. Quizás no aguantó más y decidió acabar con tanto sufrimiento. O quizás no fue un accidente.
- Según dicen, todo apunta al suicidio. ¿Hay algún motivo para pensar que no fue así?
- Nada si leemos esa noticia aislada. Pero ya ha habido varios casos muy seguidos en ese mismo hospital y ya sabe usted que en este oficio no somos muy dados a creer en las casualidades. Tal vez sea un caso de maltrato infantil. O algún medicamento adulterado. Pero no me trago tantos suicidios seguidos. Vea estos partes de defunción. Jane Willians. James Harket. Robert Blueford. Y ahora Maimie Michigan. Observe las causas de la muerte. Y la proximidad en las fechas. Demasiadas muertes en tan poco tiempo. No puede ser una simple coincidencia. Y para más inri, todos tenían al mismo médico de cabecera, un tal doctor Cale. Y adivine. Su ficha policial tiene muy pocos datos. Algo extraño, ¿no? O ese tipo es un santo, o tal vez oculta algo. Empiece con él la investigación y tenga los ojos muy abiertos. No se fie de nadie. ¿Me oye? De nadie.
Cogí el sombrero, la gabardina y las llaves del coche. El caso prometía ser interesante. ¿Un tipo sin información en los archivos? Eso olía raro. Y cuatro niños muertos en una semana, sin casi investigación... No me extrañaba nada que quisieran abrir una investigación, aunque fuera discreta. A pesar del intenso tráfico de la ciudad pude llegar al hospital en apenas media hora. Una de las ventajas de llevar coche oficial era el no tener que estar dando vueltas en busca de un aparcamiento. Eché un vistazo al edificio. Olía a nuevo aún, a pesar de llevar unos pocos años. No se parecía a la inmensa mayoría de hospitales grises y tristes. Era un hospital infantil, y habían tratado de darle un toque alegre, con colores vivos y dibujos en las paredes. Aparte del Hospital Niño Jesús, donde mi hijo estuvo ingresado hace unos años, nunca había puesto los pies en un hospital infantil. Entré en recepción y pregunté por el doctor Cale.
- ¿Tiene cita previa?
- Soy policía - dije, enseñando mi placa - tengo que hacerle unas preguntas.
- Ahora mismo está con un paciente, pero haré que la enfermera le pase aviso.
- Quisiera ver la ficha de estos pacientes - dije sacando las actas de defunción de los cuatro niños muertos - y hablar con cualquiera que haya tenido trato con ellos.
- ¡Ah, sí! ¡Pobres criaturas! Toda una tragedia, la verdad. Podré hablar con la enfermera Cussack. Es la enfermera jefe que estuvo con ellos.
- Perfecto.
- ¿Por qué la policía investiga esto? ¿No dictaminó la autopsia que todo fueron suicidios?
- Mire, señorita, aquí las preguntas soy yo quien las hace, ¿entiende?
Me fui en busca de la enfermera. No necesitaba dar explicaciones a nadie. Muy tonto había que ser como para creer que cuatro suicidios seguidos podrían pasarse por alto. Por muy huérfanos que fueran, no podían pasar sin llamar la atención. Encontré a la enfermera jefe fácilmente y me sorprendió. Esperaba una señora vieja y amargada, gritando a las incompetentes novatas que tuviera a su cargo. Nada más lejos de la realidad. Era una joven hermosa y agradable, aunque con un aspecto terrible. Debía haber llorado mucho últimamente. Algo me decía que si había algún culpable en aquel lugar, no sería ella. Aunque no sería la primera vez que alguien fingía. No saqué mucho de interés. Tuve que descartar la medicación, pues no estaban tomando el mismo tratamiento. Sin embargo, tras la primera muerte, encontró a los 3 niños supervivientes como bajo los efectos del mismo narcótico. Incluso, cuando el doctor Cale se quedó a solas con Maimie, parece que llegó a quedarse dormido. ¿Un médico a solas con una niña? No olía nada bien. Tendría que investigarle bien. Examiné el cuarto en el que estuvieron, examinando una posible fuga de gas o algo que pudiera explicar una alteración en los chicos. Nada. Sospechoso. Si algo ocurrió en ese lugar, no parecía visible. Sabía cual tenía que ser mi siguiente paso. Cogí mi móvil y llamé a los chicos del departamento forense.
