Los ojos de Jana Minters se abrieron de golpe ante la tranquilidad estéril de sus aposentos. Con la facilidad adquirida por la rutina, bajó las piernas de la cama y se levantó, los músculos tensándose en anticipación a la misión del día.
Su cabello oscuro contrastaba fuertemente con las paredes pálidas, una silueta indomable en el amanecer de la luz artificial.
—Buenos días, agente Minters, su primera misión del día es con este científico... eh... Dr. Frant —anunció una voz desde la puerta mientras se deslizaba con un siseo.
El saludo provenía de un agente novato, uno de tantos que recorrían los pasillos de la Oficina Universal de Control Temporal, con los ojos brillando con respeto y un toque de asombro mientras la saludaba.
—Buenos días, estaré allí en un minuto —respondió Jana con brusquedad, su voz una mezcla de autoridad y concentración habitual.
Caminó por los pasillos, el sonido de sus botas resonando con nitidez.
Cada saludo que devolvía era medido, cargando con el peso de su futuro liderazgo dentro de la organización.
La plataforma de transporte se alzaba frente a ella, un círculo de tecnología incrustado en el suelo. Lila, la coordinadora temporal, ya estaba allí, sus dedos danzando sobre los controles holográficos mientras ajustaba coordenadas y escaneaba las condiciones temporales.
—Todo está calibrado para tu salto, Jana. La ventana es estrecha; tendrás que ser rápida —dijo Lila sin levantar la vista, los ojos fijos en los flujos de datos brillantes que solo ella podía interpretar.
—¿Acaso no lo soy siempre? —replicó Jana, con una rara chispa de humor cruzando su expresión normalmente estoica.
Subió a la plataforma, el epicentro de la sala donde innumerables misiones habían comenzado y terminado. Su postura era la de una estatua de preparación, cada músculo en tensión como un resorte mientras cerraba los ojos. Inhaló profundamente, el aroma del ozono llenando sus pulmones, subproducto del campo de transporte activado.
—Iniciando secuencia —anunció Lila, su voz firme.
Un zumbido suave llenó la sala, preludio de la energía que pronto sumergiría a Jana. Podía sentir la electricidad en el aire, los vellos de su piel erizándose en respuesta. El zumbido se transformó en una vibración que retumbaba en sus huesos, el sonido envolviendo su mundo hasta que fue lo único que pudo oír.
—Buen viaje, agente Minters —dijo Lila, su voz sonando distante en medio del crescendo de la máquina.
Con un último impulso de energía, el dispositivo alcanzó su punto máximo, y la sala desapareció. Jana iba en camino para preservar una vez más la santidad del tiempo, una guardiana siempre alerta en el implacable avance de la historia.
Los ojos de Jana se abrieron de golpe ante el desorden caótico de un garaje bañado por la dura luz fluorescente del siglo XIX. El olor a aceite de motor y moho le golpeó las fosas nasales mientras escaneaba el lugar, su mirada aguda y evaluadora. Estanterías repletas de cables enredados, aparatos a medio ensamblar y planos arrugados formaban un laberinto alrededor de una mesa central.
En el corazón de aquel caos, un científico desaliñado estaba encorvado sobre un artefacto que pulsaba con un resplandor azul inquietante. Ajeno a su llegada, murmuraba ecuaciones para sí mismo, sus dedos bailando sobre un teclado improvisado.
Jana se movía con la gracia de una sombra, su entrenamiento guiando cada paso silencioso.
—Diagnóstico del sistema... flujo de energía estabilizándose... —murmuraba el científico, demasiado absorto en su descubrimiento para percibir el peligro.
Jana alcanzó la máquina—una maraña de tubos y circuitos que susurraban promesas de disrupción temporal. Sus manos volaron sobre el dispositivo, su toque firme y entrenado y con un rápido movimiento, extrajo la célula de energía; el resplandor se apagó súbitamente hasta quedar en nada.
—¿Qué—? —exclamo el científico, al fin consciente de su presencia. Se giró, su expresión cambiando de confusión a miedo.
—Duerme —ordenó Jana, desplegando una pistola tranquilizante compacta.
Un dardo silencioso atravesó el aire y dio en el blanco. El científico se desplomó, sus últimos pensamientos desvaneciéndose en el olvido.
—Sujeto neutralizado. Amenaza temporal contenida. Fin de la misión 102259 —informó Jana por su comunicador, la precisión de su voz sin rastro del torrente de adrenalina que corría por sus venas.
El ambiente estéril de la Oficina recibió a Jana cuando se rematerializó en la plataforma. Avanzó hacia la estación de su supervisor, sus pasos decididos entre el suave tecleo de teclados y el murmullo bajo de agentes discutiendo anomalías.
—Informe, agente Minters —dijo el supervisor sin preámbulo, su atención centrada en los datos que se desplazaban por la pantalla frente a él.
