Desde niña, siempre escuché historias sobre los enamorados y como se unían por el destino. El hilo rojo, las iniciales de su alma gemela tatuadas en su muñeca… Pero mi historia favorita sobre la unión de las almas gemelas era la de mi abuela. Cuando era pequeña, cuando era lo suficiente ligera para que sus pobres rodillas me soportaran, me sentaba en ellas y me decía:
- Amor, niña mía. Algún día encontrarás a alguien que remueva tu mundo. Que te haga sonreír cuando creas que todo se está derrumbando y que te apoyará en todo lo que hagas, sin dudar de ti ni un solo minuto. Esa persona será tu alma gemela, esa pieza del puzle que no sabías siquiera que te hiciera falta. Será tu calor, en los días más fríos de diciembre y tu luz en las noches más oscuras del año. Será el extintor de todos los fuegos de tu infierno.
Yo maravillada, la escuchaba y con ojos grandes, curiosos típicos de un niño, le preguntaba emocionada:
- Pero ¿cómo encontraré a alguien así? ¿Cómo me encontrará ella a mí? ¿Cómo nos buscaremos si no nos conocemos, abuelita?
Ella, a los ojos me miraba, viendo mi rostro pintado de preocupación y de intriga. Y en risas ella estallaba. Mientras las lágrimas se secaba, me decía:
- Muy sencillo, escúchame cariño. Cada persona, tiene un fulgor especial en sus iris de los ojos. En el fondo, no hay dos iguales.
- ¡Pero si hay gente con el mismo color de ojos! ¡Yo los tengo iguales a los tuyos!
- Sí, cierto. El color es el mismo, Pero no su brillo. – Me decía ella con una sonrisa escondida entre sus labios,
- ¿Su brillo?
- Sí, mi amor. Su brillo. A cada persona le brillan los ojos de un color y manera diferentes. A tu alma gemela, le brillarán los ojos de la misma manera de la que te brillan a ti.
- Oh…
- Tu abuelo era mi alma gemela, ¿sabes?
- ¿Cómo le brillaban los ojos?
- Eran perseidas azules en medio de sus iris castaños, que caían como escarcha. Te prometo, que en mi mundo, no había cosa más hermosa que los ojos de tu abuelo.
- Los mismos que los tuyos, abuela…
- Exacto.
Me quedé callada. ¿Cómo brillarían mis ojos?, mi cabecita desconcertada se preguntaba. Mi abuela me leyó el rostro, cuan libro abierto. Me miró a los ojos y me dijo:
- Decenas de estrellas en tus ojos. La nube de Magallanes se encuentra en el interior de tus ojos del color del café.
La miré con sorpresa, y ella me cubrió de besos. Yo la abrazaba muy, muy fuerte.
- Encontrarás a tu nube, mi amor. – de repente levantó la cabeza, para mirarme a los ojos seriamente - ¡Y quiero conocer a quién cuide de mi niña!
Me reí y de besos la volví a cubrir. Lo harás abuelita, lo harás.
Han pasado muchos años desde entonces. Yo sigo mirando a sus perseidas escarchadas, y ella sigue abrazando a su pequeña nube. Cada día, miro el brillo de los ojos de la gente. Los veo, y cada día me enamoro más y más de la teoría de mi abuela. Es una cosa muy hermosa de ver, el ver cómo la gente se encuentra a pesar de las circunstancias. Yo, mientras tanto, sigo buscando a la nube de Magallanes, y creo que ya casi la encontré…
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