Un pequeño miraba a su alrededor, admirando el gran recinto con asombro. Observó figuras de criaturas que se asemejaban a él, plasmadas en las paredes con piedras preciosas color turquesa y que vestían el recinto en largas hileras en posición solemne de defensa. Los techos eran murales en los que apenas se distinguían los colores que acaparaban percudidos y deteriorados tintes turquesas, rojos y marrones que le acompañaban.
Eran narraciones de la vida cotidiana de los que una vez fueron dueños de este lugar, quizás guerreros o tal vez sacerdotes de un culto. Pero había una figura que destacaba: era el de una criatura, cubierta en toda su extensión de un destacable color blanco, distinto a los demás murales en el recinto, se trataba de un ser de una larga complexión similar al de una serpiente, de no ser por las seis largas extremidades que sobresalía de su cuerpo. Denotando una monstruosa cabeza en forma de calavera de felino. Aquel ser, según lo que se podía interpretar, estaba azotando su ira sobre una ciudad, entre el fuego y el agua que se liberaba de la tierra.
El chico paró de mirar, sintió afligirse el corazón y su estómago se contrajo en un ligero dolor, similar a una opresión. Buscando la calma, puso la vista sobre sus custodios, pero no basto: las preguntas acapararon su joven mente ¿Qué era este lugar? Y, ¿Qué significaba que lo hubieran traído aquí? Su tutora jamás soltó palabra cuando pidió su asistencia, y salieron de manera discreta del palacio. ¿Acaso sería su nuevo hogar? Este lugar estaba lejano a la ciudad donde nació, pensó con temor que tal vez ya no seguiría el camino deseado por los karnante y sería abandonado. Se reconfortó pensando que su tutora no se atrevería a tal blasfemia después de todo, el antiguo camino de los diedras había sido borrado de este mundo, y había quedado él como su último vestigio con vida.
Uno de sus custodios era de la raza de los karnante, seres que se asemejan a una especie de reptil humanoide. Era un macho de tonalidad verde oscura que se podía notar en las partes descubiertas de una piel brillosa que indicaba una buena salud. Característico del género de su raza, tenía, debajo de su mentón, a diferencia de las hembras que carecían de este, una larga protuberancia rígida De hecho, estaba conformada por un duro hueso que no contrastaba con el color de la piel de su poseedor. En los extremos de su cuello tenía una delgada protuberancia que recorría ambos lados de forma triangular, delgada como los pétalos de una flor. La forma parecía y recordaba a la abertura de un alcatraz, y llegaba, por lo que se podía ver, a mitad del pecho. Este ejemplar revelaba tener ojos amarillos que recordaba a los felinos.
Su acompañante era una hembra, una curiosidad, una rareza casi única. Se trataba de un híbrido de humano con karante, aunque no fuera herencia directa de sus progenitores sino de antepasados anteriores, pero conservaba la figura de una ascendencia híbrida de primera generación.
Tenía una figura similar a su compañero: delgados brazos, cuatro dedos, pero carecía de garras, aunque este tenía una pequeña protuberancia triangular en la parte superior de sus muñecas. También sus piernas, de similar manera, eran largas y no estaban encorvadas, asemejándose más a las de los humanos. Fuera de allí, carecía de pechos como las hembras de la raza humanas, siendo similar a las hembras karnante de su reino. Aunque sí había heredado una cabellera larga y rizado color azabache que se combinaba y contrastaba con su brillante piel azul. Poseía, como el macho, ojos amarillos, aunque su mirada se asemejaba más a la de los humanos y había heredado los labios de los mismos. Pero seguía teniendo unos gruesos caninos como sus parientes reptiles.
Ambos permanecieron custodiando al pequeño, atentos a la entrada del recinto hasta que se atrevió a entrar un extraño. Uno cuya apariencia era desconocida en aquellas tierras. La imagen no dejaba indiferentes a los presentes, pues era la de un cánido con un manto azabache en su desaliñado pelaje, acompañado de una mancha blanca en su pecho. Y, aunque de apariencia lobuna, tenía enroscada su cola, y su hocico era un poco más corto y delgado de los que podían ser sus parientes lejanos.
La hembra, ante la atónita expresión de su acompañante, asintió con la cabeza y se inclinó hacia adelante en una reverencia.
—Es un honor conocer a uno de los hijos de mi tatarabuelo—. Dijo la hembra.
El cánido se levantó bruscamente, sus orejas se contrajeron hacia atrás, el pelaje de la espalda se erizó y arrugó fugazmente su hocico, pues ni siquiera alcanzó a emanar gruñido alguno. Tras el rápido desliz de emociones, se recostó en el suelo, con sus ojos azules mirando directamente a los amarillos de la hembra karnante .
—Creo que mi apariencia relata que no hay lazo que nos una, mi señora, más tratándose de alguien como su antepasado.
