En una mañana, un caballero se levanta de la cama. Este hombre es el comandante del ejército del emperador y su nombre era Foryen de Trones.
Hoy tenía una misión encomendada: reabastecer los brebajes del ejército. Se quitó la sábana suave y blanca de encima suyo, para luego bajarse y dirigirse hacia la ducha, donde tomó un refrescante baño con el agua fría de la mañana.
Salió de la ducha y se dirigió hacia su armario. Peculiarmente, este comandante guardaba su armadura allí. Se puso su gruesa armadura negra, su yelmo oscuro casi como piedra volcánica, sus grebas donde por encima seguía el color oscuro de la armadura, pero por las suelas brillaban como plata. Equipó su espada larga pero delgada.
Cuando terminó se dirigió hacia el emperador Edward a reportar su retirada afuera del castillo. El emperador asintió y el gran caballero salió. Se dirigió hacia su caballo, blanco como nubes pero furioso como nube negra, que reposaba bebiendo agua limpia y cristalina casi como vidrio. Irónicamente se llamaba Blanco, como su pelaje.
Foryen montó el caballo y se dirigió hacia la salida del castillo con una gran carroza para llevar los brebajes. Pero en el camino se encontró con la emperatriz, con su característico pelo rojo, ojos verdes y ese lunar sobre su piel blanca situada en su clavícula. El caballero, con respeto, bajó la cabeza y siguió su camino; un camino hacia una de las ciudades más grandes del imperio. Como tal, estaba relativamente cerca del castillo del emperador, una ciudad grande junto a unos grandes gobernantes, todo un contraste.
Cuando el general llegó a la ciudad, se dirigió hacia la tienda de brebajes “Beba-jes”. Entró y saludó a un anciano con cara gentil pero ojos rudos, camisa verde y pantalones cafés, el cual era el dueño de la tienda. Al entrar pudo sentir un olor a café que el viejo siempre bebía. El comandante Foryen pidió lo de siempre. El anciano senil se levantó de su silla vieja pero limpia, agarrando el bastón negro brillante con una empuñadura plateada con imágenes talladas de su lado izquierdo y apoyándose en él, para luego decirle al comandante que lo siguiera.
El anciano, llamado Barzco, abrió una puerta de madera oscura y esmaltada, escondida atrás de una gran librería. Más allá de esta se logró divisar un gran y hermoso jardín, lleno de una cantidad descomunal de flores de múltiples colores. La cantidad era tan absurda que el pasto donde estas crecían no se lograba ver. Lo único diferente a una flor era una chica situada en medio de este campo resplandeciente.
A pesar de estar escondida dentro de la tienda Beba-je, el sol caía iluminando todo el jardín, un sol que no era brusco con intención de quemar, más bien un sol suave con ganas de rozar el hielo sin derretirlo. La chica vestía un vestido blanco como la nieve, limpio como el corazón de un recién nacido y largo hasta sus rodillas. La chica se levantó, dejando caer todo tipo de flores de su melena roja y rizada. Cuando miró con sus ojos verdes hacia los ojos del general, el corazón de este cayó, como las flores anteriores, a sus pies. La tienda ya no olía a café junto al olor de un viejo; olía a flores de jazmín junto al olor de algo más dulce y cremoso.
El viejo interrumpió los pensamientos del comandante al llamar a su hija, la cual era Artemisa. Estando ya de pie, caminó entre las flores sin pisarlas, sin hacerles daño, pareciendo el viento que las acaricia en un campo alejado de los humanos. Se dirigió hacia su padre y le preguntó qué necesitaba. Este le contestó:
Barzco: “Tráeme buenos brebajes para este comandante”.
La chica miró hacia el comandante, no con miedo, no con odio ni arrogancia. Y a pesar de la belleza que se asentaba sobre su ser, le sonrió a Foryen y le ofreció un apretón de manos.
Un apretón de manos donde estas eran tan diferentes entre sí. Unas eran llenas de callos y sucias, pero las otras limpias y suaves como una rosa. El comandante dudó, pero al fin y al cabo, el pensamiento es como el pecado. Aceptó el apretón de manos y se sonrieron.
La chica pasó al lado de este, haciendo sentir el olor de todo el campo detrás de ella. Ese olor provocó un pensamiento en su mente:
Foryen (mentalmente): “Ella no huele a jardín… el jardín tiene olor a ella”.
Foryen y Barzco vieron cómo, a pesar de su frágil apariencia, se dirigió hacia el almacén, donde después de un rato trajo una gran caja llena de brebajes, los cuales eran usados principalmente para curar heridas o como bebidas de curación. Artemisa fue trayendo una a una con paciencia y sin estrés, sabiendo cuál era su trabajo. Llevó 50 cajas de brebajes hacia la carroza, pero Foryen la ayudó con 39, casi 40, de estas cajas.
Foryen pagó el monto total de estas cajas y se dirigió hacia la salida blanca. a este punto la tienda ya no olia a cafe con una amargura vieja y despistada, olia a flores de jazmin junto a cafe y felicidad acumulada. foryen abrió la puerta, pero antes de poner un pie afuera, miró hacia atrás, dándole otro vistazo a la mujer bella. El viejo le preguntó si necesitaba algo más, pero este negó. Salió y cerró la puerta, y de este modo, el primer capítulo de esta historia está concreta.
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