Fuiste la sonrisa fugaz que vi por la noche y que se desvaneció con el calor de la mañana. La que dejo su huella en mi memoria. Fuiste la risa que soy incapaz de olvidar y que resuena en mi cabeza como una melodía pegadiza. Fuiste la persona más extraña que paso por mi lado. Te posaste una noche, a las 11:10, en el balcón de mi ventana, me sonreíste de manera huidiza y me hiciste un gesto para que te abriera la ventana. Dejé mi ordenador a los pies de la cama y me levanté. Te miré a esos hondos ojos verdes, y finalmente te abrí la ventana. Me sonreíste y agarrándome de las manos me sacaste al balcón. Recuerdo mirarte y oírte decir: << Algún día, tú iras por todo el mundo escribiendo historias sobre los lugares que visitarás, y yo estaré siempre ahí para lo que necesites, ¿te parece bien?>>. Lo dijiste con la mirada perdida, sin mirar a ninguna parte en particular. Me di la vuelta y con atención, miré mi pequeña ciudad iluminada. <<Me parece que no es un mal plan>> te dije. Te reíste y gritaste haciendo un megáfono con las manos: << ¡El mundo será nuestro!>>. Te miré y te imité. << ¡El mundo será solo nuestro!>> dije apoyándome en la gruesa y sucia barandilla. Te giraste, me miraste, y te subiste a la barandilla. Empezaste a hacer acrobacias sobre la barandilla, caminaste sobre ella como si fuera la plancha de un barco pirata de película antigua, empezaste a bailar claqué sobre ella. Finalmente, como una especie de número final de un espectáculo, te inclinaste haciendo una reverencia, y te dejaste caer hacia atrás. Me asustaste. Me asomé a la barandilla asustada. Y de repente apareciste flotando con una sonrisa huidiza. Llevabas una camiseta de cuello de pico gris, unos vaqueros rotos, y unas viejas Vans blancas desgastadas aquella noche. Flotabas, no sé cómo, pero flotabas. Me dejaste boquiabierta. Me ofreciste una mano para que me uniera a ti. La cogí y me ayudaste a subirme a la barandilla. Me puse de espaldas, abrí los brazos, cerré los ojos y me dejé caer. Pude notar mi cabello ir hacia arriba y rozar mis mejillas. Cuando los volví abrir, me encontré sujetando tu mano y sobrevolando por las calles de Madrid. Sobrevolamos juntos desde la Gran Vía hasta las afueras de la ciudad, haciendo piruetas y bailando en el aire. Fue una sensación asombrosa sentir el frio de la noche rozando mis mejillas. Era tan maravillosa esa sensación que te recorría el cuerpo. Volvimos antes del amanecer y nos sentamos juntos en la barandilla de mi balcón para ver como amanecía sobre las calles de Madrid. Te levantaste y te pusiste encima de la barandilla, preparado para irte. Te miré a los ojos y te pregunté << ¿Volverás?>>. Me devolviste la mirada y con una sonrisa tímida en los labios y las manos metidas en los bolsillos me dijiste: << No te preocupes, Nash, siempre volveré a por ti. Siempre>>. Y en ese momento, te desvaneciste tan rápido como habías aparecido. Y yo, yo me quedé observando las luces de diferentes colores que iluminaban la ciudad.
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