—Lo que Geos unió en tu familia, ata a la mía. Y es algo que debe honrarse—.respondio la mujer al canino.
—Mi señora, a diferencia de mis demás familiares, deseo mantenerme alejado de la influencia de vuestro ancestro. Debe entender que será un héroe entre su gente, pero para alguien como yo es un genocida.
—¡Insolente! —bramó con enfado el kranante macho y con intenciones de reprenderlo al elevar un bastón que mantenía en su mano; pero su líder lo detuvo colocando la mano en su hombro.
—Me dejé llevar por el sentimiento que Victus tiene hacia ti. Fue mi error, debí prever la animosidad que cargas hacia mi pariente.
—Y a pesar de ello, por respeto a la memoria de mi pasado en estas tierras, preferiría no guardar rencores con su familia a causa de su ancestro.
—Respetaré tu decisión, si es lo que deseas. Aun así, te pido que no me niegues tu ayuda.
— Sortloxia fue mi hogar, no hay nada que temer que aún respondo a la llamada de sus líderes como lo haría cualquiera de sus ciudadanos, pero con la libertad de poder negar la petición si va en contra de mis principios, de lo contrario no le negaré aun si llevas la sangre de Victus.
La hembra se mostró aliviada ante aquella respuesta, y pasó su mirada al pequeño que se recargó en su costado engurrándose en sus prendas. Con una suave palmadita, le animó a dar un paso al frente y le susurró un «todo estará bien».
A petición de la fémina salió de su escondite y, con un par de pasos firmes, se puso a la vista de la criatura intentando poner un semblante rígido. Sin embargo, enseguida se podía prever una falsa seguridad al observar cómo se mordía los labios y cómo sus garras, pegadas a los costados, se aferraban con fuerza a la tela de su ropa.
El cánido ladeó la cabeza, confundido, y acompañó el gesto con una mirada curiosa.
—Un diedra —susurró el extraño animal.
La criatura era apenas una cría. Se notaba por su estatura pequeña, pues apenas llegaba a la cintura de sus dos acompañantes. Carecía de los cuatro ojos típicos de su especie: tenía abiertos los dos de la parte superior, mientras los de la parte inferior, que al abrirse serían un poco pequeños, se confundían a simple vista con una cicatriz o una marca de nacimiento. Sus ojos aún no se presentaban feroces como lo hacían los adultos de su especie. Aquellos ojos almendrados, que contrastaban con el color oliva de su piel, por el momento se mostraban grandes y adorables, casi de apariencia gatuna.
—Me llamo Elie… Elie… Eliedas —dijo con voz temblorosa el pequeño.
—No entiendo, mi señora. ¿Qué tiene que ver este pequeño con su petición?
—Este pequeño te necesita. Tu gente es la más cercana a Geos. Son los únicos capaces de cumplir mi encomienda—. Respondio la hembra al extraño.
—Toda criatura es cercana a Geos —corrigió sin quitar la atención a la cría—. Todavía no veo cómo puedo ser de ayuda.
—Me gustaría que fueras su tutor.
El animal se levantó y se dirigió precipitado con paso brusco hacia la hembra híbrida, haciendo que el guardia se posicionara enfrente de manera protectora. Mostró con un gruñido sus fauces en advertencia y de sus dedos resaltaron sus fuertes y gruesas garras. Esto no inmutó a su huésped quien, tras mirar unos segundos sobre Eliedas, se dirigió tranquilamente hacia la hembra.
—¿Por qué piensa que debería hacerme cargo?, apenas me conoces y lo que has de saber de mí probablemente será de terceros. No lo veo como algo sabio de tu parte.
—Confío en las palabras de Victus sobre tu gente y confío en los enviados de Geos. Hasta donde sabemos. Eliedas es el último de su pueblo. Los últimos ancianos diedras lo dejaron a mi cuidado antes de dar su último aliento y me temo que, de la misma manera que mi pueblo venera a su raza, existe el odio hacia ellos con el mismo rigor. Ya ha habido atentados contra su vida. Además, no ha sido fácil su integración con nuestro pueblo —la hembra suspiro—, y aunque me pese separarme de Eliedas llegamos a la conclusión de que si hay alguna posibilidad de tener un futuro y un lugar, es con una emanación.
El cánido reflexionó sobre lo último. No era una conclusión del todo errada y mucho según las palabras que siguió relatando la híbrida.
—Contigo es posible ese futuro, nosotros no podemos ofrecerle algo similar como lo fue su gente, menos los humanos que desconocen mucho del pueblo de los diedras. Al ser lo que eres, un fragmento de Geos, conectan contigo todas las criaturas.
—Sé sincera, piensas que haré esta experiencia menos dolorosa, pero también quieres un guardaespaldas hasta que resuelvas este lío—. dijo el canino.
