El hombre se detuvo frente a la pequeña entrada, y bufó.
Bajó del caballo, y lo condujo a un establo cercano, alejándolo lo más posible de la posada.
Abrió una puerta que conducía al sótano, y bajó las escaleras de manera sutil, escuchando enseguida las voces de un puñado de hombres, que se acallaron al verlo entrar.
—Mi señor —dijo uno de los tipos, levantándose de su asiento, y le mostró una sonrisa, dándole la bienvenida.
Él lo ignoró, considerando asqueroso aquel trato, y se desabrochó la capa, para colgarla en una percha.
La pequeña habitación estaba poco iluminada, pero él podía distinguir perfectamente el rostro de las personas que se encontraban presentes.
—¿Cómo va todo? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Hemos terminado los preparativos, mi estimado amigo. Todo está listo para ser usado, pero... ¿está seguro que funcionará? —el tipo parecía extrañado y algo temeroso por la situación.
—Por supuesto que funcionará—rodó los ojos—. Son tan estúpidos que ni siquiera se darán cuenta. Un desafortunado suceso, de seguro, eso es todo lo que pensarán.
—Entonces confiamos en usted—dijo el hombre, con un excelente humor en su tono de voz.
—No tienen otra opción, de todas formas. Es más, ¿tú estás seguro de que todo funcionará? No puede haber fallas.
—Por supuesto que funcionará, mi señor. No es la primera vez que trabajamos juntos, ¿y sigue dudando de nuestro trabajo? —la sonrisa que el tipo le mostró solo le hizo formar una mueca con los labios.
—Si no fuera por tu trabajo, te hubiera cortado la lengua hace siglos —hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. Espero que no me decepciones.
—Jamás lo haría, siempre y cuando...usted sabe.
Descolgó dos bolsas llenas de oro de su cintura, y las lanzó sobre la mesa.
—Me parece que es suficiente por tus servicios.
—Más que suficiente —afirmó el tipo, revisando una de las bolsas—. Eventualmente, por supuesto, encontraremos a alguien perfecto, si no muere primero.
—Entonces bien, no necesitamos volver a vernos —se dio la vuelta, en dirección a su capa.
—Mi señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Hazlo rápido —aceptó, irritado, abrochando la capa, y acomodándose la capucha.
—¿Por qué ahora? Es decir... no había actuado en todo este tiempo.
Volteó a ver a los hombres, con rabia.
—Todo es culpa de esa bruja —gruñó—. Quiere destruir todo lo que he construido en estos años. No lo aceptaré, les quitaré todo aquello que aman, y nadie podrá detenerme.
Todo se quedó en silencio ante sus palabras, y él solo cuadró los hombros, y salió del lugar.
El viento golpeó con fuerza sobre su rostro, ocasionando que la capucha se deslizara y cayera sobre sus hombros.
Respiró profundo, y miró al cielo. La luna brillaba con fuerza esa noche.
Esbozó una sonrisa maliciosa.
Pronto todo sería como debió ser desde un inicio.
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