En aquella noche, como en tantas otras, el cerro Artillería permanecía desierto, las luminarias de los alrededores pintaban a las altas palmas con colores pálidos, solo contrastados por la profunda sombra de la noche, en aquel momento, una imponente luna nueva se alzaba sobre el cálido puerto, acogiendo bajo su manto blanco a los altos semáforos, los profundos bodegones, y a uno que otro borracho en travesía; aun así, las esquinas del precioso edificio escondían recelosas a uno que otro parche de tierra, quedando estos fuera de los brazos luminosos del enorme astro, sumidos en el más profundo negro.
Eran las dos de la madrugada
Las cámaras del recinto, tanto del jardín como de los pasillos, fueron cegadas con violencia, rotas una tras otra por proyectiles que asimilaban a balas fosforescentes, imbuidas en un aura purpurina. Solo la mirada pétrea del Almirante Merino quedaría para observar sus pasos, pensó la sombra; ya nadie sabría cual fuerza de la noche se atrevió a profanar la historia de la patria.
El museo naval recopilaba las piezas más importantes de la historia marítima del país; cientos de objetos de valor incalculable tales como uniformes, armas y fragmentos de antiguas naves reposaban en la más sumida calma en vitrinas y murallas, algunas piezas habían presenciado escenarios impensables, las más heroicas hazañas y sacrificios que han quedado grabados por siempre en la retina de la historia.
La sombra había llegado a su destino, una de las grandes salas que mantenía una gran maqueta de los fuertes de Corral y Valdivia; en las vitrinas colindantes se exhibían varias maquetas mas, representaciones en miniatura de embarcaciones de vela. En medio de la exhibición, cual corona destellante, se paraba imponente un uniforme de marino sumamente grato a la vista, con una larga chaqueta ornamentada, que aparentaba haber pertenecido a un hombre de anchas espaldas y titánica estatura, un desgastado bicornio negro, adornados sus bordes y esquinas con dorado y blanco, el sombrero de dos puntas se posaba orgulloso como el centro de los tesoros.
La última de las cámaras que permanecían activas se asomaba desde una esquina negra en el tope de las murallas, rotando levemente y observando a las exhibiciones, enfocada en el enorme cuadro que cubría una de las paredes, imagen que narraba el bombardeo del Callao.
Los pasos de aquellas botas se hicieron escuchar a lo ancho del salón, Contreras había llegado hasta su objetivo con relativa facilidad, la seguridad era nula y las alarmas estaban cortadas desde su misma entrada, había buscado la ocasión ideal para escabullirse en el edificio durante todo un mes, pero ahora se sentía desgraciada por no haber notado antes el poco interés de las autoridades en resguardar piezas tan valiosas y únicas como aquellas.
Sus ojos acertaron a la posición de la cámara en cuanto se asomó, volvió detrás del pórtico para apoyar la espalda en la muralla por unos segundos mientras trajinaba en sus hondos bolsillos.
No tardó en sacar la mano de la chaqueta nuevamente, está vez con un tiralíneas negro entre los dedos, retiró la tapa del lápiz e inspeccionó la delgada punta de este, era número 2.
La mujer de cabellos negros y ojos profundos se asomó al pórtico nuevamente, esta vez con el estilógrafo entre los dedos. Tanto el plástico negro y el papel rascado de la etiqueta comenzaron a parpadear tenuemente, hasta que en un momento varias líneas definidas se marcaron sobre el cuerpo del lápiz, seguían un patrón recto en los lados y zigzagueante en las líneas más gruesas, todas convergían en la punta, que se había iluminado como una bengala y resaltaba un tono purpura apagado.
–Still, Jagd.- Pronunció, su índice derecho impulsó al lápiz con un potente latigazo, aquel proyectil brillante tomó una velocidad importante en pocos instantes, seguido esto, perforó hasta el fondo del aparato, la cámara hizo corte y se desmoronó.
