“A través de los océanos oscuros infinitos y mas allá de las brumas del tiempo Yog-Sothoth observa y espera porque él es el guardián de las puertas entre los mundos y solo él tiene la llave para abrir las puertas, cuando los antiguos ritos hayan sido dichos y los señores de la oscuridad hayan despertado siendo convocados, entonces la puerta que conduce a las estrellas se abrirá una vez más, pasado, presente, futuro, todos son uno en Yog- sothoth”
EL HORRO DE DUNWICH, H.P. LOVECRAFT
El desierto de Atacama era vasto y su calor era sofocante. Los montículos de arena sobre el azulado cielo lo hacían ver idéntico al gran desierto del Sahara; pero no se encontraba en medio oriente sino en América del sur. Vestido con una camisa de manga corta color verde oscuro, llevando un pantalón marrón oscuro junto con unas botas negras, el arqueólogo William Tyler se sacó el sombrero, ancho y redondo de cuero con una cinta roja en el medio, echó para atrás su cabeza y miró el cielo azul sin nubes alrededor. Con la mano izquierda se tapó sus ojos azulados del incandescente sol.
William era un hombre de unos treintaisiete años, sus facciones eran duras como la roca y su pelo rubio tenía un corte militar. Nacido en Londres, desde pequeño, siempre tuvo un amor hacia la arqueología, cuando contaba con diecinueve años comenzó a cursar la carrera y, cuatro años después, se graduó con todos los honores. A la edad de veintidós años, William, no tardó en hacerse un renombre al participar en diversas excavaciones arqueológicas y antropológicas. Iba de país en país, algunas veces encontraba vasijas antiguas y también restos de construcciones de las edades del Cobre, Bronce y Hierro.
La India, Jerusalén, Egipto, Italia, Grecia y muchos otros sitios en donde pudiese encontrar algún yacimiento arqueológico eran, por lo general, en donde se lo veía. Sin embargo, entre todos esos lugares, había un solo sitio en donde a él le encantaba estar:
El continente Sudamericano. Las culturas Incaicas, mayas y aztecas eran de su preferencia, por el verdadero misterio que ellas encerraban. De estas culturas se sabía muy poco debido a que no tenían una escritura propiamente dicha y porque los monjes Españoles también contribuyeron con su granito de arena al erradicar las costumbres y culturas aborígenes para reemplazarlas con la fe y doctrina Cristiana.
Durante esa primavera de 1980, William, se encontraba en una tarea arqueológica de investigación, buscaba casi sin descanso alguno el paradero de los Mayas.
Hace muchos milenios atrás, antes de la llegada de los españoles a América, se encontraba la gran civilización maya, un gran imperio casi similar al romano, tan grande que rivalizaba con los aztecas; pero, de un momento al otro, dicho imperio desapareció sin dejar ningún rastro. A diferencia de la Atlántida, este no se hundió en el fondo del mar y tampoco fue invadido por los Aztecas porque las construcciones aun estaban intactas, todo se encontraba en su lugar, lo único que faltaba eran los habitantes. No había señales de que alguien los atacara tampoco de que tuviesen que dejar la ciudad por alguna tempestad o cualquier furia de la naturaleza, mucho menos que todos hubiese enfermado y muerto. No, ellos solo desaparecieron de la faz de la tierra como si algo, o alguien, se los hubiese llevado antes de que pudiesen responder.
Ahora, William, iba en su búsqueda. Él no creía que desaparecieran sino que, más bien, abandonaron su ciudad con intenciones de poblar una nueva en otra parte; pero, hasta el momento, no había encontrado rastros de ninguna edificación de origen Maya o cualquier otra cosa como vasijas o platos de esa misma cultura, el desierto de Atacama era su última parada.
Un hombre bajo, de grueso bigote y piel morena, observaba el televisor que poseían en una de las tiendas. Era una especie de nuevo prototipo que solo funcionaba a base de pilas y el gobierno Británico se lo había regalado a William como agradecimiento por su labor cerca de Stonenghe.
Wiliam había descubierto, haría unos años atrás, que las ruinas eran, en realidad, una especie de tumba antigua que pertenecía a un ser de curioso aspecto: parecido a un reptil prehistórico; pero el carbono catorce de sus huesos señalaron que, este ser, había fallecido mucho después de la caída del imperio Romano. También descubrió señales de lo que parecían los restos de la mítica tierra conocida como “la Reptilia”, por supuesto que dichos descubrimientos aun seguían siendo investigados por otros arqueólogos; pero el descubrimiento era merito suyo.