- ¿Hokings? Hola, buenas, te llamo por los suicidios del hospital infantil. ¿Sabes si a los niños se les practicó una autopsia completa? - No, claro que no. Se dictaminó suicidio, era absurdo - Bien, pues quiero que se la hagan a los 4. Buscad sustancias raras. Quizás les dieron algún tipo de droga experimental y ahora tratan de ocultarlo. Y mirad también si hubo indicios de actividad sexual o abusos físicos. Quizás sea un caso de pederastia. No podemos descartar nada. Gracias, os debo una.
No me gustaba nada de aquello. Por fin el doctor Cale pudo atenderme. Su historia parecía bastante extraña.
- ¿En serio quiere hacerme creer que Peter Pan mató a esos niños?
- Sé que suena a locura, pero todo empezó con eso. Leyeron su cuento y creyeron que podían volar. Pero todos aseguraron que lo habían visto.
- ¿Cómo sabe eso? Según tengo entendido, todo el mundo dormía cuando ocurrieron los hechos. Muy oportuno, ¿no cree?
- Bueno... eso no es del todo cierto. Sí me quedé dormido cuando Maimie salió de mi despacho, pero no saltó inmediatamente. Llegué a tiempo para verla subida a la barandilla, discutiendo con alguien. Sé que podía verle. Era él. Era Peter Pan.
- ¿Historias de fantasmas, doctor? ¿Qué cree usted que es esto? ¿Cuarto Milenio? ¿Cree que está hablando con Iker Jiménez? Vamos, sea franco conmigo.
- ¡Es todo lo que sé! ¡Tomamos medidas para protegerles y aun así no sirvió de nada!
- ¿Y usted le ha llegado a ver alguna vez?
- No... Pero mi hermana sí... también murió al tratar de seguirle.
- ¿No me dirá que su hermana fue...?
- Wendy Moira Ángela Darling, la del cuento. Y yo era Michael, el hermano pequeño. Cambié de apellido para alejarme de la negra historia de mi familia. Pero parece que el pasado siempre nos alcanza. No se puede huir de él.
Aquel tipo empezaba a darme pena. No era que diera mucho crédito a su historia, aunque sí que había despertado mi interés. Había oído hablar de casos en los que algún niño se había tirado por una ventana al creerse superman. Por eso supongo que el autor de este cuento introduciría la necesidad de polvos de hada para poder volar. Para que ningún niño intentará lanzarse a volar por su cuenta y riesgo. Pero no parecía haber sido del todo eficaz. Eso, o realmente había un espíritu asesino.
No. Paparruchas. Los espíritus no existían. Todo tendría su explicación finalmente. La autopsia seguramente encontraría algo en común. Subí a la terraza donde dijo el doctor que vio caer a Maimie. Examiné el suelo en busca de huellas. Nada claro. Pero ese doctor pudo haberla arrojado al vacío, a pesar de su aspecto de niño bueno. Le pedí que me dejara solo. Necesitaba pensar. Me asomé al balcón en busca de inspiración. Y de repente vi algo inexplicable. Tan inexplicable que me hizo tropezar y caer al vacío. Un niño me sonreía malévolamente, flotando en el aire. ¿Era realmente Peter Pan? ¿O yo había sido víctima de las mismas alucinaciones que habían acabado con la vida de aquellos críos? Ya nunca podría saberlo. Al día siguiente solo sería una noticia más de una nueva muerte misteriosa en aquel hospital. Y todos se preguntarían como un veterano detective de la policía pudo precipitarse al vacío en el mismo lugar que la víctima cuya muerte investigaba. Y seguramente se reirían, como hice yo, cuando alguien sugiriera que todo fue culpa de Peter Pan, el niño que no quiso crecer y que enseñaba a otros el camino hacia Nunca Jamás.
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