21 de Junio de 2016, un día felíz para cualquier estudiante del Instituto Pérez Ramón, después de días sin parar de estudiar por fin llegan las vacaciones, y como siempre yo era el último en salir del aula, todos los alumnos y profesores caminaban por los pasillos más rápido que nunca, con la intención de salir lo antes posible del instituto.
Entre la gente que caminaba se podía distinguir a tres personas diferentes, las primeras eran los profesores y profesoras, los que parecían tener más prisa que los alumnos, a estos les seguían los alumnos que habían aprobado el curso, algunos fardaban de sus notas y otros estaban aliviados por haber pasado por los pelos, y por último estaban los que no habían aprobado, alumnos que salían despacio de sus aulas pensando que el año que viene tendrán que pasar por lo mismo.
Pero antes de sacar una hipótesis precipitada, no, yo no había suspendido, simplemente era más listo que los demás y esperaba a que salieran, no quería morir en el intento de meterme entre aquella manada de toros alocados que corrían como si una gigantesca serpiente les persiguiera.
-¡¡Martín!! -escuche gritar mi nombre desde la otra punta del aula, me sorprendí bastante al ver que no estaba sólo.
Me di la vuelta para ver de quien salía aquel grito con mi nombre, no pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que se trataba de Marta, una amiga de la infancia, la mire a los ojos y vi que estaba enfadada, seguramente me estaba hablando sobre otro de sus nuevos deportes que estaba practicando y yo no le hice caso. A Marta siempre le han gustado los deportes, tanto que, sin exagerar, ha practicado casi todos los posibles, pero siempre los deja porque no encuentra el "deporte que le hace sentir bien", o eso dice ella.
-¡Martín!, ¡¡Martín!! ¿Me estás escuchando? -dijo, pero esta vez grito mas.
-Lo siento Marta, estaba pensando -respondí.
-Ya, bueno lo que sea, te comentaba que… -deje de escucharla y mire otra vez a las personas que corrían por el pasillo, todas iguales haciendo lo mismo, todos, bueno todos excepto Marta y yo, entonces pensé que en ese mismo momento, tal vez, había alguien como nosotros haciendo exactamente lo mismo, ¿por qué no?, si todas las personas son iguales seguramente había alguien en ese momento haciendo lo mismo que nosotros, una vez q termine de pensar me acerqué a la puerta y la cerré, no quería entretenerme con la gente del pasillo otra vez.
Miré a Marta, seguía hablando mientras sacaba sus libros del pupitre, de todo lo que había dicho lo único que pude escuchar fueron algunas palabras y frases sueltas que me hicieron pensar q estaba soltando una de sus charlas sobre por qué no le gustaba el deporte que estaba practicando.
-Bueno, ¿qué me dices?, ¿Te apetece? -gire la cabeza hacia Marta.
-ehhh bueno yo… -no sabía que decir, no había escuchado nada de lo que había dicho.
-No me estabas escuchando ¿verdad? -suspiro-. Dios Martín, eres lo que no hay, te decía, que este sábado mis padres y yo vamos a ir de vacaciones al pueblo de mis abuelos. -Empezó a meter sus libros a en la mochila-. Y quería saber si te apetecería venir con nosotros.
Miré a Marta, y estoy seguro de que debí de poner alguna cara extraña ya que nada más levantó la mirada de ma mochila para mirarme suspiro.
-Vale Vale, pero piensatelo, puede que lo pases genial -Cerró su mochila y se la puso al hombro-. Además me harias un gran favor, yo siempre me aburro porque estoy sola.
Una vez que terminó de hablar se acercó a la puerta y con una sonrisa se despidió para salir de la clase. Yo imite su acción y metí todas las cosas en la mochila, bueno casi todas, hubo dos cuadernos que no entraban y los dejé en el cajón del pupitre.
Salí de clase. Ya no había nadie, y lo que antes era un pasillo repleto de gente ahora parecía ser un pasillo de una mansión encantada. Me dirigí hacia la salida, no sin antes despedirme de Juan, el portero.
Siempre que llegaba tarde a clase por una u otra razón, Juan, con una gran sonrisa, me había la puerta y me dejaba entrar. Él siempre fue alguien muy chistoso, y la mayoría de gente no entendía su forma de ser, pero para mi siempre fue la persona con más sentido de todo el instituto, era alguien por la que, incluso a las siete de la mañana, merecía la pena hacer un esfuerzo y devolverle la sonrisa.
Después de despedirme salí del instituto, y al darme cuenta de la hora que era empezar a correr. Faltaba un minuto para que el autobús que me llevaba de vuelta a casa pasara, y para llegar a la parada necesitaba por lo menos cinco minutos. Después de correr como loco por la calle mientras esquivaba a la gente, porque al parecer a todo el mundo le dio por ir en dirección contraria, llegue a la parada, pero al parecer el autobús ya se había ido.
Las vacaciones empezaban genial...
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