Baile n.
Si alguien me preguntara cuál fue el momento más feliz de los que compartimos, contaría la eternidad de ese día: los infinitos segundos en los que todo lo que me rodeaba despareció y sentí que seríamos para siempre.
Así era estar a tu lado: sentirme entre tus brazos me daba seguridad, y bailar contigo me recordaba que la vida vale por esos momentos en que la felicidad se sueña infinita.
Por eso me aferraba a ti cada vez que bailábamos: porque necesitaba sentir que eso era real, y no una ficción en mi cabeza.
Barrera n.
Tener al amor de tu vida a cinco metros de distancia, y saber que no puedes hablarle.
Canción n.
Aquella canción sobre ángeles apareció en mi vida un día, de repente. Porque así llegan las cosas que valen la pena.
En cuanto los primeros acordes comenzaron a ascender, con la dulzura de un poema y la intensidad de un maremoto, me dejé llevar, olvidando por completo espacio y tiempo.
Yo no estaba aquí. Yo no era yo. Mis sueños no eran estos que escribo, sino otros que no son míos, pero que sentía igual que si me pertenecieran desde la cuna.
De repente, el coro.
Perdida en la ciudad de los ángeles.
Y entonces, no pude sino evocar aquella ciudad en la que había crecido. Con sus edificios altos, sus luces en calles, lámparas, iglesias, los colores de sus cocinas y sus postres, y los corazones de todos los que se sabían de ahí.
Me encontré a mí misma en las colinas quemadas por el fuego
Mi mente, todo lo que sentía se trasladó a otro lugar, otra dimensión.
Tú llevabas semanas, meses fuera del país… ¿Quién lo sabía? Yo no, no fui requerida para tal protocolo. No me dolía. Eso sigo diciendo.
Aunque no estabas, esa canción iluminó una mañana de octubre, y fue capaz de transportarme a tu lado.
Tú no me querías ahí, y lo habías dejado claro.
Pero mi mente supuso que no te importaría compartir un poco de tu dicha conmigo, aunque sólo fuese a través de mi imaginación.
Entonces aquella canción se dividió, como divididos estaban mi corazón y mis sueños. Una mitad me recordaba a aquella ciudad de calles adoquinadas, lámparas del siglo XX y arquitectura de centurias que había sido testigo de mil amores y desamores. La otra mitad me recordaba a ti, a tu sonrisa y tus sueños.
Estabas bien. Eso me bastaba.
…
Después regresaste. Como sabía que lo harías.
No sabía que regresarías a mí.
No importaba mucho. Tú te irías, o yo me iría, o simplemente nos separaríamos. ¿En realidad podría disfrutar algo que tenía caducidad?
Así que yo seguí cantando, bailando y escribiendo. Porque tenía que seguir viva, y prefería intentar ser feliz.
Un día cualquiera me puse a cantarla, anhelando el olor a ajonjolí, a café a media tarde, a lluvia torrencial que sabe a chocolate e historias del pasado y del futuro.
Una vida, un amor queda…
“¿Estas cantando la canción del puente?” Preguntaste, como quién pregunta la hora. “Si sí, es muy buena”
“No”. Respondí a medio enojo, de forma tajante. Subí el volumen, y la reinicié. “Canto esto. Ya sé que habla de otros lares, pero a mí me recuerda a mi hogar”
No dijiste nada. No sé si la escuchaste.
Tampoco dije más. No tenías que saber cada tonada me recordaba los momentos que habíamos compartido. Tal vez, por eso la escuchaba constantemente.
Cine n.
Un “¿quieres ir al cine la siguiente semana?” llegó después de mi silencio de una semana. Tú ni siquiera estabas en la ciudad, por lo que apreciaba aún más la iniciativa.
La noche que llegó aquella invitación conocí a muchas personas. Pero ninguna logró eclipsar el hecho de que tú querías tenerme en tu vida. Con una sonrisa que no podía fingir, mantuve mi silencio sobre los asuntos verdaderamente trascendentales, mientras el vino corría a raudales entre las personas a mí alrededor.
Todos mantenían expresiones de superioridad, mientras yo asentía y respondía a sus comentarios y preguntas. Pero, dentro de mí, miles de ideas giraban, preguntas se formulaban, y respuestas se asumían.
Tal vez esa película me ayudaría a entender muchos porqués.
Conservar v.
Por supuesto que conservo la primera nota que me escribiste.
¿Qué clase de amor sentiría si no lo hiciera?
Contar v.
Han pasado 4 meses, 22 días, 4 horas y 42 minutos desde la última vez que te abracé.
4 meses, 16 días, 7 horas y 39 minutos desde la última vez que te vi.
4 meses, 3 días, 2 horas y 25 minutos desde la última vez que hablé contigo.
¿Todavía dudas si te extrañé?
Debilidad n.
Había decidido que no te hablaría. Esa era mi decisión final.
Claro que mi fuerza de voluntad duró tanto como el dinero en mi mano cuando anunciaron la venta de los boletos para el concierto de Coldplay dentro de unos meses
Es obvio que tenía dos debilidades en mi vida. Las canciones de Chris Martin solo eran una de ellas.
Deseo n.
Después de una hora de baile, sentía la necesidad de decírtelo todo. Dejar que fuera mi corazón y no mi cabeza quien hablara.
De asegurarte que sabía que eso era un error, pero que creía que el riesgo valía la pena. Contarte cómo mi corazón sabía que eras la persona indicada desde esa tarde en que te vi por vez primera.
De relatar lo mucho que me costó hablarte un jueves de septiembre y cuánto agradecí que eso se fuera haciendo más fácil con el pasar de los días, las semanas, los meses y los años.
De agradecer por siempre escuchar mis historias, mis sueños y mis más grandes anhelos.
Y decirte que, a pesar de los problemas que pudieran surgir, mi único deseo era tenerte en mi vida, verte crecer y ser feliz con la persona que te hiciera feliz, que me ayudes a crecer y me veas ser feliz.
Podrás ser la persona correcta, pero eso es lo que me obliga a tener que encontrar la manera de tenerte en mi vida por mucho, mucho tiempo.
Dramática adj.
“Aquí no hay drama, sólo diversión”, dijiste una noche después de tu cuarta cerveza.
Tomé mi bolsa, mi abrigo, y salí de ahí sin siquiera voltear a verte.
Nadie, jamás, podría decirme dramática. No porque no lo fuera, sino porque si no estabas dispuesto a soportarme en mis peores momentos, no merecías acompañarme en los mejores.