Su objetivo estaba frente a ella de una vez, la mirada de la asaltante se clavó fijamente en la vitrina central de la sala, en ella reposaban dos pistolas de cañón doble, al parecer de tiempos independentistas, usaban un mecanismo de chispa.
La dama de Valpo se aproximó con un andar más calmo y observador, sus ojos se desviaron de las pistolas por momentos, aquella mirada complacida percibía una solemnidad sumamente marcada en cada una de las distintas piezas del recinto, aun habiendo venido en ocasiones anteriores como una visitante más y con una admiración inocente sumamente propia de su ser, nunca había sentido tanta satisfacción en admirar estos recuerdos de la historia como en aquel momento.
Eventualmente volvió a concentrarse en el mostrador de las pistolas, estando al lado de estas dio algunos toques al grueso vidrio, prosiguió a hacerlo sonar con los nudillos, como tocando una puerta.
Su rostro se llenó de desagrado, aunque supiera que en el fondo su trabajo sería más sencillo de finiquitar.
–Demasiado simple para algo así.
Laila dio dos pasos atrás y se quitó la chaqueta, llevaba una camiseta negra sin mangas, sus pantalones anchos se sujetaban a su cintura por dos cinturones negros con puntas de metal y se hundían en sus largas botas negras terminadas a la altura de la rodilla, estas eran firmes y confiables, sujetadas por dos correas y un cierre con tono de bronce.
–Los métodos que dan como fin la invocación de un familiar deben ser amplificados por un catalizador adecuado, no puedo imaginar que saldrá de esto.
La maga no esperó más, hundió las manos hasta el fondo de los bolsillos de sus pantalones y las sacó con tres marcadores en cada una. Los extensos circuitos mágicos de sus brazos habían comenzado a iluminarse lentamente.
–Veamos, si posiciono los puntos del círculo de invocación en el mismo orden de seis y seis debería funcionar como siempre, una invocación de un ente espiritual de manera temporal, familiares corrientes...
Levantó la mano, pero se quedó quieta mientras seguía balbuceando.
–Pero... ¿En qué medida afectara un catalizador?... Ni siquiera estoy segura de que estas armas tengan suficiente categoría para ser un catalizador valido.
Contreras permaneció pensativa por más tiempo del que hubiera querido, no le gustaba tener que decidir con apuro ni arriesgarse más de lo que estimaba sano, pero aun así, su expectación la obligó a tomar una opción, guardó las manos en los bolsillos otra vez.
El silencio reinó una vez más, por un momento fue tan profundo que Laila pudo escuchar con detalle los sonidos más suaves de las entrañas de la ventilación, y por un momento, su propio corazón.
Decidida, volvió a sacar las manos, esta vez tenía cuatro tiralíneas en cada mano.
–Supongo que sea como sea usar ocho vaciará mi maná, pero ya estoy aquí, al menos quiero conseguir algo decente que valga el haber entrado a la fuerza a este lugar...
Los circuitos de sus brazos volvieron a encenderse con una energía candente y estable, los ocho lápices fueron imbuidos con una gran carga mágica y fueron arrojados en el aire.
–¡Still, Lage!
Los ocho marcadores cayeron juntos y se clavaron hasta la mitad en el suelo, formando un círculo alrededor de la vitrina, cuatro estaban en el exterior, uno por cada punto cardinal, y cuatro en el centro, simbolizando los puntos diagonales. El circuló se iluminó, formando dos símbolos lunares y dos solares en este, Contreras respiró hondo y comenzó el cantico:
–Ven a mí, a mi camino, a mi hogar donde el día pasa calmo y donde almas serenas reposan junto al fuego, acude a mi humilde invitación a este plano, oh querido siervo de mis manos devotas al espíritu, salve el regalo de los antiguos hoy floreciente en las manos de su solemne estudiante, rebosante de vida y de ambiciones marcadas, esperando que el éxodo de mis saberes sea aceptado y devuelto, permitiéndome seguir el andar en este camino incierto pero deseado, firme y rebosante de decisión, acude hoy a mi llamado, siervo mío, espíritu noble.