Aquel hombre de tez morena que vestía una camisa hawaiana amarilla y unos pantalones color caqui se llamaba Roberto Rialdi, uno de los arqueólogos más respetados en la comunidad Latino Americana. Rialdi se encontraba viendo las noticias del día:
- Aun después de una semana de que el régimen del general Alejandro Guzman fuese derribado en la ciudad de Santa Carmencita, todavía se desconoce el paradero del mismo- les informaba el reportero, al costado izquierdo de la pantalla se veía la fotografía de un hombre de piel blanca con un grueso bigote negro militar. Lo poco que quedaba de su cabello estaba peinado de costado tratando de tapar, sin mucho éxito, su gran calvicie. Vestía un uniforme militar y unas letras rojas debajo de la fotografía decía “General Alejandro Guzman”- hasta no hace mucho, la ciudad de Santa Carmencita, vivió bajo el régimen más cruento que se haya podido conocer. Los derechos laborales y humanos fueron abolidos por este tiránico hombre y se cree responsable de cientos de muertes confirmadas y aun sin confirmar
- Maldito hijo de puta- masculló Rialdi- como me gustaría ponerle las manos encima
- El régimen del general Guzman pudo ser derrocado debido a que este desapareció sin dejar rastro en una de sus famosas cacerías de opositores a su gobierno, se cree que fue capturado y asesinado por la guerrilla
- ¿Algo interesante Roberto?- le preguntó, con un buen léxico español, William sentándose a su lado y sacando, de la nevera portátil roja, una lata de cerveza de la marca “Macho”
- Solo la buena noticia de que mi gente ya no tiene que soportar a ese cabrón- respondió Rialdi quien era oriundo de Santa Carmencita
- Ahora en otras noticias- continuó el reportero- algo insólito sucedió ayer en el estreno de la nueva película de cowboys llamada “La Cabalgata del Diablo” donde el actor principal, Smith Wesson, apareció vestido como uno de sus perso…
Rialdi apagó la televisión y le preguntó a William:
- ¿Encontraste algo que apoye tu teoría Billy?
- Nada en particular Robertito- le respondió William con pesar negando la cabeza- solo unos utensilios dejados por los turistas del año pasado
- ¿Hay más cerveza en el mini refrigerador?- le preguntó Rialdi con una sonrisa que parecía suplicar por la bebida
- Lo siento mi viejo; pero creo que esta era la última- le respondió William sintiendo pena por su amigo, puso sus dedos sobre su mentón tratando de recordar algo y le dijo- aun así, me pareció ver una en la camioneta, ya vuelvo
- Suerte- le deseó Rialdi
William bebió los últimos sorbos de la cerveza marca “Macho” mientras se levantaba y se dirigía a la camioneta Robert Explorer, que se encontraba a unos pocos metros de donde ellos habían puesto su campamento.
Durante el trayecto observaba el suelo en búsqueda de algo que quizás pudiera hacer valer la pena aquella expedición, por desgracia no vio nada. Al llegar a la camioneta, abrió el baúl y buscó alguna cerveza, para su fortuna, encontró un pack de seis que aun contenía cuatro latas intactas. William sonrió y sacó las latas restantes del baúl, tal vez estuviesen calientes; pero en el mini freezer se congelarían de inmediato, emprendiendo el retorno hacia el campamento, William, oyó el ruido de un trueno a la distancia, o al menos eso fue lo que creyó oir debido a que no había ninguna nube de tormenta cerca. Miró al cielo tratando de divisar algún avión cercano, era probable que el ruido proviniese de sus turbinas. Al hacerlo una de las latas cayó al suelo y rodo a unos centímetros de distancia. William insultó en voz baja y se dispuso a recogerla cuando vio algo cerca de la lata, parecía un objeto ovalado cubierto por la arena.
- ¿Qué mierda?- preguntó William sorprendido ante tal descubrimiento aunque juraría que hace unos segundos atrás que dicho bulto no se encontraba allí. se agachó y, con un pequeño pincel que llevaba en el bolsillo de su camisa de manga corta, desempolvó el objeto.
Aquello que se encontraba en la mitad del desierto de Atacama era una bola de cristal azul como las que usan las adivinas, o por lo menos eso parecía, había algo similar a una nube dentro de dicha esfera qué tiraba rayos en su interior, aquella ¿Nube de tormenta? Estaba acompañada por el sonido de truenos que provenían de su interior.
William supo en ese momento que había hecho el descubrimiento de su vida.
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