Estábamos en el balcón, otra noche fría de diciembre. Era una de esas noches con neblina, sin estrellas, con un frío que calaba los huesos. Ella, allí me esperaba. Con ropas ligeras y su pelo, de puro fuego; flotando sobre las pecas de sus hombros. Tenía esa arma asesina, entre esos labios carmesí; se estaba matando lentamente; ¿pero para qué? ¿Por ese placer momentáneo que tiene como precio su vida? La veía dar caladas a su cigarrillo, a medida que me iba acercando. Ella, inhalaba el humo, desprendía ese vial de veneno de sus labios, exhalaba y con sus dedos dibujaba sobre ese humo que descansaba sobre el aire frío de nuestro balcón. Me posicioné a su lado, y con los brazos cruzados, me apoyé sobre la barandilla.
- Eso te acabará matando, pelirroja.
- ¿No acabamos todos muertos al final del cuento?
- No por ello hay que ir acelerando el momento inminente.
- Pero es un buen calmante, un buen bálsamo del dolor para cuando recuerdo que él me ha dejado tirada. Que esta vez es, al contrario. Miss Acacia, le mostró a Jack que de verdad su corazón de rosas estaba cubierto de espinas. Miss Acacia le dio parte de las rosas de su corazón al chico que nació el día más frío de la historia. El chico del tren fantasma, atrezo pensó que eran, que no era como su corazón de cuco y no la creyó. Creyó que la mentía. Y un día, se hartó de esas mentiras. Un día se fue, pensando que todo fue una mentira, aunque siguió queriéndola, buscó felicidad en alguien más. Alguien más sencillo, menos espinado. Ya no quería a la gaditana, ya no había cuerda en ese corazón para ella.
- ¿Pero no te acuerdas de lo que dijo Méliès?
- Refréscame la memoria.
- Si tienes miedo de hacerte daño, aumentas las probabilidades de que eso mismo suceda. Fíjate en los funambulistas, ¿crees que piensan en que tal vez caerán cuando caminan cuidadosamente por la cuerda? No, ellos aceptan ese riesgo y disfrutan del placer que les proporciona desafiar el peligro. Si te pasas la vida procurando no romperte nada, te aburrirás terriblemente... ¡No conozco nada más divertido que la imprudencia!
- No aguanto cuando tienes razón.
Yo me reí. Ella tenía la mirada perdida, jugando con la colilla de su cigarrillo; pensando en él, pero jamás me lo admitiría. ¿Cómo una mujer tan hermosa e imponente podía estar tan atormentada como ella estaba por un gilipollas de tal calibre? Eso escapaba de mi entendimiento. Le dije que eso no solo dependía de ella, y me dedicó una risa amarga, hermosa pero amarga. Me dijo que se pasaba las madrugadas, entre caladas, preguntándose cuál fue su error y porqué no pudo arreglarlo a tiempo. Se pasaba las noches entre lágrimas exigiendo que volviera, pero sabía que no lo haría. Sabía que no fue del todo su culpa, que no toda la culpa era de la gaditana pelirroja. ¿Pero que podía hacer? La pena seguía ahí y no era ligera, precisamente. Seguiría allí y punto, lo que ella no sabía, era que alguien que estaba intentando aligerar su pena. Quería que entendiera, que el amor no tiene solo una dirección, lo que sube, tambien a de bajar. Eso era lo único que quería que entendiera. No fue solo su culpa, no solo dependía de ella. Quería que dejara de atormentarse de esa manera tan nociva de una vez, pero es tan terca que aún no me escucha. Aquí sigo, dos malditos años después intentando que esta hermosa y amarga flamenca gaditana me escuche de una vez..
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