—Misión cumplida. El dispositivo ha sido desmantelado y la memoria del científico modificada — respondió Jana, entregándole una tableta elegante que contenía su informe detallado.
—Buen trabajo, Jana. La línea temporal está segura una vez más —reconoció el supervisor, su tono tan escueto como sus palabras, sin apartar los ojos de la pantalla.
—Gracias, señor. Estaré lista para la siguiente asignación —afirmó, con una leve inclinación que transmitía su compromiso inquebrantable con la vigilancia constante del tiempo.
Los tacones de Jana repiquetearon sobre el suelo pulido mientras cruzaba el laberinto de cubículos. El zumbido familiar de la Oficina Universal de Control Temporal la reconfortaba, era como una nana compuesta de pitidos, susurros y el ritmo de dedos danzando sobre teclados.
Se deslizó en su propio espacio: un cuadrado eficiente rodeado por tres paredes medias cubiertas de pantallas parpadeantes con flujos de datos temporales. Se sentó en su silla, deslizando entre pantallas holográficas, cotejando informes de agentes de campo dispersos a través de las líneas de tiempo. Anotó anomalías, marcó posibles paradojas para revisión, y redactó recomendaciones con pulsaciones ágiles y entrenadas. A su alrededor,la sinfonía de productividad continuaba, un testimonio de la vigilancia constante de la Oficina
sobre el flujo de la historia.
—Agente Minters, ¿cómo pinta el futuro hoy? —dijo una voz arrastrada, rompiendo su concentración.
Jade se apoyaba con despreocupación en la entrada de su cubículo, su sonrisa destacando contra la esterilidad del entorno.
Vestido impecablemente con el uniforme de la Oficina, decorado con un par de insignias temporales, su cabello era un estudio en desorden deliberado, una sutil rebelión contra su mundo ordenado.
—Predecible, como nos gusta —replicó Jana sin inmutarse, sin apartar los ojos de su trabajo—. Algo que sabrías si asistieras a las reuniones.
—Ah, ¿pero dónde está la diversión en lo predecible? —rió Jade, el sonido cortando el murmullo de fondo. Su mirada se posó en el torbellino de datos en las pantallas de Jana, un destello indefinible cruzando sus ojos marrón oxido.
—¿No tienes algo mejor que hacer, Jade? —preguntó Jana, la paciencia agotándose, mientras ponía los pies sobre la mesa. Sentía el peso de su mirada, cargada de pensamientos no dichos.
—Siempre tan seria, hermanita —se burló él, empujándose para apartarse del marco y estirándose con desgana—. Hace que uno se pregunte qué se necesita para desestabilizarte un poco.
—Más de lo que tú puedes ofrecer —soltó Jana con dureza, finalmente levantando la vista para sostener su mirada. Era un desafío, una piedra firme arrojada contra el estanque arrogante de él.
—¿Eso es un reto? —la sonrisa de Jade se ensanchó, pero no le llegó a los ojos, que permanecían fríos y calculadores.
—Considéralo un consejo —replicó Jana con frialdad, volviendo la vista a su pantalla. La conversación había terminado, pero el aire chispeaba con palabras no dichas y el eco de una rivalidad persistente.
Con un encogimiento de hombros despreocupado, Jade se alejó con pasos medidos y precisos—una serpiente envuelta en encanto.
Jana lo siguió con la mirada mientras se iba, su preocupación oculta tras una máscara de indiferencia. Sabía el peligro que representaba su astucia y despreocupación, no solo para su puesto, sino para el delicado tejido del tiempo mismo.
—No te metas en problemas, Jade —murmuró para sí, una advertencia silenciosa perdida entre el golpeteo de teclados y los murmullos de la Oficina.
Unos pasos familiares se acercaron.
—Agente Minters, aquí está su ropa para la reunión —anunció la agente junior Lila, su voz respetuosa pero apurada.
Jana tomó las prendas ofrecidas, su mente ya enfocada en la inminente reunión.
Como heredera de la agencia, le correspondía liderar las discusiones con figuras influyentes— la mayoría de las cuales dudaban de sus capacidades, la veían como simple adorno, o asistían solo por los beneficios que les proporcionaba el cargo en el mundo exterior.
La tenue luz azul de la sala de conferencias proyectaba ángulos marcados sobre el rostro de Jana mientras tomaba asiento en su lugar habitual, al extremo de la mesa alargada. El murmullo de las conversaciones cesó con su llegada, y la atención de la sala se centró en ella, un testimonio de su papel central en la Oficina Universal de Control del Tiempo.
Sus ojos recorrieron la sala—Voy a presentaros la asignación de recursos para el próximo trimestre —comenzó Jana, su voz resonando ligeramente sobre las superficies lisas—.Los saltos temporales consumen mucha energía, y no podemos permitirnos malgastarla.
