Dejó su abrigo sobre la silla, la habitación estaba en calma por el momento.
Las dos respiraciones estaban muy separadas como para sentirse entre el calor del fuego, el invierno había sido un gran golpe, todo se helaba lentamente, a veces hasta los susurros más bajos quedaban hechos cristales de hielo que caían sobre los oídos de quienes se predisponian a escuchar.
El color de las paredes era oscuro, y eso entonaba con el ambiente, la noche se acercaba oscura, serena, un poco más de lo usual.
Él estaba frente al fuego, no dijo nada que pudiera perturbar la extraña paz que sentía, se sabía, "eso" no quería irse todavía, tal vez ya nunca vuelva a descolgar su capa para salir.
Eso había pasado, una tarde entró sin ser invitado, envuelto en una capa tan oscura que no podía ser reconocida en la noche, la misma fue colgada y "eso" se sentó pacíficamente en el sillón de la esquina del salón, después fue ver su sombra cada día, en el mismo lugar.
"Pasaron 48 días, ¿No pensaste en irte?" Susurró él, temeroso, era la primera vez que le dirigía la palabra.
Silencio, esa fue la única respuesta que recibió, y así siguió hablando.
"Entraste a mí casa sin avisar, y ahora yo debo soportar verte cada día. La única ilusión mía es llegar y no verte sentado en ese lugar, ni dentro de mí casa"
"Eso" siguió en silencio, pero él estaba envuelto en sentimientos que había guardado durante más de un mes.
"Son 48 días, pedí perdón, y enterré el recuerdo en lo más profundo ¿Qué otra cosa esperas?"
"Eso" giró la cabeza, pero fue tan imperceptible que él no lo noto.
De repente el ambiente se sintió más pesado, un sudor frío bajo por la espalda de quién seguía parado en medio de la sala, parecía que la oscuridad devoraba cada resto de luz, el silencio sepulcral era un manantial de gritos que no salían de la garganta.
Entonces sucedió, "eso" con paciencia se levantó sin siquiera mirar al dueño de la casa, caminó a la puerta de salida, tomó la capa y espero frente a la puerta por unos segundos.
Él, estaba inmóvil, sentía que si se movía "eso" haría algo, fue entonces cuando una dama entró envuelta en velos blancos, se veía ligera en cada paso, hubiese nombrado la perfección de su atuendo si no fuera por esa mancha, esa terrible sangre que teñia su vestido a la altura de sus costillas.
Él estaba atónito, no podía ser verdad, ella estaba enterrada en lo más profundo del jardín de la casa.
"Eso" los miro, y salió de ahí envuelto en su capa.
No pasó mucho tiempo para que en los diarios locales saliera la noticia del suicidio tras la pérdida de su esposa.
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