A medida de que cantaba el hechizo, sus circuitos mágicos ardían cada vez más, la beligerante adrenalina del momento y una preparación decente silenciaban del dolor de un mago al efectuar una invocación que está por sobre los niveles de su maná y su propio cuerpo. Los circuitos, similares a venas flamantes, se extendían a lo largo de su cuello, y fueron a dar a su mentón, Contreras roía sus dientes con tal presión que de no haberse controlado se hubieran destrozado fácilmente. Finalmente la fuerza de aquella energía se manifestó cono una poderosa ventolera que envolvía la sala a manera de tornado, la vitrina estalló en miles de fragmentos que se hicieron polvo antes de volar más de medio metro, ambas armas se electrificaron con la enorme carga de maná que se había liberado y comenzaron a levitar.
Eventualmente la invocación llegó a su punto final, el llamado fue recibido, y toda la energía irrumpió violenta hacia el techo, dejándose caer luego con una potencia atronadora, Leila se dejó caer de rodillas sabiendo de que había logrado su invocación, sus circuitos se apagaron y liberaron el exceso de energía en forma de un poco espeso vapor, tras aquello, la tormenta de maná se dispersó, dejando a la habitación en tinieblas.
Contreras terminó ejercitando la respiración, se creía muerta, la invocación no desgarró ninguno de sus circuitos, solo había drenado su cuerpo de maná, aunque llevándolo al límite.
El silencio volvió a reinar en la sala, esta vez sumida en la más profunda de las noches, en el fondo Laila creía de que había descubierto un ambiente sumamente pacifico, a pesar de la naturaleza de su irrupción, sentía de que podía tenderse a lo largo de aquellas viejas alfombras y descansar con la mayor placidez que se pudiera lograr, se sentía a gusto en aquel museo, siempre le había fascinado, y lo había recorrido tantas veces como para llamarlo un hogar, eso era lo que pensó.
Ya recuperando un poco la conciencia, sintió el cómo su chaqueta volvía a cubrir sus hombros, le había rodeado con cuidado, sabía que algo la sujetaba.
–Muy considerado para un familiar, seas lo que seas, ¿puedes iluminarme?, quiero darte un vistazo.
–Oh, eso no será un problema.
Contreras tragó saliva de inmediato, no fue un presentimiento, solo experiencia, de todos los familiares que había invocado, nunca había escuchado a uno hablar.
Poniendo atención nuevamente, fue capaz de diferenciar un ruido metálico, luego el de un chispazo breve y al final el cuarto iluminarse. Por un momento dudó acerca de darse la vuelta, estaba desconcertada como nunca antes, aun siendo remarcable su actitud madura ante la magia desde sus inicios en esta. Meditó por un momento, pidiéndose a sí misma afrontar su obra con calma. Aunque debió abofetearse sola, logró retomar el control, al abrir los ojos e inspeccionar su mano derecha, vio en ella un tatuaje carmesí simbolizando tres líneas onduladas.
–Veo que tiene los sellos de comando, así que asumo que usted es mi Maestra.
Finalmente, la maga se dio la vuelta, primero se vio cegada por la llama, pero al abrir los ojos otra vez lo vio con claridad: Frente a ella estaba un hombre alto, con un vistoso uniforme militar asociable con el siglo 19, sostenía una lámpara de aceite y tenía una expresión sonriente, los cabellos claros y las facciones marcadas.
–¿Qué tipo de familiar... eres tú?
Aquel hombre sonrió y se arrodilló frente a Laila.
–Soy el Sirviente de clase Rider, he respondido a su llamado para servirle en la guerra que se avecina, mi nombre es Thomas Alexander Cochrane, confió en que use mis habilidades para asistirla en lo que necesite, miladi.
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