Un aroma a flores, a libertad, se impregnaba en su cuerpo.
Sus grandes ojos grises rodaban por toda la estancia, buscando reconocer cada centímetro de ese nuevo lugar. De ese extraño lugar.
Era una habitación amplia. En su centro, tenía dos escaleras decoradas con columnas jónicas y arcos, el suelo estaba alfombrado en toda su extensión, las paredes decoradas con pinturas de paisajes y relieves en tonos dorados. La veintena de brazos del candelabro central estaban encendidos y cuando reparó en él, el brillo de ese pequeño sol lo hipnotizó. Cerró los ojos con fuerza para poder librarse de él, y observó los amplios sillones sintiendo deseo de dejarse caer sobre ellos y dormir.
El viaje había sido largo y al parecer, era una ocasión importante. Nadie le había dicho nada. Lo asearon y le dieron ropa limpia, como la de cualquier niño normal, de esos que iban al criadero y elegían qué cachorro llevarse.
— ¡Párate derecho! –Le indicó el anciano que lo había llevado, acomodando su postura con las manos para que entendiese mejor —.Debería haberte enseñado algunas órdenes—. Masculló.
Pudo escuchar una multitud de pasos acercándose y una voz animada de mujer encabezando a quienes sean. Comenzaron a bajar por las escaleras. Visualizó un gran vestido blanco con bordados celestes y como si alguien se lo hubiera indicado bajó la mirada evitando el contacto con el rostro de quien tenía en frente.
Su corazón se sintió tan raro, emanaba un calor abrasador y comenzó a latir de tal forma que le dificultaba la respiración.
Jadeó y sin saber porqué, se postró ante esa presencia que lo llenaba.
– Tan pequeño y tan sabio, un lobo honrando a su Luna –. Dijo ella llena de emoción, acercándose al niño —. Ya basta, déjame mirar tu rostro...Burka ¿verdad?
El niño levantó la cara para encontrarse con los profundos ojos azules de la dama que lo miraban con curiosidad. Ella, una diosa, su piel clara parecía resplandecer debajo del fuego de las velas que matizaban su cabello color plata. La mujer lo abrazó. Le brindó tanta paz como jamás sintió.
—Sin duda eres el hijo de Delsha. Mira —. Dijo apartándose y señaló a uno de sus acompañantes—. El es tu padre, mi guardián y un orgullo para las tropas de este reino.
El niño levantó la mirada siguiendo el movimiento del brazo de la dama y allí lo vio, tan alto y serio. Era un gigante junto a él. Sus mismos ojos grises, como le habían dicho; el cabello negro atado en la nuca y una barba tupida cubriéndole parte del rostro. Escuchó tantas historias sobre su padre, el protector de la Sagrada Luna, un guerrero imbatible en el campo de batalla. Sabía que debía sentir orgullo de llevar su sangre y que debía esforzarse por ser tan bueno como él. Pero ese hombre apenas si había bajado la mirada para conocerlo. Otra sensación nueva dentro de él, una que le causaba frío esta vez.
Burka siguió observando alrededor y descubrió allí a otro hombre, éste era mayor, con el cabello rojizo y a pesar de la edad mantenía su estado físico y, escondida, entre sus ropas, observando la escena con curiosidad, una niña. La pequeña sonrió cuando chocaron miradas, tenía los ojos color oro. El la vio y volvió a mirar a la dama.
—Él es el Rey Ergón, padre de estas tierras y ella es nuestra única hija, Aysen.
—Eres bienvenido Burka— Dijo la pequeña acercándose con valentía, mientras miraba a sus padres en busca de aprobación—. Él va ser mi lobo ¿verdad? ¡Vamos a ir juntos a las batallas!
—Las Lunas no van a guerras, querida—. Dijo el rey mientras despeinaba, la salvaje cabellera de la niña.
—Pero yo no quiero ser una Luna, Padre.
—Bien ya cumplí aquí dando mi permiso real para que el hijo de Delsha sea educado dentro de los muros del castillo— Restándole importancia a lo que para algunos parecía ser un gran acontecimiento, Ergón se dirigió hacia la puerta, donde unos sirvientes y el anciano, esperaban para partir.
Burka lo siguió con la mirada entendiendo poco de lo que decía.
— Aún así deberá mantener su entrenamiento y formar parte de la jauría dentro de un par de años. No podemos desperdiciar la sangre que lleva en su cuerpo —dijo Ergón y miró a La Dama sonriendo irónico— Espero que cumplas tu parte con esmero preciada Luna.
—Así será mi señor—. Respondió con una reverencia.
El Rey abandonó el lugar y si no fuera por la pequeña que rebosaba de entusiasmo, el silencio se habría adueñado de las sala unos minutos.
Aysen tomó la mano del pequeño y comenzó a tironearlo.
—¡Vamos Burka! Voy a mostrarte tu nueva habita...¡Ay!
Haciendo puchero buscó consuelo en la mirada de su madre. El cachorro se echó hacia atrás de forma abrupta para liberarse de su agarre y la niña cayó de rodillas.
—Aysen, no lo trates así, se cuidadosa—. La mujer ayudó a su hija a ponerse en pie—. Él no comprende aún todas nuestras palabras, es normal que se asuste.
La pequeña, sorprendida, observó el rostro del muchacho que se alejó unos pasos de ella sin dejar de mirarla. Se notaba confundido. Ella sintió pena. Respiro profundo hinchando el pecho y se acercó. Era un poco más baja que él. Lo tomó por los hombros y con seriedad le clavó la mirada a pesar de que Burka se mostraba agitado.
—Confía en mí, yo te enseñaré todo.
Sus dos discos dorados lo traspasaron y así, casi sin darse cuenta, cedió al nuevo agarre de Aysen.
El pequeño miró a la dama quien con una amable sonrisa lo animó a que acompañe a la niña. Dio unos tímidos pasos y observó a su padre otra vez, éste continuó ignorándolo. La pequeña comenzó con su parloteo incansable trayéndolo a la realidad y él se perdió tras ella subiendo las escaleras.
Sus grandes ojos grises se abrían ahora para conocer todo aquello que le esperaba delante de esas pequeñas manos que lo guiaban.
Comments (0)
See all