La hembra híbrida guardó silencio y asintió.
—Quiero construirle un futuro brillante.
Aquel animal caminó y se posó a lado de la joven cría. Al olfatear podía oler su nerviosismo. El pequeño trataba de mantenerse firme y con porte solemne, pero desde la perspectiva del can, un pequeño soplo desmoronaría el muro de confianza que intentaba proyectar.
Así que, al mismo tiempo que el chico comenzó a respirar agitadamente ante la cercanía de la extraña criatura, quien nunca en su joven existencia había tenido contacto alguno con algo semejante y ahora lo tenía cara a cara, el canino liberó su voz suave.
—Tranquilo, sé que me temes…
—No, yo… no… tengo miedo —expresó el chico molesto, forzándose a mostrarse valiente aun cuando su espalda estaba por arquearse del miedo que cargaba.
—Está bien sentirlo. Te diría que no tengas miedo, pero es entendible. Los lobos y los perros no somos criaturas comunes en las tierras de los karnantes, y menos alguien como yo. Así que no tienes por qué esforzarte.
El cánido empezó a merodear hasta quedar a espalda del pequeño. Presionó con suavidad su nariz contra la espalda, justo en medio de la columna. Ese simple toque fue suficiente para que se relajara, sus hombros se destensaran y sus manos dejaran de aferrarse a las telas. El chico le miraba extrañado por lo que acababa de ocurrir.
—Has tenido que pasarlo muy mal —dijo con voz suave el extraño—. Ya has escuchado los planes de nuestra señora, pero te pregunto antes de tomar una decisión: ¿es tu deseo venir conmigo?
El diedra se mostró sorprendido por la pregunta. Tanto, que comenzó a jugar en un ademán inseguro con sus manos al frotarlas una contra la otra y virando hacia atrás con sus custodios.
—Dicen que así tienen que ser.
—Creo que tienen razón, por desgracia, para los dos, pequeño —dijo esa última frase, sin mostrarse con desagrado el can, en tono simpático y juguetón. Esto hizo que la cría mostrara una sonrisa en sus labios y dejara ver su dentadura que le acompañaba un par único de colmillos. Aunque de menor tamaño que un adulto de su especie, se notaban fuertes y afilados.
—Creo que estamos empezando a entendernos. Por lo que veo, sí vendrás conmigo.
El chico asintió y luego, el cánido con voz amable le dijo:
—Si no llegas a sentirte cómodo a mi lado, eres libre de decírmelo, y yo hablaré con nuestra señora para ver qué se puede hacer. Ya sé tu nombre, pero como es lógico necesitarás el mío. Debo confesar que carezco de uno propio como los humanos y los karnantes suelen usar, pero usa la palabra Slaen para referirte a mí.
El pequeño se fue con aquella criatura, dejando un sentimiento de incertidumbre para muchos: para la joven cría que no sabía qué esperar de este extraño, para el macho karnante que no veía de fiar a ese extranjero que resultó no ser tan extranjero y para la hembra híbrida que rogaba por el bien de Eliedas.
—Sé que es nuestra mejor opción, pero no creo sea prudente dejar a la cría con alguien que tiene conflictos con tu familia —habló el macho karnante a su señora que se mostró con una suave sonrisa—, podría querer vengarse al herirle a usted usando a Eliedas.
—Slaen nunca lo haría, no es un ser malvado.
—La venganza es tentadora, incluso para los más nobles de corazón , es un veneno con un poderoso deseo de ejercerlo, aun con su fidelidad. No veo otra razón del porqué aceptó tan fácil.
—Ochenta años sin levantar su ira hacia mi familia me dicen lo contrario.«A pesar del daño que mi familia causó a la suya» Pensó la fémina.
No es su naturaleza vengarse. El día en que ocurra será tanto su fin como el de muchos, no tomará ese riesgo.
—Espero tenga razón, mi señora –dijo el macho, esto observando la salida del recinto que se iluminaba por el alba de los primeros rayos del sol.
El pequeño Eliedas es el último de su especie: los diedra, una antigua raza considerada por los karnantes la especie más antigua y cercana a su deidad Geos, pero tan amada como odiada por los karnantes. El joven Diedra deberá abandonar Sortoloxia, el hogar donde fue criado, y dejar a su tutora, la gobernante de aquel país, ante las tensiones que han ido en aumento por su presencia. Ahora, hasta que la situación mejore o se encuentre una solución para su regreso, estará al cuidado de una criatura conocida como una emanación.
Mientras unos desean que rija su futuro por el camino de un guerrero, otros, por el de un soberano. Incluso por el de una divinidad están otros, deseosos de su muerte. Es solamente aquella emanación quien desea que pueda disfrutar su infancia y poder darle un futuro.
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