Mientras hablaba, la pared detrás de ella cobró vida, mostrando gráficos y cifras que danzaban como luciérnagas contra un cielo nocturno. Jana señaló una línea fluctuante en el gráfico.
—Las reservas de energía son críticas. Tenemos que ser estratégicos con nuestras misiones—nada de incursiones temporales innecesarias.
Un murmullo de acuerdo recorrió la sala; las miradas de los asistentes clavadas en los datos proyectados. El dedo de Jana se deslizó hacia otro punto de la pantalla.
—Y aquí —continuó— vemos el coste de reparar fracturas en la línea temporal causadas por viajes no autorizados. Es imperativo prevenir estos incidentes antes de que drenen aún más nuestros recursos.
Sus palabras llevaban un mensaje claro, aunque sutil: los viajes ilegales por beneficio personal debían terminar, a menos que estuvieran dispuestos a aumentar significativamente sus contribuciones.
A Jana no le gustaba la idea de corromper la línea temporal; bien sabía que era un riesgo. Pero también sabía que era la única forma de mantener a flote la Oficina, que requería ingresos descomunales para sostener la energía que consumía.
Esos favores—como a sus superiores les gustaba llamarlos—eran un mal menor para evitar un mal mayor.
Los presentes asintieron solemnemente, ocultando su desagrado mientras tomaban notas en sus tabletas. Habían entendido el mensaje.
De pronto, el orden calmo de la reunión se quebró por el chillido agudo de una alarma. Luces rojas pulsaban rítmicamente, tiñendo la sala con un resplandor ominoso. El corazón de Jana se aceleró—el sonido era inconfundible: una brecha en la Oficina.
—¡Protocolo de cierre! —repetía el megáfono, pero nadie se levantó.
Su mano encontró instintivamente la empuñadura de su neutralizador, el frío del metal le proporcionaba una pequeña sensación de control en medio del caos.
Su silla se inclinó ligeramente hacia atrás y trató de ocultarlo levantándose para anunciar:
—Parece que alguien ha entrado a la agencia, pero no se preocupen, ya lo están manejando —dijo con frialdad y una sonrisa.
Los agentes se dispersaron por los pasillos, un torbellino de movimiento y voces urgentes llenando el espacio. Los ojos entrenados de Jana miraron hacia la puerta, esperando que se abriera en cualquier momento y necesitasen de su presencia.
—Continúe —ordenó uno desde la mesa, sus dedos bailando sobre la tableta con desaprobación ante la situación.
—Sí —afirmó Jana con firmeza.
La pantalla principal cambió de las alarmas a las proyecciones financieras,
mientras ella lamentaba no estar afuera, donde estaba ocurriendo la acción.
Tras la reunión Jana no tardó en llegar al centro de seguridad, sus pasos resonando en los pasillos mientras su mente iba a toda velocidad.
La situación estaba bajo control, y no se requería que interviniera. El intruso había sido capturado por el resto de los agentes y en ese momento estaba siendo interrogado.
Después de saber que la situación estaba en orden, Jana se cambió de nuevo al uniforme de agente, sintiendo otra vez esa sensación de alivio.
Echó un vistazo al monitor que mostraba la sala de interrogatorios. El intruso, un joven desaliñado, sudaba bajo el escrutinio de los agentes.
Se sentó, abrió una lata de refresco, y escuchó la conversación.
—¿Cómo entraste? —preguntó un oficial, inclinándose hacia adelante con una mirada intimidante.
El joven permaneció en silencio, sus ojos moviéndose por la habitación, evitando el contacto visual. La tensión era palpable, y los oficiales continuaban el interrogatorio sin descanso.
—Sabemos que tuviste ayuda —presionó otro oficial—. ¿Quién fue?
Los labios del intruso temblaban por la intensidad de la descarga eléctrica que había recibido, y parecía estar librando una batalla interna antes de finalmente susurrar:
—Tuve ayuda desde dentro.
El oficial que lideraba el interrogatorio no quedó satisfecho. Asintió hacia un guardia, que trajo una pequeña carreta sucia con varios dispositivos eléctricos.
Los ojos del joven intruso se abrieron con miedo.
—¡No! ¡Por favor! —suplicó, pero sus ruegos no encontraron respuesta.
—Dinos quién te ayudó —exigió el oficial, ajustando los controles del aparato.
Un zumbido bajo llenó la sala, y el joven empezó a temblar. Cuando no respondió, el oficial presionó un botón, y una descarga eléctrica recorrió el cuerpo del chico. Gritó, sus músculos se contrajeron. Jana observaba desde el monitor, su expresión endureciéndose.
—Otra vez —ordenó el oficial.
Otra descarga. Otro grito. La resistencia del joven comenzaba a quebrarse.
—¡Está bien! ¡Está bien! —jadeó.
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